Jesucristo, ¿un personaje de la vida real, un mito absurdo o una historia existencialista?
Filosofía
Por: Alejandro Massa Varela - 01/12/2025
Por: Alejandro Massa Varela - 01/12/2025
El teólogo luterano e historiador alemán Rudolf Karl Bultmann dejó una huella indeleble en el pensamiento, un aura para la crítica liberal y una mancha para la ortodoxia.
El proyecto de su vida fue llegar al Nuevo Testamento y a la búsqueda del personaje histórico de Jesús de manera “desmitificada”. Paradójicamente, a Bultmann también la interesaba el Cristo, el Nazareno milagroso, un principio para la vida convertido en un hombre, en un maestro y en un Dios. Como buen luterano, veía en esto una constante tensión entre las limitaciones de la experiencia humana y una amplitud desconcertante previa a todo, a las ideas, a la individualidad, a la muerte. Pero si la fe es previa al mito, desmitificarla, “entmystifizierung”, pasa a ser un reencuentro existencial con la dirección y el propósito de fidelidad del propio mito.
El método histórico supone que la historia es una unidad en el sentido de un continuo cerrado de efectos en el que los acontecimientos individuales están conectados por la sucesión de causa y efecto... Esta cerrazón significa que el continuo de los acontecimientos históricos no puede ser roto por la interferencia de poderes trascendentes sobrenaturales y que, por lo tanto, no hay "milagro" en este sentido de la palabra.
Puede decirse que, para Bultmann, la búsqueda del personaje “real”, de una biografía periodística del galileo Jesús era un caso perdido. Esa persona histórica es, de manera irremediable, un desconocido. Por eso, el acceso a Cristo es solo por la fe, un salto a lo desorbitado, a lo imposible, a lo increíble. Un salto a lo “a-objetivo”, como decía otro filósofo de aquella generación de pensadores germanos nacidos al final del siglo XIX y deudores de Nietzsche, Karl Jaspers. “Da Gott keine objektive Realität besitzt”. La fe sería convertirse en un mismo cuerpo con Cristo, la cabeza, y todo el organismo cósmico, “logológico”, “cristológico”, “existenciario”. Ese Mesías también sería el amor, uno que salva de la infamia y del olvido a aquel predicador ajusticiado en el siglo I; el único dato de su vida del que podemos estar bien seguros. Un amor que es donación libre de uno mismo, así como el Padre en el dogma de la Trinidad se dona eternamente hasta hacerse 0, para que ese Hijo sea todo amor. O como escribió el filósofo ingles Don Cupitt:
Si Dios ama, tiene que ser vulnerable.
Ahora, si bien la persona histórica de aquel judío palestino es ya inaccesible, por no haber escrito nada y porque carecemos de suficiente información sobre su vida para contrastar, contamos, sin embargo, con un “Jesús historial”, una interpretación de los primeros autores cristianos de su siglo de lo que haya sido su doctrina apocalíptica, sus parábolas, sus gestos, sus obras probables, el atrevimiento vital de un sujeto fáctico, cuya historicidad no es puesta en duda prácticamente por ningún académico contemporáneo serio, a pesar de que negarla fue algo común desde la Ilustración, hasta mediados del siglo XX. Incluso la atea académica soviética terminaría por aceptar que la existencia de esta persona es mucho más probable que su sola “fabricación”, una posibilidad que no explicaría bien el origen de este “Jesús narrado” o historial.
Sin embargo, esta “figura textual potente” entre el personaje real y el Cristo mitológico apenas fue elaborada em fuentes no cristianas próximas a su vida, por ejemplo, el testimonio breve, pero auténtico del historiador judío Flavio Josefo, quien solo dio cuenta de su existencia, de su castigo por “lesa majestad” y de su influencia en un grupo de discípulos que también fue asesinado. Y si bien puede decirse que las fuentes evangélicas sinópticas, Marcos, Mateo y Lucas, son muestras confesionales con historicidad, también son un ejemplo de propaganda religiosa, de apologética y de catequesis. Elaboran un Jesús basado en un maestro que, en efecto, enseñó, pero elaborando ya una cristología primitiva u originaria. Por lo mismo, “cribar” en estos evangelios para la modulación de un Jesús plausible desde la deontología de la Historia actual es sumamente complicado; algo esperable si se trata de un personaje marginalizado y de la Antigüedad, pero del que tenemos mucha información no desligada de aquella fe en formación.
Lo que en teología se denomina una “cristología desde abajo” o “ascendente” implica hablar de Cristo no desde la Trinidad, desde el Logos increado y creador, es decir, desde una “cristología desde arriba” o “descendente”, sino de Jesús, de su propuesta y de sus acciones. Esto, sin embargo, solo es posible yendo no a la historicidad, sino a esa historialidad no de la persona desconocida, sino del personaje conocido gracias a una “retroprogresión”. Esto es tomar en serio para el futuro una narrativa primitiva sobre un identidad sagrada que fue, de acuerdo con el sueco y también teólogo luterano Gustaf Aulén: una historia sobre la pasión de Dios.
Desde las apreciaciones de Bultmann, esto supone tomar la historia de Jesús no como una instrucción teórica o una aceptación de dogmas, sino como un discurso dirigido a la gente para permitir, intencionalmente o no, una mejor comprensión existencial:
La manera de representar lo que no es de este mundo. Lo divino aparece como de este mundo, como humano, y lo que está más allá, como estando acá.
Es muy provechosa la cristología desde abajo, pero difícilmente la veo como contracorriente de una cristología global que incluye a la que se ha hecho desde arriba. A pesar de sus diferencias procedimentales, no pienso que la primera sea propiamente hacer Historia en el sentido de la profesión de los historiadores de hoy. Tampoco se trata de un acceso posible al proyecto de vida exacto Jesús de Nazaret como sujeto, a su toma de decisiones. La segunda es, por otra parte, una continuación de esta cristología primera, pero empezando por el misterio divino, porque, como creía Lutero, todo empieza en Dios, “Gott geht allem voraus”; como pensaba Martin Heidegger, nuestra búsqueda entre las palabras es “Dasein”, ser ahí; y como sostenía Bultmann, esto es antes del pensamiento por ser una misteriosa precomprensión:
Cuando la razón ha recorrido su camino hasta el final, llega al punto de crisis y el hombre se ve conducido al gran interrogante sobre su propia existencia.
Ambas cristologías se unen como este misterio, una pregunta que puede hacerse en términos cristianos y cuya realidad sería el Dios del ser, el Dios existencia, “Existenz”, el Dios experiencia: ¿Qué es ser como Dios? Esto en la soteriología de la patrística griega implica hablar de “Theosis”, de cómo somos cristianizados o vivimos no para la inmortalidad individual, sino para lo eterno que es estar ante, dentro y siendo ese misterio. Entonces, desde esta perspectiva, ¿se podría optar exclusivamente por un método cristológico en detrimento del otro? No, porque eso supondría negar que la cristología se ha basado en una experiencia de Jesús, en una noción remota que emergió por su influencia, y abrir un sesgo en el Cristianismo todo. Lo que reconcilia a la ficción del mito con el realismo histórico inubicable es lo existencial que se remite a un origen perdido y en el que nos perdemos. Jaspers hablaba de Dios en esa clave filosófica:
1. Dios es.
2. Podemos vivir con la guía de Dios.
3. Existe la demanda incondicional.
4. El hombre es inacabado e inacabable.
5. El mundo tiene una realidad que se desvanece entre Dios y la existencia.
Sin embargo, no sería excesivo decir, desde el punto de vista de los historiadores de hoy, que la cristología descendente sí se trata de un posible acceso a los valores de Jesús de Nazaret y a los de su sociedad. También un rescate de su figura como “Prometeo de la ética” para la filosofía de las religiones. Esto en palabras de Cupitt y al menos en Occidente o donde existe todavía una cultura cristiana. Porque si el Jesús histórico es un desconocido, el Jesús narrativo habría empezado con la propia narración de sí mismo, una novela apasionante que cosecha lectores, creyentes y detractores hasta el día de hoy. El mayor éxito de la literatura religiosa.