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¿Por qué las que son supuestamente las mejores mentes científicas no logran resolver el misterio de la conciencia?

Ciencia

Por: Luis Alberto Hara - 12/26/2024

La conciencia es lo más inmediato, íntimo e importante de la existencia pero la ciencia no ha avanzado casi nada en entenderla o formular una teoría significativa

La conciencia—esa experiencia subjetiva y vívida de ser—nos es tan familiar como respirar, y, sin embargo, su naturaleza sigue siendo uno de los enigmas más grandes sin resolver en la ciencia y la filosofía. Durante siglos, pensadores e investigadores han lidiado con esta pregunta esquiva: ¿qué es la conciencia y cómo surge del cerebro? A pesar de los avances revolucionarios en neurociencia e inteligencia artificial, el problema continúa desafiando toda explicación, desconcertando incluso a las mentes más brillantes.

En el corazón de este enigma está lo que el filósofo David Chalmers llamó en 1994 el "problema difícil de la conciencia". Mientras que la neurociencia sobresale al abordar los "problemas fáciles"—como explicar cómo el cerebro procesa información, forma recuerdos o controla movimientos—no puede responder a la pregunta fundamental: ¿por qué estos procesos generan experiencias subjetivas?

Por ejemplo, cuando vemos el color rojo o escuchamos una melodía, no solo registramos longitudes de onda o ondas sonoras; sentimos algo único. Esta cualidad subjetiva—lo que significa experimentar algo—sigue siendo inexplicable bajo cualquier marco científico actual.

Las herramientas de la neurociencia moderna pueden mapear la actividad cerebral con un detalle increíble, vinculando regiones específicas y patrones a funciones como la toma de decisiones o la respuesta emocional. Sin embargo, este mapeo no explica por qué o cómo estos patrones crean experiencias conscientes. Las imágenes cerebrales pueden mostrar qué neuronas se activan cuando sentimos alegría, pero no pueden explicar por qué sentimos alegría en absoluto.

Algunos científicos argumentan que la conciencia podría ser una propiedad emergente, surgida de la complejidad de las redes neuronales. Otros, como el neurocientífico Giulio Tononi, proponen teorías como la Teoría de la Información Integrada (IIT), que sugiere que la conciencia es el resultado de cómo la información se organiza e integra en el cerebro. Sin embargo, incluso estas teorías dejan el aspecto subjetivo de la conciencia—la esencia de "cómo se siente"—como un misterio.

El desafío de entender la conciencia no es solo científico;  es quizá fundamentalmente filosófico y hasta religioso pues implica necesariamente subjetividad. La famosa división entre mente y cuerpo de René Descartes todavía resuena en los debates contemporáneos como un sigma terrible. ¿Es la conciencia algo fundamentalmente separado de la materia física, o puede explicarse completamente en términos físicos?

Algunos pensadores han recurrido al panpsiquismo, la idea de que la conciencia podría ser una propiedad fundamental del universo, como la gravedad o el espacio-tiempo. Esta visión radical postula que incluso las partículas elementales podrían tener formas rudimentarias de experiencia. Sin embargo, tales teorías siguen siendo especulativas y controvertidas.

Entender la conciencia tiene implicaciones mucho más allá de la curiosidad académica. Podría transformar campos tan diversos como la inteligencia artificial, la ética y la medicina. Si no podemos definir la conciencia, ¿cómo determinaremos si una inteligencia artificial avanzada es realmente consciente o simplemente simula serlo? Del mismo modo, la pregunta tiene profundas implicaciones éticas para cómo tratamos a los animales o a los pacientes en estados vegetativos.

La persistencia del problema de la conciencia ha llevado a algunos a cuestionar si nuestro paradigma científico actual está preparado para resolverlo. Podría requerir un cambio revolucionario en cómo entendemos la realidad, similar a la transición de la física newtoniana a la teoría de la relatividad de Einstein.

Como destaca Oliver Burkeman en The Guardian, las mentes más brillantes del mundo—desde neurocientíficos hasta filósofos—siguen lidiando con la conciencia, pero el rompecabezas permanece tentadoramente fuera de alcance. Tal vez la clave no radique en diseccionar más el cerebro, sino en reimaginar el marco mismo de la ciencia y la existencia.

Hasta entonces, la conciencia sigue siendo la última frontera: un espejo que refleja la curiosidad más profunda de la humanidad y un enigma que quizás contenga el secreto para comprendernos a nosotros mismos.