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Las andanzas del Quijote pueden ayudar a entender la manera en que la realidad se construye subjetivamente y las relaciones que ahí se entablan

La fenomenología se adentra en el amplísimo campo del pensamiento moderno con una pregunta tan general como compleja, que, sin embargo, aborda el tipo de inquietudes que podría rondar sobre la cabeza de cualquier lego: "¿Qué es la realidad?". 

A las preguntas intrincadas solemos responderlas apelando al enmarañado idioma de las palabras difíciles, pero también podemos desenredar esa maraña con una amistosa anécdota. Voy a intentar con lo segundo: año 1979, Antonio Carrizo entrevista a Borges y tiene la grandiosa idea de dar comienzo a la charla de este modo:

—Borges… ¿Qué es la realidad?.

A lo que el escritor responde: 

—¿Cuál, Antonio, la suya o la mía?

Debajo de la mueca caricaturesca propiciada por el escritor, discurre uno de los problemas filosóficos, epistemológicos y metafísicos más interesantes: el de si existe una realidad o si es posible pensar en la existencia de realidades múltiples. Si uno eligiese adscribirse al segundo equipo, cabe la pregunta de si hay tantas realidades como personas en el mundo. A lo que respondería: no, por suerte.

Pero me arriesgo a afirmar que hay tantas realidades como consensos sociales sobre 'lo real' existan en el mundo. O, en palabras de Alfred Schütz, "contratos intersubjetivos". Esos acuerdos tácitos entre dos o más personas, que son constitutivos de sus experiencias vitales. En sentido estricto, podemos pensar que no existe una única realidad. En todo caso, hay fragmentos de realidad que se fortalecen, reafirman y reproducen a partir de dichos consensos en torno a aquello que llamamos real. En palabras de Schütz:

Nuestro mundo cotidiano es desde el comienzo un mundo intersubjetivo de cultura. Es intersubjetivo porque vivimos en él como hombres entre otros hombres, ligados a ellos por influencias y trabajos comunes, comprendiendo a otros y siendo un objeto de comprensión para otros. Es un mundo de cultura porque desde el comienzo el mundo de la vida es un universo de significación para nosotros, es decir, una estructura de sentido. (De el artículo “La ejecución musical conjunta. Estudio sobre las relaciones sociales”​, 1951)

Para profundizar en esta idea, en 1955, Alfred Schütz publica un artículo ("Don Quijote y el problema de la realidad") en el cual se propuso desentrañar el texto de Cervantes para divulgar sus inquietudes sobre cómo se construye intersubjetivamente la realidad. Se sabe que el Quijote es un clásico que carga sobre sus hombros el pesado galardón de haber fundado la novela moderna, pero quizás no se ha enfatizado aún en su potencialidad explicativa de las formas sociales entre Don Quijote, el pueblo de La Mancha y, por supuesto, Sancho Panza, su fiel escudero. Es decir, ¿cómo pudo un común y corriente Alonso Quijano convertirse en un caballero andante? La primera y más difundida tesis es la de la locura de Don Quijote como factor que configuró su mundo de caballería andante. El objetivo de este texto es ir por otra vía.

En principio, la novela comienza describiendo a un hidalgo pobre, de nombre Alonso Quijano, oriundo de un lugar indeterminado de La Mancha, que lee libros de caballerías apasionadamente. En esta primera parte, el relato se sumerge en la materia literaria de la que están hechas las novelas de caballería: la aventura hecha texto de la que Quijano no ve meras narrativas impresas, sino portales de realidad que convierten a la literatura en un género que expresa, a través de la palabra escrita, una realidad accesible.

Y aunque Alonso deja de ser Alonso y se transforma en Don Quijote de La Mancha, un caballero a la altura de sus epopeyas imaginarias, a su alrededor la vida cotidiana de La Mancha transcurre tal cual es, muy distinta a la de su literatura. 

¿Cómo pueden coexistir esas dos realidades? La respuesta está en la aparición de Sancho Panza. Este personaje, al seguir el humor y el terreno imaginado de las andanzas de Don Quijote, actúa como puente entre el mundo de Don Quijote y la realidad cotidiana. La novela oscila una y otra vez entre las dos realidades, convirtiendo a Sancho en la voz del sentido común que transita entre lo que, en términos de William James, llamamos "subuniversos de realidad".

Ahora bien, en la segunda parte de la novela, Cervantes hace surgir, dentro del relato, un libro sobre las andanzas de Don Quijote. Este texto consagra a Don Quijote como caballero y, además, convierte a Cervantes en personaje de ficción al interior de los pliegues narrativos que él mismo edifica (un movimiento metalingüístico muy parecido al que realiza Philip K. Dick en El hombre en el castillo). De este modo, Don Quijote y Sancho son acogidos por unos duques que conocen su historia y los tratan como bufones, organizando situaciones que ridiculizan su idealismo.

Otros conflictos importantes aparecen en el Quijote de 1615. Uno de ellos es el drama en torno a su dama ideal, Dulcinea, que revela que su realidad es incompatible con el mundo de caballería de Don Quijote.

En la provincia de realidad en la que Dulcinea está inscrita, su verdadero nombre es Aldonza Lorenzo, hija de un labrador y ella misma tan sólo una humilde campesina. Este solapamiento de realidades, en el que Don Quijote ve que su amada ideal es la hija de un humilde labrador, empieza a demarcar las fronteras de su propia epopeya.

El siguiente conflicto sucede en el capítulo 26 de la Segunda parte (titulado "Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas"), cuando Don Quijote asiste a una función de títeres. Como parte de audiencia, el caballero andante no distingue a los personajes ficticios de seres reales, lo que acrecienta su incapacidad para distinguir la realidad de la fantasía. Se transforma, entonces,en espectador de otra realidad. Es decir, conoce en tercera persona la verosimilitud y con ello comienza a resquebrajarse su subuniverso de realidad. Cervantes ilustra esa interacción fantasía-realidad de la siguiente forma:

Dijo Don Quijote: No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis! ¡si no, conmigo sois en la batalla!

Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y, con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél [...]

Pasando este episodio, a ruptura más irreversible de su mundo de caballería se concreta cuando su contrato intersubjetivo con Sancho Panza se rompe definitivamente. Esa ruptura, como tragedia de la amistad, entre ellos dos se desata al disolverse su contrato y Don Quijote, al perder su mundo compartido, vuelve a ser Alonso Quijano ("El loco") y se sumerge para siempre en la realidad cotidiana.

Si aceptamos la premisa de que la tragedia contiene dentro de sí la forma dramática de un conflicto irremediable entre fuerzas antagónicas, Don Quijote viene a representar el drama del fin de la amistad. La amistad no solo como institución de un ejercicio de afecto, sino como configuración amorosa manifestada a partir de pactos invisibles. Cuando construimos una amistad, colonizamos un lenguaje común, una forma de habitar el mundo con relativa autonomía de las otras formas que nos exceden. Poner fin a una amistad equivale a desmantelar ese fragmento de realidad, la aniquilación de ese mundo compartido. Cuando culmina su relación con Sancho Panza, Don Quijote vuelve al confinamiento coercitivo de la realidad cotidiana, martirizado por el verdugo más despiadado: la razón del sentido común.


Felipe Ojalvo (1992) es sociólogo, ensayista y docente. En Instagram se encuentra como @felipe.ojalv.


Imagen de portada: Gustave Doré (1863; detalle)