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El amor religioso no implica un movimiento hacia la trascendencia, no se trata de ir más allá. Es compasión sin «porqué o para qué»

Al final de su libro La religión y la nada, el filósofo japonés Keiji Nishitani nos habla de la posibilidad del ser humano de morir a su propia humanidad, es decir, de existir como no-ego, como «no dualidad del yo y el otro». En ese sentido muere a su humanidad narcisista, pero renace a su realidad. Sin embargo, no se trata de un acto de la voluntad sino de una acción del desistimiento; espontaneidad y gracia.

Ese morir antes de morir –como resaltan los místicos musulmanes– trae como consecuencia el amor al prójimo, pero este no se limita a la humanidad sino que se extiende a todas las cosas. Entonces, el faqir ("pobre" en árabe) ama todas las cosas como se ama a sí mismo, pues su yo es nada, lo que le permite acoger a todos los seres. Si el amor se limita a los congéneres, aún encontraríamos rastros de egoidad.

Según Nishitani, en el caso de la historia occidental, ese desasimiento lo vemos con claridad en la figura de San Francisco de Asís, un santo que se dirigía a todo y a todos como hermanos, incluyendo al sol, la luna, la muerte o el fuego. Y no sólo eso: Francisco se veía a sí mismo como un hermano menor de ellos.

El amor religioso no implica un movimiento hacia la trascendencia, no se trata de ir más allá. Es compasión sin «porqué o para qué». Por supuesto, hay prácticas que pueden expresar una disposición hacia ese amor radical, pero siempre se tratará de un acto espontáneo donde la voluntad individual yace en el olvido. En ese campo de la vacuidad, de la renovación en la nada, es que surge el auténtico «amar al prójimo como a uno mismo».

Una de las manifestaciones de esta renovación en la nada de san Francisco de Asís –nos dice Nishitani– se ilustra perfectamente en el pasaje donde narra cuando se le infectó un ojo y fue necesario cauterizar. Después de decirle al hermano fuego que lo amaba, oró al Creador «que nos sacó de la nada» y bendijo con la señal de la cruz el cauterizador.

Según el maestro japonés, fue en ese momento de la bendición del fuego que san Francisco se despojó de sí mismo, pues era una forma de solicitar «el amor de su querido hermano fuego». Fue disolver las barreras aparentes que nos separan de lo otro a través del abandono y del espontáneo desistir de sí mismo.

Keiji Nishitani

Keiji Nishitani

Los hijos espirituales de san Francisco presenciaron aquella terrible escena, por lo que decidieron escapar. Sin embargo, el fuego no le causó sufrimiento a este gran santo. Evidentemente sí hubo dolor y reacciones físicas, pero la actitud de san Francisco no fue otra que la serenidad. El metal ardiente ya no se imprimía sobre la piel de un sujeto. Podemos decir que la razón de este fenómeno fue una sin-razón; el despojo de Francisco, su vacuidad.

Si san Francisco no tenía yo, si estaba vacío, ¿quién podría sufrir? El fuego ya no era fuego y Francisco no era Francisco y, sin embargo, el fuego era fuego y Francisco era Francisco. Ambos estaban renovados por el amor sin porqué. El encuentro entre las llamas y la piel era el encuentro de la nada consigo misma. 

Fuego, hermano mío, tan noble y tan útil entre las criaturas, yo te pido que te muestres benigno conmigo en esta hora, pues ya sabes que antes te amé y te amaré siempre por amor de Aquel que te creó.

San Francisco de Asís


Instagram del autor: @rodrigoosegueda

Twitter del autor: @RodrigoOsegued1


El libro La religión y la nada de Keiji Nishitani fue publicado en español por la editorial Siruela:


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Imagen de portada: Léon Benouville, Saint Francois d'Assise, transporté mourant à Sainte-Marie-des-Anges, bénit la ville d'Assise (1852)