El ejemplo muestra un fenómeno que se repite en demasiados ámbitos, casi siempre con el mismo cariz. No me interesa en particular este caso, sino el mecanismo que se devela detrás de él. Convivo mal con este tipo de conclusiones cansadas, torpes y de consenso, obvias e idiotas, tardías y jodidas, que suelen ganar las discusiones. Llegan cuando las cosas van mal y cogen valor porque hacen leña de los árboles caídos; las traen –generalmente-- los que en su momento se sintieron excluidos, desvalorados e inútiles (y lo son), que vuelven empujados por esa emoción tan poco productiva y tan inusualmente propositiva que es el rencor.
El caso que analizaré es el de Pablo Iglesias, líder del joven partido Podemos en España, sensación de los últimas elecciones y pívot en la reconfiguración del futuro político del país. Y lo analizaré a través de una nota que publicó El País el día 9 de marzo de 2016 y que tituló “FABRICANDO AL ‘CANDIDATO PABLO’: ASÍ DISEÑÓ PODEMOS A SU LÍDER”.
La nota llega en el peor momento de Pablo; y no por casualidad. Acababa de hacer una perfomance algo desatinada en el Parlamento. Nadie hubiera escrito ni una línea del artículo que cito ni del informe interno del partido al que el periodista hace referencia apenas unos días antes; Pablo aún era una sensación, un intocable, un ganador. El artículo dice revelar un informe interno del partido (titulado “ESTRATEGIA DE COMUNICACIÓN DEL SECRETARIO GENERAL”) que trabaja sobre la tesis de “cómo debe comportarse Pablo Iglesias para convertirse en un buen presidenciable: qué mensajes decir, cómo volver a ser ‘gente normal’ y parecer más cercano”.
El primer diagnóstico del “desgaste” del líder tiene dos ideas: que hay “agotamiento en el discurso” y que hay “endiosamiento/arrogancia” del personaje. Dice luego el mismo documento que “la imagen de Pablo, ‘intelectual joven, crítico y culto’, puede presentar algunas debilidades. El perfil de crítico, dados los rasgos timoratos de la cultura española, puede ser todavía muy estigmatizado. El perfil joven aporta una imagen poco consolidada”. Y luego acaban en el corrosivo tema de Venezuela, donde recomiendan “(desvincularse de Venezuela) por medio de una aproximación a países como Brasil (antes del crack, claro), Chile e incluso Colombia, que gozan de una reputación y una imagen mucho más positivas”.
Es paradójico, y es obvio y es obsceno. El lugar desde donde se analiza el fenómeno es externo al fenómeno mismo y quiere desconocer todo aquello que hizo existir al fenómeno, que en buena medida es el mismo Pablo. Se salen de la escena y la miran como si no fuera la que es; la niegan y la analizan al mismo tiempo; la espían sin respeto y la desarman sin carisma. Por eso digo que es obsceno; porque vienen a decirnos que al muchacho hay que calmarlo, cuando la resistencia y el tesón de ese muchacho fueron las únicas razones por las que Podemos hoy existe, los contrata y ocupa poco más de 1/5 del poder político español. ¿Cómo se atreven? Hablan como si la ideología no fuera un referente ni la identidad una premisa ética. Hablan como si las cosas no tuvieran por qué; y las cosas –sobre todo las buenas cosas-- siempre lo tienen.
No le pidamos a los líderes que calculen, porque el cinismo del cálculo corroe éticamente los liderazgos que necesitamos. La política no debe ser –ni es-- un juego de ajedrez desalmado y camaleónico; dejemos que los líderes frescos se equivoquen frescamente. Nos ayudará como sociedad.
Pablo no es joven porque sí, ni dice lo que dice porque sí. Siempre vuelven con esa perorata de que lo nuevo se agota, porque el que trae otra cosa comienza a repetirse. Siempre lo hacen procurando que el discurso combativo avance y abandone lo nuclear y se pierda en datos, fechas y presupuestos. Pero sería un error, ideológicamente hablando. Ni Pablo va con Venezuela y no con Colombia porque sí; ¿a quién podría ocurrírsele que visite Colombia como refuerzo de su proyecto político y como seña de su identidad? Sólo a quien insulta la identidad vistiéndola siempre de mera oportunidad.
No podemos (ni en Podemos) aceptar consejeros de esta calaña; deberíamos eliminarlos… al menos no contratándolos. Ellos venden poder por el poder mismo; ofrecen triunfos vacíos y candidatos falsos; ellos nos estafan y degradan –o lo intentan-- aun a los políticos nobles. No sé si Pablo Iglesias lo es, pero me sirve de ejemplo. Debemos huir de esa ácida palabra cínica que caracteriza al informe y a los tantos informes como este. No podemos darles lugar. Si Iglesias sirve para España, sirve por lo que trae de contrasistema, precisamente. No sirve un Iglesias en el poder, sino –eventualmente-- “ese” Iglesias en el poder. Sirve ese “enfant terrible” para poner a parir a un sistema pacato y timorato. Si calmamos a Pablo se acabará Podemos; aunque tal vez también sea verdad que si no lo calmamos, Podemos se debilite. Pero el problema no es calmarlo; no es domesticarlo y vestirlo de niño aplicado. Pablo vale porque es. El problema está en cómo se constituye en poder una opción contrasistema, que es una verdadera y significativa pregunta política que el informe ignora o pretende ignorar.
Esto mismo pasa –ya lo decíamos al inicio-- en otros campos, con otras personas y sobre todo con muchos proyectos. Cuando algo crece hasta adquirir visibilidad, entonces llegan las tropas de la burocracia obscena, lo secuestran y se ponen a decirnos cómo debe ser; dicen que vienen a ponerle racionalidad a tanta pulsión descarriada. Y dicen que ayudan, cuando en realidad están matando. No porque quieran, sino porque son idiotas y están alienados. Han perdido toda sensibilidad de sentido. No entienden que al votante de Podemos no le interesa ganar, sino que gane eso que es Podemos; si no, no le vale. Ser diferente no puede ser apenas una estrategia de ascenso vertiginoso; debe ser también –y sobre todo-- plataforma permanente, sentido de proyecto y proyecto en desarrollo.
La diferencia genuina, en definitiva, es tomada y reducida a un gesto táctico tan sólo sagaz y hasta casual para construir una alternativa. Después –nos quieren enseñar-- llega la madurez del establishment y todo se acomoda. Mandan a Pablo a la ópera para que se pula y trasunte alta cultura y se codee con los guetos. Degradan la identidad y el proyecto y lo reescriben como picardía fundacional poco recomendable para los tramos largos. Reubican, recortan, pulen, curan, ajustan… asesinan. Nos disuaden a todos.
Pero a veces, cuando los fenómenos son genuinos y las estafas reiteradas rayan en lo insoportable, la política de la calle pasa factura y nos deja saber –a los gritos, de a millones-- que las cosas no son como nos dicen los informes y que a la nueva sociedad le cuadra una nueva política en la que los de siempre ya no entienden y lo que juegan, apenas intuyen.
Podemos verlos una y otra vez: atacan en los momentos bajos, cuando el que es quien es se excede, o se asusta, o duda, o ama y se debilita. (Es humano, pues, y se equivocará). En ese momento nos atacan, invaden, muerden y no sueltan. Y siempre hay momentos débiles; hasta porque esa debilidad es la contracara necesaria de la identidad y lo genuino. Invaden y acaban con todo. Ridiculizan con ese tono sobrado del que dice que sabe cómo construir de verdad a ese jovencito advenedizo que no se rinde ni ante el rey. Pero yo espero que él no se deje. Ni nosotros debemos dejarnos. Aquí y allá.
Hay de estos informes todo el tiempo circulando por debajo de cada iniciativa creativa, innovadora y disruptiva. Siempre que haya alguna verdad nueva habrá por debajo, acechando, su cancerbero; siempre nos acosan los informes obvios que trabajan nuestro ridículo. No debemos ser ingenuos; cuando fallemos, ellos emergerán, atacándonos. Por eso es tan importante estar fuertes cuando fallamos –que es lo más difícil, para no flaquear ante la obscena cultura conservadora que se viste de elegancia y bajo semblantes de sagaces consultores de marketing. Por eso levanto el caso de Pablo, que tan poco tiene que ver con nuestros espacios pero tan parecidos son los mecanismos.
Sólo quería dejar una alerta.
Twitter del autor: @dobertipablo