*

Descubre cómo Camus, Baudelaire y Dylan Thomas se convirtieron en himnos del desconsuelo feliz

Durante más de cuatro décadas, The Cure ha sido mucho más que una banda: es una atmósfera. Una mezcla entre melancolía y deseo, entre la poesía oscura y los destellos de una juventud que no termina de extinguirse; un estado del alma: melancólico, luminoso y profundamente humano.

Robert Smith, con su icónico peinado despeinado, su voz abismal y delineador corrido, ha hecho del dolor un arte. Su universo no solo se alimenta del desamor o la tristeza, sino también de la literatura que lo marcó. Porque detrás de muchas de sus letras hay ecos de autores como Camus, Baudelaire o Dylan Thomas: espíritus que, como él, encontraron belleza en la decadencia.

Cinco canciones de The Cure donde la literatura se convirtió en música.

1. Killing an Arab – Albert Camus
Inspirada en El extranjero de Albert Camus, esta canción no es una apología ni una provocación, sino una lectura existencialista. Smith traduce en sonido el absurdo y la alienación del protagonista, Meursault, frente al mundo. Killing an Arab es el reflejo de un hombre que actúa sin razón aparente, atrapado en la indiferencia del sol y la arena. Es, lo que muchos llamarían: nihilismo hecho canción, un eco del aparente “no importa” de Camus convertido en bajos y distorsión.

Da click aquí para encontrar el libro

2. Charlotte Sometimes – Penelope Farmer

Basada en la novela de Penelope Farmer, esta pieza encapsula el desconcierto del tiempo y la identidad. Charlotte intercambia su vida con una niña de otra época, y Smith le da voz a esa sensación de estar perdida entre días ajenos. La canción no solo cita fragmentos del libro, sino que captura la textura emocional del relato: una especie de melancolía suspendida, donde los recuerdos se confunden con los sueños.

Da clcik aquí para encontrar el libro

3. The Drowning Man – Mervyn Peake

Extraída del universo barroco y gótico de Gormenghast, de Mervyn Peake, esta canción es una procesión lenta y opresiva. Las guitarras parecen arrastrarse como los pasillos del castillo, y la voz de Smith se hunde con el personaje en una atmósfera de fatalismo poético. Es una de las piezas más literarias del álbum Faith (1981), donde la desesperanza y la belleza se tocan apenas con los dedos.

Da click aquí para encontrar el libro

4. Birdmad Girl – Dylan Thomas

Aquí, Dylan Thomas inspira a Smith con su poema Love in the Asylum. La locura y el amor, tan entrelazados en la poesía del galés, encuentran un eco juguetón en esta canción. A diferencia de los tonos sombríos de otros temas, “Birdmad Girl” baila con la idea de la pasión desbordada, de esa mujer “loca por los pájaros” que habita el poema. Una pequeña desviación hacia la ternura que existe dentro del  caos.

Amor en el asilo

Una extraña ha venido
A compartir mi habitación en la casa que no está bien de la cabeza,
Una chica loca como los pájaros

Cerrando la noche de la puerta con su brazo su pluma.
Estrecha en la cama laberíntica
Engaña a la casa a prueba de cielo con nubes que entran

Pero engaña caminando por la habitación de pesadilla,
Libre como los muertos,
O cabalga los océanos imaginarios de las salas masculinas.

Ha venido poseída
Que admite la luz engañosa a través de la pared que rebota,
Poseída por los cielos

Duerme en el estrecho abrevadero pero camina sobre el polvo
Pero delira a su voluntad
Sobre las tablas del manicomio desgastadas por mis lágrimas andantes.

Y tomado por la luz en sus brazos al fin y al cabo
puedo sin falta
Sufrir la primera visión que incendió las estrellas.

5. How Beautiful You Are – Charles Baudelaire

Pocas veces la tristeza del mundo ha sonado tan bella. Inspirada en Les Yeux des Pauvres (Los ojos de los pobres), de Charles Baudelaire, esta canción observa el desencuentro humano con una ternura silenciosa. Smith toma aquella escena —una pareja que mira a una familia pobre desde la comodidad de un café parisino— y la convierte en una herida suave, casi invisible. En su voz hay compasión, pero también resignación: la constatación de que el amor se agrieta cuando deja de mirar hacia los demás. 

LOS OJOS DE LOS POBRES
 

       ¡Ah! Quieres saber por qué te aborrezco hoy. Te será sin duda más difícil de comprender que a mi explicártelo; porque eres, creo, el ejemplo más claro de impermeabilidad femenina que se pudiera conocer.

       Habíamos pasado juntos un largo día que se me hizo corto. Nos prometimos que todos nuestros pensamientos serían comunes a ambos, y que nuestras dos almas en adelante no serían más que una; – un sueño que no tiene nada de original, después de todo, a no ser que, soñado por todos los hombres, no haya sido realizado por ninguno.

       De noche, un poco cansada, quisiste sentarte delante de una cafetería nueva que hacía esquina con un nuevo boulevard, todavía lleno de escombros que mostraba ya gloriosamente sus lujos inacabados. La cafetería resplandecía. Hasta el mismo gas allí desplegaba todo el ardor de un comienzo e iluminaba con todas sus fuerzas las paredes cegadoras de blancura, las superficies deslumbrantes de los espejos, los oros de las molduras y de las cornisas, los pajes de rollizas mejillas arrastrados por los perros con correa, las señoritas riendo a los halcones posados en su puño, las ninfas y las diosas llevando sobre su cabeza los frutos, los patés y la caza, las Hebes y los Ganímedes ofreciendo a brazo tendido la pequeña ánfora con babarois o el obelisco bicolor de los helados combinados; toda la historia y la mitología puestas al servicio de la glotonería.

       Justo delante de nosotros, en el pavimento, estaba plantado un buen hombre de unos cuarenta años, de cara cansada, barba canosa, llevando de la mano un niño y cargando sobre el otro brazo un pequeño ser demasiado débil para poder caminar. Él desempeñaba el oficio de criada y llevaba a sus hijos a tomar la brisa nocturna. Todos harapientos. Esas tres caras estaban extraordinariamente serias, y esos seis ojos contemplaban fijamente la cafetería nueva con la misma admiración, aunque matizada de manera diferente por la edad.

       Los ojos del padre decían: «¡Qué hermosa! ¡qué hermosa! se diría que todo el oro de este pobre mundo se ha puesto sobre estos muros.» – Los ojos del niño: «¡Qué hermosa! ¡qué hermosa! aunque es una casa donde solo puede entrar la gente que no es como nosotros.» – En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados como para expresar otra cosa que una estúpida y profunda alegría.

       Los cantantes dicen que el placer vuelve al alma buena y ablanda el corazón. La canción tenía razón aquella noche, respecto a mi. No solamente estaba enternecido por esa familia de ojos, sino que me sentía un poco avergonzado de nuestros vasos y jarras, más grandes que nuestra sed. Volví mis ojos hacia los tuyos, querida, para leer mi pensamiento; me bañaba en tu mirada tan bella y tan extrañamente dulce, en tus ojos verdes, habitados por el Capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijiste: » ¡Esas personas me son insoportables con sus ojos abiertos como las puertas cocheras! ¿No podrías pedir al dueño de la cafetería que los aleje de aquí?

       ¡Es tan difícil entenderse, querida mía, y tan incomunicable el pensamiento, incluso entre personas que se aman!

La literatura que respira entre los acordes

The Cure no solo hizo himnos para los melancólicos; construyó puentes entre la música y la literatura. Entre sus canciones laten fragmentos de libros, de poemas y de vidas que nunca terminan de cerrarse.

Robert Smith no canta sobre la literatura: la habita. Y quizá por eso, a más de 40 años de su debut, The Cure sigue sonando como si cada verso fuera una página arrancada de algún sueño o como si hablara desde algún rincón del alma que todos hemos intentado olvidar, pero nunca pudimos.


También en Pijama Surf: Post punk: los ecos de concreto (GUÍA DE ESCUCHA)