El 29 de octubre se celebra el Día Internacional del Gato Negro, una fecha creada para romper con siglos de supersticiones y prejuicios. Durante buena parte de la historia, estos felinos han sido víctimas de la imaginación humana: perseguidos, condenados y hasta sacrificados por el color de su pelaje. Hoy, este día busca reconciliarnos con su figura y recordar que, lejos de traer mala suerte, los gatos negros son guardianes del misterio.
En el Egipto antiguo, los gatos eran sagrados bajo la protección de Bastet; en Grecia, se asociaron con Hécate, diosa de la magia y la noche. El pelaje oscuro no simbolizaba maldad, sino lo enigmático y lo divino.
Todo cambió en la Edad Media. En 1233, la bula Vox in Rama vinculó a los gatos negros con el diablo y los rituales paganos. Desde entonces, fueron perseguidos junto con las mujeres acusadas de brujería. Durante la Peste Negra, su exterminio —erróneamente justificado— agravó el problema: al desaparecer los felinos, proliferaron las ratas.
Con la colonización, los mitos cruzaron el Atlántico. En la Nueva Inglaterra del siglo XVII, el gato negro se volvió “familiar” de las brujas y emblema de mal augurio. La superstición de que “si un gato negro cruza tu camino trae mala suerte” sobrevivió siglos y cada Halloween vuelve a asomar.
La efeméride del 29 de octubre busca revertir el estigma en torno a los gatos negro. Aún hoy, refugios reportan que los gatos de pelaje oscuro son los menos adoptados y, en proporción, los más eutanasiados. A la superstición se suman factores triviales —como que “no salen bien en fotos”— que los invisibilizan.
Este día invita a cambiar la narrativa: el miedo al gato negro pertenece a otra época. Adoptar uno no es rebeldía, sino empatía; es devolverle al misterio su dignidad y sumar a casa compañía, elegancia y calma.
Lejos de hogueras y aquelarres, el gato negro recupera su lugar cultural como símbolo de independencia y encanto nocturno. Celebrar este día es revisar nuestros mitos y mirar al misterio sin temor. Los gatos negros no traen mala suerte: la suerte —como el miedo— está en los ojos de quien mira.