Obsesión que se volvió eternidad: la evolución de «La gran ola de Kanagawa»
Arte
Por: Carolina De La Torre - 07/30/2025
Por: Carolina De La Torre - 07/30/2025
Fue místico, terco, imparable. A veces firmaba como "El viejo loco por la pintura" y otras como Taito, Gakyojin o Katsushika Hokusai. Nació en Edo (hoy Tokio) en 1760, y desde entonces, su vida fue una búsqueda obsesiva por capturar la esencia de las cosas. No solo creó imágenes, también inventó una manera de mirar. Un estilo. Una manera de temblar frente al paisaje.
Hokusai es, para muchos, el nombre que se esconde tras una de las imágenes más icónicas del arte japonés: “La gran ola de Kanagawa”. Pero su genio va mucho más allá de una sola imagen. Fue grabador, ilustrador, pintor, dibujante compulsivo y, sobre todo, un alquimista del tiempo.
Su obra es parte fundamental del movimiento Ukiyo-e, una corriente de grabado japonés que surgió durante el periodo Edo (1603-1868), y cuyo nombre significa literalmente “pinturas del mundo flotante”. Dentro de este universo efímero y sensual, Hokusai llevó la técnica al extremo de la delicadeza.
La evolución de su mítica “Gran Ola” es también un testimonio de su propia evolución como artista:
Para entonces, Hokusai ya había vivido varias vidas. Había perdido a su esposa, había cambiado de nombre más de 30 veces, había sido discípulo de artistas tradicionales, pero también de lo marginal. Su mirada era la de alguien que entendía lo sublime en lo cotidiano. Le fascinaban las libélulas, los remolinos, los gatos, los campesinos. Todo lo que habitaba el mundo con una fuerza humilde.
Entre sus obsesiones más persistentes estuvo el monte Fuji, esa montaña sagrada que aparece en decenas de sus grabados, no solo como paisaje, sino como presencia casi espiritual. Su famosa serie “Treinta y seis vistas del monte Fuji”, donde aparece la Gran Ola, es un canto visual al espíritu japonés, pero también una declaración de amor por la forma, el ritmo y el equilibrio.
Decía que a los 73 había comenzado a comprender la estructura de los seres vivos, y que no sería hasta los 100 que alcanzaría el verdadero arte. Murió a los 88 años, pidiéndole al cielo cinco años más para poder convertirse en un verdadero pintor.
Y tal vez lo logró, no en carne, sino en tinta. Porque su legado ha atravesado siglos, continentes y estilos. Influenció al impresionismo europeo, a Van Gogh, a Monet, y aún hoy su trazo sigue inspirando a generaciones que buscan, como él, algo más que la belleza: una especie de verdad suspendida en el viento, como una ola que no termina de romper.