Suspiria de Profundis: el oscuro ensayo que inspiró a Dario Argento, Baudelaire y al horror moderno
Libros
Por: Carolina De La Torre - 06/21/2025
Por: Carolina De La Torre - 06/21/2025
Antes de que el colorido sangrara sobre la pantalla, antes de que las brujas se volvieran bailarinas y las coreografías, conjuros, hubo un suspiro. Uno profundo. Escrito en inglés victoriano, latín y opio. Thomas De Quincey no escribió un libro de terror. Engendró un umbral.
Suspiria de Profundis fue publicada de forma fragmentaria en 1845. Y aunque se clasifica dentro del ensayo, no responde a ningún molde convencional. Es una colección de piezas breves que oscilan entre el testimonio y la alucinación, entre la filosofía y la pesadilla. De Quincey, marcado por su adicción al opio, no se limitó a narrar sus visiones: las convirtió en arte. Llamó a su estilo “prosa apasionada”, aunque hoy podríamos reconocerlo como una forma de poesía en prosa. Una que huele a incienso y a sueño húmedo de muerte.
El texto no busca moralizar sobre la droga ni explicar sus efectos clínicos. Lo que hace es invocar. Invoca imágenes, emociones, figuras que no provienen del cielo ni del infierno, sino de un tercer plano: el del inconsciente. Allí nacen las Ladies of Sorrow, las tres madres: Mater Lachrymarum, Mater Suspiriorum y Mater Tenebrarum. Deidades o espectros que, lejos de representar arquetipos simples, funcionan como alegorías del sufrimiento humano más íntimo. Son las que acompañan al niño en el abandono, a la madre en el luto, al adicto en su lucidez.
La influencia de Suspiria de Profundis fue inmediata y subterránea, como su tono. Charles Baudelaire, el gran caminante de la decadencia parisina, encontró en De Quincey una afinidad visceral. Inspirado por esta obra, escribió Les paradis artificiels, una reflexión sobre el hachís, el opio y su influencia en la percepción del arte y la creación poética. La segunda parte de ese libro es, literalmente, una traducción de Confessions of an English Opium-Eater —obra anterior de De Quincey—, pero lo que detonó su mirada, lo que filtró su estilo, fue precisamente Suspiria.
Este linaje oscuro —De Quincey, Baudelaire, el opio, las visiones— no murió en el siglo XIX. Se transformó. Un siglo más tarde, el director italiano Dario Argento recuperaría ese universo para moldear su propia mitología: Suspiria (1977), Inferno (1980) y La terza madre (2007). Argento encontró en Levana and Our Ladies of Sorrow, uno de los segmentos clave del ensayo de De Quincey, el punto de partida para una trilogía sobre la brujería, el miedo femenino y la estética del caos. No adaptó el texto. Lo invocó.
La versión de Luca Guadagnino (2018) iría aún más lejos, explorando no solo el terror visual, sino el trauma como legado, la maternidad como poder ambivalente, y la memoria como territorio donde el horror florece. Guadagnino entendió que el texto original de De Quincey no era simplemente sobre drogas ni mujeres sobrenaturales: era una meditación sobre el duelo y la forma en que lo profundo —lo verdaderamente profundo— nunca se supera. Solo se transforma en símbolo.
Porque eso es Suspiria de Profundis: un ensayo sobre el dolor que no busca ser curado, sino comprendido como parte del cuerpo, de la lengua, de la historia. Un texto que no se lee con la razón sino con los huesos. Que inspira a poetas, a cineastas, a soñadores febriles. Que susurra desde el fondo. Desde lo que no se puede nombrar, pero sí escribir.