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Vivimos en la búsqueda perpetua de la novedad porque tenemos terror al aburrimiento, o dicho de otro modo, a habitar nuestra propia conciencia

“El viaje” es un poema de Charles Baudelaire incluido a partir de la segunda edición de Las flores del mal, publicada (con censura) en París en 1861. El poema forma parte de la última sección titulada ‘La muerte’, integrada a su vez por seis poemas, de los cuales “El viaje” es el último.

En “El viaje”, Baudelaire convocó algunos de los temas más característicos de su poesía, así como del ánimo moderno en general: la melancolía, el aburrimiento, el deseo de huir, la disparidad entre las maravillas del mundo y la pequeñez del ser humano moderno (al parecer incapaz ya de asombro o terror, más bien preso en un ennui persistente) y la búsqueda inagotable de lo “nuevo”.

De dichos elementos, este último resalta en la composición cuando se le mira a la luz de lo que vivimos actualmente. A lo largo del poema, la búsqueda de lo nuevo se encuentra sólo como un motivo tácito, una suerte de “intencionalidad” oculta o subrepticia, casi inconsciente, que motiva el deseo de viaje que canta el yo poético del texto. 

En ese sentido, aunque el Yo del poema parece estar tejiendo un elogio del viaje que transita por diversos temas –desde por qué el viajero emprende su travesía, hasta las maravillas que descubre y su testimonio maravillado–, las estrofas finales revelan de súbito y acaso inesperadamente la tesitura real de ese deseo aparentemente aventurero de viajar. En el fondo, el viajero ha realizado su viaje por dos motivaciones que son en algún sentido continuación una de otra, una especie de bucle imposible de resolver: el aburrimiento (estado emocional por excelencia del hombre moderno) y la búsqueda y consumo incesante de lo nuevo como su remedio aparente. Se trata de un bucle porque, como también lo muestra el poema, el viajero se percata en algún momento de su viaje (al inicio, al medio o al final, o en un momento cualquiera, poco importa) de que el encuentro con “lo nuevo” no satisface, ni ahuyenta, ni cura su aburrimiento. Se da cuenta, pero opta por ignorarlo. Elige continuar buscando lo nuevo, pensando que acaso la siguiente novedad sí disipará su ennui crónico.

¡Amargo sabor, aquel que se extrae del viaje!
El mundo, monótono y pequeño, en el presente,
ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen;
un oasis de horror en un desierto de tedio.

¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate;
parte, si es menester. Uno corre, el otro se oculta
para engañar a ese enemigo vigilante y funesto,
¡el Tiempo! Él pertenece a los corredores sin respiro,

como el Judío Errante y como los apóstoles,
a quien nada basta, ni vagón ni navío,
para huir de este retiro infame; y aun hay otros
que saben matarlo sin abandonar su cuna.

 

[Amer savoir, celui qu'on tire du voyage!
Le monde, monotone et petit, aujourd'hui,
Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image:
Une oasis d'horreur dans un désert d'ennui!

Faut-il partir? rester? Si tu peux rester, reste;
Pars, s'il le faut. L'un court, et l'autre se tapit
Pour tromper l'ennemi vigilant et funeste,
Le Temps! Il est, hélas! des coureurs sans répit,

Comme le Juif errant et comme les apôtres,
À qui rien ne suffit, ni wagon ni vaisseau,
Pour fuir ce rétiaire infâme; il en est d'autres
Qui savent le tuer sans quitter leur berceau.]

El poema es del siglo XIX, pero el sentimiento que condensa se ha extendido como una onda hasta nuestros días. Como otros han señalado, esa es parte de la grandeza de Baudelaire: que de una manera verdaderamente improbable, reconoció los estados de ánimo que serían característicos del ser humano en la modernidad. El poema hace eco de una amplia tradición poética y literaria en general en torno al viaje, pero cuando recae sobre el motivo de la novedad se vuelve de pronto cercano, incluso excesivamente, con esa intimidad molesta que se siente cuando algo o alguien nos confronta con un rasgo nuestro que de ordinario no nos gusta ver ni reconocer. 

¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!

¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!

 

[Ô Mort, vieux capitaine, il est temps! levons l'ancre!
Ce pays nous ennuie, ô Mort! Appareillons!
Si le ciel et la mer sont noirs comme de l'encre,
Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons!

Verse-nous ton poison pour qu'il nous réconforte!
Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu'importe?
Au fond de l'Inconnu pour trouver du nouveau!]

En este caso, Baudelaire nos lleva a mirar más de cerca esa sed por lo nuevo que aun hoy en día forma parte de nuestro ethos colectivo y cotidiano, un imperativo inconsciente que obedecemos ciega y masivamente, sin muchas alternativas para frenarlo o al menos advertirlo. Las ideas de “estar a la moda”, de estar al día (con las noticias, con los últimos estrenos, con el escándalo del momento, con las “tendencias” de Internet), de “innovar” o renovarse (personalmente), de vivir la última experiencia en boga (que, paradójicamente, todo mundo está deseando también), entre otras afines, son expresión de esa inercia que seguimos sin saber muy bien por qué salvo, quizá, porque esperamos vagamente que, como en el poema de Baudelaire, lo nuevo nos evada de esa fastidiosa tarea que es para el ser humano moderno habitar su propia conciencia.

***

Reproducimos a continuación de manera íntegra el poema de Charles Baudelaire El viaje, en la traducción que se aloja en Wikisource. En este enlace se encuentra la versión original en francés.

EL VIAJE
Charles Baudelaire

I

Para el niño, enamorado de mapas y estampas,
el universo es igual a su vasto apetito.
¡Ah! ¡Cuán grande es el mundo a la claridad de las lámparas!
¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño!

Una mañana zarpamos, la mente inflamada,
el corazón desbordante de rencor y de amargos deseos,
y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda
meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares.

Algunos, dichosos al huir de una patria infame;
otros, del horror de sus orígenes, y unos contados,
astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer,
la Circe tiránica de los peligrosos perfumes.

Para no convertirse en bestias, se embriagan
de espacio y de luz, y de cielos incendiados;
el hielo que los muerde, los soles que los broncean,
borran lentamente la huella de los besos.

Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten
por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,
de su fatalidad jamás ellos se apartan,
y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡vamos!

¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,
y que como el conscripto, sueñan con el cañón,
en intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas,
y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre!


II

Imitamos ¡horror! al trompo y la pelota
en su danza y sus saltos; hasta en nuestros sueños
la Curiosidad nos atormenta y nos envuelve,
como un Ángel cruel que fustigará soles.

¡Singular fortuna en la que el final se desplaza,
y no estando en parte alguna, puede hallarse por doquier!
¡Donde el Hombre, que jamás la esperanza abandona,
para lograr el reposo corre siempre como un loco!

Nuestra alma es nave de tres palos buscando su Icaria;
una voz resuena en el puente: ¡atención!.
Una voz desde la cofa, ardiente y loca, clama:
¡amor... gloria... felicidad!. ¡Infierno! ¡Es un escollo!

Cada islote señalado por el vigía
es un El dorado prometido por el Destino;
la imaginación, que acucia su orgía
no halla más que un arrecife al amanecer.

¡Oh, el infeliz enamorado de tierras quiméricas!
¿Habrá que engrillar y arrojar al mar,
a este marinero borracho, inventor de Américas
para el cual el espejismo toma el remolino más amargo?

Como el viejo vagabundo, chapaleando en el lodo
sueña, husmeando en el aire, brillantes paraísos;
su mirada hechizada descubre una Capúa
en cuanto lugar la candela alumbra un tugurio.


III

¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles relatos
leemos en vuestros ojos profundos como los mares!
Mostradnos los joyeros de vuestras ricas memorias,
esas alhajas maravillosas, hechas de astros y de éter.

¡Deseamos viajar sin vapor y sin velas!
Para ahuyentar el tedio de nuestras prisiones,
haced desfilar nuestros espíritus, tensos como un lienzo,
vuestros recuerdos enmarcados por horizontes.

Decid, ¿qué habéis visto?


IV

Hemos visto astros
y olas; hemos visto playas además;
y, malgrado muchos choques e imprevistos desastres,
nos hemos hastiado, a menudo, como aquí.

El esplendor del sol sobre el mar violáceo,
el esplendor de las ciudades en el sol poniente,
encendían en nuestros corazones el impulso inquietante
de sumergirnos en el cielo con su reflejo fascinante.

Las más ricas ciudades, los más amplios paisajes,
jamás contenían el atractivo misterioso
de aquellos que el azar forma con las nubes.
¡Y siempre el deseo nos tornaba inquietos!

—El gozo acrecienta del deseo la fuerza.
¡Deseo, viejo árbol, al cual el placer sirviéndole de abono,
entretanto acrecienta y endurece tu corteza,
tus ramas quieren ver el sol de más cerca!

¿Crecerás siempre, gran árbol, más vivaz
que el ciprés? —Sin embargo, nosotros, con cuidado,
recogimos algunos croquis para vuestro álbum voraz,
¡hermanos que encontráis bello todo cuanto viene de lejos!

Hemos saludado ídolos engañosos;
tronos constelados de joyas luminosas;
palacios adornados cuya feérica pompa
sería para vuestros banqueros un sueño ruinoso;

Vestimentas que son para la vista una embriaguez;
mujeres cuyos dientes y las uñas están pintados,
y juglares sabios que la serpiente acaricia.


V

Y después, y después. ¿Todavía, qué más?


VI

¡Oh, cerebros infantiles!”.

Para no olvidar el tema capital,
hemos visto en todas partes, y sin haberlo buscado,
desde arriba hasta abajo la escala fatal,
el espectáculo enojoso del inmortal pecado:

La mujer, esclava vil, orgullosa y estúpida,
sin reír extasiándose y adorándose sin repugnancia;
el hombre, tirano goloso, lascivo, duro y ávido,
esclavo de la esclava y arroyo en la cloaca;

El verdugo que goza, el mártir que solloza;
la fiesta que sazona y perfuma la sangre;
el veneno del poder enervando al déspota,
y el pueblo amoroso del látigo embrutecedor;

Muchas religiones semejantes a la nuestra,
todas escalando el cielo; la Santidad,
cual un lecho de plumas donde un refinado se revuelca,
en los clavos y la cerda, buscando la voluptuosidad;

La Humanidad habladora, ebria de su genialidad,
y enloquecida, hoy como lo estaba ayer,
clamando a Dios, en su furibunda agonía:
¡oh, mi semejante, oh mi señor, yo te maldigo!”.

Y los menos necios, atrevidos amantes de la Demencia,
huyendo del gran rebaño acorralado por el Destino,
refugiándose en el opio inconmensurable!
—Tal es del globo entero el eterno boletín.


VII

¡Amargo sabor, aquel que se extrae del viaje!
El mundo, monótono y pequeño, en el presente,
ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen;
un oasis de horror en un desierto de tedio.

¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate;
parte, si es menester. Uno corre, el otro se oculta
para engañar ese enemigo vigilante y funesto,
¡el Tiempo! Él pertenece a los corredores sin respiro,

Como el Judío Errante y como los apóstoles,
a quien nada basta, ni vagón ni navío,
para huir de este retiro infame; y aun hay otros
que saben matarlo sin abandonar su cuna.

Cuando, finalmente, él ponga su planta sobre nuestro espinazo,
podremos esperar y clamar: ¡adelante!
Lo mismo que otras veces, cuando zarpamos para la China,
con la mirada hacia lo lejos y los cabellos al viento,

Nos embarcaremos sobre el mar de las Tinieblas
con el corazón gozoso del joven pasajero.
Escucháis esas voces, embelesadoras y fúnebres,
que cantan: ¡Por aquí! Vosotros que queréis saborear

¡El Loto perfumado! Es aquí donde se cosechan
los frutos milagrosos que vuestro corazón apetece;
acudid a embriagaros con la dulzura extraña
de esta siesta que jamás tiene fin!”.

Por el acento familiar barruntamos al espectro;
nuestros Pilades, allá, nos tienden sus brazos.
¡Para refrescar tu corazón boga hacia tu Electra!”.
Dice aquella a la que en otros días besábamos las rodillas.


VIII

¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!

¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!


Encuentra en este enlace el libro Las flores del mal de Charles Baudelaire


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Imagen de portada: Un Bar aux Folies-Bergère (Édouard Manet, 1882)