George Orwell: el hombre que denunció el lenguaje del poder
Libros
Por: Carolina De La Torre - 06/25/2025
Por: Carolina De La Torre - 06/25/2025
Hay escritores que mueren jóvenes, otros que mueren tarde y unos pocos que mueren todos los días, cuando sus advertencias son ignoradas. George Orwell, nacido un 25 de junio de 1903 en la entonces India británica, pertenece a este último grupo: no solo por haber escrito contra los autoritarismos de su época, sino porque sigue hablándole a la nuestra. Cada vez que un gobierno tuerce las palabras, cada vez que el lenguaje se convierte en una cortina de humo, Orwell resucita.
Se llamaba Eric Arthur Blair, pero eligió llamarse George Orwell: un seudónimo tan sobrio y directo como la prosa que defendía. Desde joven supo lo que era estar del lado del imperio —fue policía colonial en Birmania— y también lo que era rebelarse contra él. Escribió desde la experiencia, pero también desde la herida. Viajó entre clases, entre mundos, entre ideologías. Peleó con los republicanos en la Guerra Civil española, donde no solo enfrentó al fascismo, sino a las traiciones internas del comunismo estalinista.
De esas cenizas surgieron dos de sus obras más potentes: Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949). La primera, una fábula despiadada sobre cómo los ideales revolucionarios pueden ser devorados por el poder. La segunda, una distopía tan real que a veces parece un manual de instrucciones para regímenes modernos. El Gran Hermano, la neolengua, el doblepensar… Orwell inventó palabras para denunciar lo que el poder intenta hacer con las nuestras: vaciarlas, corromperlas, domesticarlas.
Pero no era solo un político, ni un moralista, ni un santo. Era un hombre contradictorio: austero y feroz, idealista y sombrío, defensor de la clase obrera pero a veces con una distancia elitista. Amó el lenguaje, pero odiaba los adornos innecesarios. Su regla era clara: si una palabra no sirve para decir la verdad, mejor no usarla.
Murió en 1950, a los 46 años, por una tuberculosis que lo fue apagando lentamente, mientras terminaba su última novela. No recibió premios en vida. No fue profeta para todos. Pero dejó una obra que hoy —cuando la vigilancia digital ya no necesita cámaras, cuando el algoritmo es el nuevo Ministerio de la Verdad— se vuelve urgente.
Quizá por eso hoy, en el aniversario de su nacimiento, valga la pena volver a su advertencia más célebre:
“En una época de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.”