*

Un estudio revela que el cerebro aprende sin que lo sepas: mientras caminas, divagas o simplemente existes, tus neuronas se entrenan sin pedirte permiso.

Hace un tiempo, en Pijama SURF, hablamos del ocio como resistencia y del caminar como forma de reconectar con el mundo y con uno mismo. Hoy, la neurociencia viene a confirmar que esas intuiciones no eran solo románticas o filosóficas, sino profundamente biológicas: el cerebro, incluso cuando parece distraído, también está aprendiendo.

A veces, caminar sin rumbo es una forma de volver a casa. No porque encuentres una dirección, sino porque tu cerebro —en su infinita astucia— ya sabe lo que está haciendo mientras tú crees que no haces nada. Divagar, esa actividad tan castigada por el ruido productivista, no es un desperdicio: es una estrategia evolutiva. Una forma de aprendizaje silencioso. Una revolución íntima.

Un nuevo estudio publicado en Nature por el equipo de Lin Zhong y Marius Pachitariu, del Janelia Research Campus del Instituto Médico Howard Hughes, lo confirma: el cerebro es capaz de aprender sin tareas ni atención consciente. Puede reorganizarse, entrenarse y afilar sus redes neuronales en segundo plano, como si preparara el terreno para algo que aún no sabe que vendrá. Como si la distracción fuera un tipo de lucidez.

El experimento: explorar sin que nadie te lo pida

La investigación utilizó un mesoscopio, una tecnología de imagen avanzada capaz de registrar la actividad de hasta 90,000 neuronas en simultáneo. Los protagonistas fueron ratones en un entorno de realidad virtual: un pasillo decorado con texturas visuales, algunas asociadas con recompensas, otras simplemente parte del paisaje.
Durante semanas, los ratones caminaron libremente. Sin metas. Sin tareas. Solo explorando. Como tú cuando te escapas a la calle sin motivo. Como cuando tu mente flota en medio de una caminata sin destino.

Lo fascinante ocurrió cuando se comparó a estos animales con otros que sí fueron entrenados para asociar estímulos visuales con recompensas. Los que habían “divagado” antes, aprendieron más rápido. El cerebro ya había hecho el trabajo sucio: había estructurado, organizado, preentrenado.

Aprender sin querer: el arte del preentrenamiento

Los investigadores descubrieron que, incluso sin una consigna específica, ciertas áreas del córtex visual ya estaban activas, codificando el entorno. Cuando finalmente se introdujo una tarea concreta, otras zonas del cerebro se sumaron, integrando lo que ya se había procesado en la fase de ocio.

Esta doble vía del aprendizaje —el pasivo y el activo, el inconsciente y el dirigido— rompe con décadas de visión reduccionista. No siempre hace falta que alguien nos enseñe algo. A veces, simplemente estar ahí, mirar, respirar, vagar, basta para que el cerebro comience a escribir sus propios mapas.

“No siempre necesitas un maestro que te enseñe: aún puedes aprender sobre tu entorno de forma inconsciente”, afirma Zhong.

Neuroplasticidad sin castigos ni recompensas

La plasticidad neuronal, esa capacidad mágica del cerebro para modificarse, no solo ocurre cuando estamos atentos o resolviendo problemas. También sucede mientras soñamos despiertos, mientras exploramos sin saber qué buscamos, mientras simplemente existimos.

Lo que antes era patrimonio de la inteligencia artificial —el famoso "preentrenamiento no supervisado"— ahora se revela como un mecanismo ancestral de nuestro sistema nervioso. El cerebro, al igual que los algoritmos más avanzados, absorbe patrones antes de saber para qué los necesitará.

No estás perdiendo el tiempo: estás cultivando algo

Este hallazgo no solo revoluciona la neurociencia: abre preguntas incómodas para la educación, la infancia, los métodos de enseñanza, y nuestra forma de entender la atención. ¿Qué pasaría si en lugar de forzar a los niños a concentrarse, les permitiéramos explorar sin metas fijas? ¿Y si los momentos de distracción fueran parte esencial del proceso?

Porque el aprendizaje no empieza cuando suena la campana, sino cuando el entorno ya ha sido sentido, recorrido, escuchado sin juicio.
Y también cuestiona nuestros estándares para hablar de trastornos de atención: ¿y si parte del “problema” fuera un entorno que no entiende cómo aprendemos de verdad?

La exploración como evolución

Desde una perspectiva evolutiva, este tipo de aprendizaje tiene todo el sentido. En la naturaleza, ningún animal sabe con certeza qué información será vital. Por eso, el sistema nervioso se encarga de registrar, codificar y almacenar incluso sin una razón aparente.

Durante el estudio, muchas neuronas modificaron su comportamiento solo con la experiencia de recorrer el entorno. Sin premios. Sin castigos. Sin entrenadores. Un acto puro de percepción viva.

Caminar como forma de resistencia (otra vez)

Ya lo habíamos dicho antes: caminar sin rumbo no es perderse, sino resistir. El ocio no es pereza, es una pausa fértil. Ahora, la ciencia nos da municiones para seguir defendiéndolo. Cada paso sin propósito aparente es, quizá, un gesto profundamente humano. Una forma de preparar el alma —y el cerebro— para lo que vendrá.

Así que la próxima vez que salgas a vagar, no te disculpes. Estás aprendiendo. Aunque no te des cuenta. Aunque nadie te evalúe.

Aunque parezca que solo estás dejando pasar el tiempo.


También en Pijama Surf: Caminar es resistir: una propuesta ambulante de David Le Breton y Walter Benjamin


Imagen de portada:Unsplash