«Mi actitud es que, por muy dura que sea la vida, lo que importa es hacer algo interesante con ella. Y esto tiene mucho que ver con el mundo físico, con mirar las cosas, la nieve y la luz y el olor de la puerta y todo aquello que constituye a cada instante tu existencia fenoménica. Qué gran consuelo... saber que estas cosas persisten en su ser y que puedes pensar sobre ellas y hacer algo con ellas en la página.»
"Hombre en sus horas libres", Anne Carson
Escribe Anne Carson, con esa precisión que solo nace de sentir el mundo con los cinco sentidos abiertos, y el alma aún más. Hay frases que no se leen, se sienten como si alguien hubiera escrito algo que tú siempre supiste pero no habías podido nombrar. Esta, por ejemplo, se incrusta como una astilla cálida, como un recordatorio suave pero brutal: que hemos olvidado mirar y sentir.
Hemos dejado de prestar atención. De tocar el mundo con los ojos y con el pensamiento. De percibir el olor de la puerta, el sonido que hace la luz cuando cae sobre un mueble viejo, el estremecimiento de una hoja al cambiar de estación. Nos hemos exiliado de la experiencia sensorial como si sentir fuera algo prescindible. Y no lo es. No cuando el alma se alimenta de lo mínimo, de lo aparentemente insignificante. No cuando el tiempo, ese animal invisible, sigue deslizándose aunque no lo miremos.
El mundo insiste en su existencia fenomenológica —como dice Carson—, aunque lo ignoremos. La luz sigue filtrándose, el polvo sigue bailando en el aire, el frío sigue acariciando el metal de las cerraduras, pero nosotros ya no estamos ahí para notarlo. Nos movemos con los ojos bajos, anestesiados por la velocidad, por las listas de tareas, por la prisa que no nos lleva a ninguna parte. Y lo más triste es que creemos que vivir es eso: moverse, producir, lograr. Pero hay algo más profundo, más honesto, más ferozmente humano: estar.
Y eso, estar, mirar, oler, pensar sobre las cosas y escribirlas, tal vez sea lo único realmente interesante que podemos hacer con la vida. El resto —los éxitos, las posesiones, las pantallas— es solo ruido. Carson no lo dice como consuelo, sino como urgencia. Porque hay belleza en el hecho de que todo lo que nos rodea persista más allá de nuestro caos, y que nosotros aún podamos habitarlo si decidimos mirar.
Nos hemos enajenado como quien se aleja de un cuerpo amado sin saber por qué. Y sin embargo, cada instante sigue ofreciéndose entero, sin rencor, como un perro fiel. Lo importante no es entenderlo todo, ni tener respuestas, sino aprender a presenciar. Recuperar la relación con lo real. Ser testigos de lo que ocurre sin filtros, sin algoritmos. La revolución más íntima, y quizá la más urgente, es volver al mundo con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto a dejarse afectar por lo pequeño.
Hacer algo interesante con la vida, al final, quizá no es más que esto: sentirla, mirar los colores únicos de cada momento, los aromas que hacen conectar contigo o el entorno, sentir el aire, la lluvia o la luz del atardecer. Dejar que el mundo nos atraviese, como si el milagro de existir no fuera un dato, sino una constante experiencia activa. Como si cada momento, por efímero que parezca, llevara dentro una chispa de eternidad.