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Casi todos los recibos impresos contienen bisfenol A, una sustancia que altera el sistema hormonal. Su uso sigue extendido pese a estar relacionado con enfermedades graves y estar regulado en varios países.

Cada vez que recibimos un ticket de compra, podríamos estar sumando más que un registro de gastos. Según diversos estudios científicos, la mayoría de los recibos impresos en papel térmico contienen bisfenol A (BPA), una sustancia química usada desde los años 60 en la fabricación de plásticos, y que también se emplea en las capas térmicas de estos papeles.

El BPA es un disruptor endocrino: es decir, una sustancia capaz de interferir con el sistema hormonal. Investigaciones lo han vinculado a problemas de fertilidad, cáncer de mama y próstata, diabetes, obesidad, alteraciones neurológicas y cardiovasculares. Incluso se ha documentado que exposiciones mínimas durante el embarazo podrían afectar los ritmos circadianos del feto, como lo sugiere un estudio de la Universidad de Calgary.

Uno de los estudios más citados es el de la Universidad de Granada, que reveló que el 90% de los tickets analizados contenían BPA. La Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria de Francia ya había alertado sobre sus efectos desde 2013, lo que llevó al país a prohibirlo. Sin embargo, fue reemplazado por otro compuesto similar (BPS), cuyo perfil toxicológico sigue en debate.

En la Unión Europea, el uso de BPA en papel térmico fue prohibido en 2020, aunque la decisión se tomó desde 2016. Ese lapso entre la sospecha y la regulación no es casual: según la organización European Environmental Bureau, una sustancia puede seguir en circulación hasta por 16 años después de ser investigada por posibles riesgos.

Esto ocurre, en parte, porque la regulación de químicos en Europa y muchas otras regiones es lenta, fragmentada y a menudo influenciada por presiones industriales. El mismo organismo reportó que de 94 sustancias revisadas en 2018, el 49% se consideraron inseguras para el uso comercial actual, pero el 74% de ellas seguía sin control efectivo.

En medio del debate, algunos sectores aseguran que la exposición al BPA a través de los tickets es “mínima” o “no significativa” en términos de salud pública. No obstante, la comunidad científica ha insistido en que incluso dosis bajas, si son continuas o se combinan con otras fuentes de exposición, pueden ser problemáticas. Más aún, quienes trabajan en cajas de supermercados o reciben decenas de recibos al día pueden estar expuestos de forma crónica.

Los investigadores aconsejan evitar el contacto prolongado con los tickets: no arrugarlos, no usarlos para escribir, no mezclarlos con alimentos ni guardarlos en la cartera. Medidas simples que pueden reducir riesgos mientras las regulaciones alcanzan la velocidad de la ciencia.

En resumen, el caso del BPA en los tickets de compra no es solo una historia de químicos, sino un reflejo de cómo se gestionan los riesgos en el mundo moderno. Un sistema que muchas veces actúa más lento que la evidencia.


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Imagen de portada: NatGeo