Hipatia de Alejandría: la musa silenciada en «La escuela de Atenas»
Filosofía
Por: Yael Zárate Quezada - 05/29/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 05/29/2025
Desde el primer vistazo, La escuela de Atenas de Rafael —una de las obras más icónicas del Renacimiento— nos llama la atención por su composición monumental y su alineación estelar de mentes brillantes de la Grecia clásica. Allí están Platón y Aristóteles en el centro, caminando entre filósofos, matemáticos, astrónomos y pensadores. Sin embargo, entre tantos rostros reconocibles, hay uno que suele pasar desapercibido, quizás por no encajar en la narrativa dominante. Una mujer con una mente brillante. Se trata de Hipatia de Alejandría.
Rafael pintó esta obra entre 1509 y 1511 en el Vaticano, y aunque el mural es una exaltación del conocimiento clásico, la inclusión de Hipatia es una presencia discreta, pero poderosa. No está colocada en el centro, pero su expresión es serena y su postura firme, con una mirada que evoca aquella máxima de la filosofía: Sapere aude ("Atrévete a saber").
Hipatia de Alejandría
Hipatia nació en Alejandría hacia el año 360, hija del matemático Teón, uno de los últimos sabios del legendario Museion. Educada en las ciencias exactas, pronto superó a su propio padre. Se volvió una figura central en la vida intelectual de la ciudad, pues enseñaba filosofía, matemáticas y astronomía, y lo hacía en espacios públicos, ante auditorios formados por nobles, estudiantes y autoridades. Su escuela fue una de las últimas llamas del helenismo.
El historiador Filostorgio escribió que Hipatia “superó a su maestro en el arte de observar los astros”, y su fama como pensadora era tal que incluso políticos consultaban su juicio.
Pero su sabiduría no fue lo único que la distinguió, Hipatia también era conocida por su belleza, algo que despertó la fascinación de muchos de sus alumnos. Incluso, uno de ellos llegó a enamorarse profundamente de ella. Hipatia, en un gesto tan filosófico como radical, le mostró un trozo de tela manchado con su menstruación y le preguntó: “¿Y esto es lo que amas?”, en una demostración de desarmar la idealización carnal, y recordarle a su pupilo que el amor verdadero del filósofo debía dirigirse hacia lo eterno, no hacia el cuerpo.
Pero su independencia, su influencia y su falta de sometimiento religioso la volvieron un blanco fácil. En ese tiempo, Alejandría estaba envuelta en tensiones teológicas y políticas, y la figura de Hipatia fue vista como una amenaza por el patriarca cristiano Cirilo, quien consideraba intolerable que una mujer tuviera ese nivel de poder y admiración pública.
El odio fue tanto que, en marzo del año 415, un grupo de fanáticos cristianos la interceptó cuando regresaba a su casa. La arrastraron hasta una iglesia, la desollaron y la desmembraron. Después, sus restos fueron quemados como si con eso se pudiera purgar su legado.
Durante siglos, la vida de Hipatia permaneció oculta, aunque no desapareció del todo. Su memoria sobrevivió en relatos populares, en textos bizantinos y, siglos más tarde, fue recuperada por los pensadores de la Ilustración como símbolo de la razón frente a la barbarie.
Más de mil quinientos años después, Hipatia para hablarnos desde la esquina de una pintura renacentista y nos mira fijamente para decirnos que el pensamiento libre, aunque silenciado, nunca podrá ser destruido.