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Un estudio reciente muestra que ChatGPT mejora el rendimiento, la percepción del aprendizaje y el pensamiento de orden superior, pero en un entorno cada vez más mediado por la inteligencia artificial, vale la pena preguntarse: ¿estamos aprendiendo mejor o simplemente aprendiendo diferente?

La inteligencia artificial ha irrumpido en múltiples dimensiones de nuestra vida diaria, y en el ámbito educativo no ha sido la excepción. ChatGPT, la herramienta de IA que está transformando la forma en que los estudiantes interactúan con el conocimiento, ha despertado tanto entusiasmo como inquietud. Un reciente meta-análisis —"The effect of ChatGPT on students’ learning performance, learning perception, and higher-order thinking" (Jin Wang y Wenxiang Fan, 2025)— arroja cifras contundentes, pero también deja abiertas muchas preguntas. ¿Estamos ante un nuevo aliado para el aprendizaje o frente a una metamorfosis de lo educativo que apenas comenzamos a comprender?

Un rendimiento mejorado, ¿a expensas de qué?

 El estudio revela un incremento significativo en el rendimiento académico de los estudiantes que utilizaron ChatGPT. A primera vista, este hallazgo podría celebrarse como un avance tangible. Sin embargo, ¿de qué tipo de avance hablamos? Si bien la IA puede ofrecer respuestas inmediatas y personalizadas, la velocidad no siempre es sinónimo de profundidad. ¿Estamos privilegiando la eficiencia por encima del proceso lento, pero formativo, del pensamiento crítico?

La inquietud no es menor: si los estudiantes se habitúan a obtener soluciones con un solo clic, ¿qué lugar queda para el error, para la búsqueda incierta, para el titubeo que también enseña? El aprendizaje no es solo llegar a una respuesta correcta, sino también recorrer el camino que lleva a ella, con sus bifurcaciones, retrocesos y desvíos inesperados.

Percepción del aprendizaje: ¿una experiencia superficial o diferente?

 El impacto en la percepción del aprendizaje (g = 0,456) sugiere que, aunque moderado, ChatGPT logra generar una experiencia subjetivamente positiva. Pero esta percepción, |¿surge de una verdadera comprensión o de la sensación de control que brinda una interfaz que responde sin juicio ni espera? En un mundo donde la educación se nutre del vínculo humano, la motivación y la inspiración, cabe preguntarse si esta interacción con una IA puede —o debe— suplir ese terreno emocional y simbólico que los docentes y los entornos colaborativos ofrecen.

Pensamiento de orden superior: ¿una capacitación guiada o simulada?

 El estudio señala que ChatGPT también impacta de manera positiva en el desarrollo del pensamiento de orden superior (g = 0,457), siempre que exista una guía pedagógica estructurada, como el uso de la taxonomía de Bloom (marco de referencia pedagógico, desarrollada por Benjamin Bloom y sus colegas en 1956). Aquí el matiz es clave: la herramienta, por sí sola, no garantiza el pensamiento complejo. Sin una intención didáctica clara, existe el riesgo de que la IA se convierta en un atajo más que en una brújula, reforzando patrones de respuesta rápidos, pero no necesariamente reflexivos.

Dependencia tecnológica: ¿recurso o riesgo?

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es que los beneficios de ChatGPT se estabilizan tras un uso sostenido de 4 a 8 semanas. Esto plantea una cuestión inevitable: ¿puede esta familiaridad convertirse en dependencia? ¿se están formando formando estudiantes que saben aprender… o que saben pedirle a una máquina que aprenda por ellos? La tecnología puede acompañar, sí, pero no debería sustituir la capacidad humana de enfrentar lo incierto, de construir conocimiento desde el no saber.

 El estudio recomienda integrar ChatGPT como un tutor inteligente, un apoyo más que un reemplazo. Y, sin embargo, la frontera entre complemento y sustitución no siempre es clara. Porque la educación no solo forma mentes, también forma personas. Y ese proceso —lleno de emociones, conflictos y vínculos— aún no puede ser replicado por un algoritmo.

 Quizá la cuestión no sea si ChatGPT es bueno o malo, sino cómo elegimos convivir con él. El aprendizaje siempre ha sido una forma de humanidad: una experiencia marcada por la duda, la sorpresa y el deseo de comprender lo que aún no se sabe. En ese sentido, equivocarse no es un error, sino una posibilidad. Tal vez, más que temerle a la eficiencia de la IA, debamos preocuparnos por no perder esa disposición a errar, a cuestionar, a maravillarnos.

Porque si bien hoy es imposible desprenderse de las nuevas formas de vida que la tecnología nos propone, también es urgente recordarnos que el conocimiento no solo se construye con respuestas, sino también —y sobre todo— con preguntas. Y eso, hasta ahora, sigue siendo un privilegio profundamente humano.


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Imagen de portada: ADN américa