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¿Cuáles son esos futuros posibles que la ficción advierte y que aún estamos a tiempo de evitar?

Del griego dis, “difícil” o “malo”, y topos, “lugar”, una distopía es literalmente un “mal lugar” en el que existir y coexistir se vuelve extremadamente complicado. El término fue acuñado por el filósofo John Stuart Mill en 1868, y desde entonces se ha utilizado para describir mundos apocalípticos o totalitarios donde la vida humana enfrenta grandes desafíos. Películas de zombis o libros como Fahrenheit 451 de Ray Bradbury son ejemplos representativos de este concepto.

Pero no se puede comprender la distopía sin antes repasar su contraparte: la utopía. Este término fue utilizado por Tomás Moro en su libro De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia (1516) –Del mejor estado de la república y de la nueva isla Utopía– para describir una sociedad ideal donde la política, la ciencia, el orden social y la vida cotidiana se desarrollan en armonía. Todo es perfecto.

Por uso extensivo, hemos usado la palabra “utopía” para referirnos a proyectos o ideales que, aunque deseables, resultan casi imposibles de lograr. Un caso contrario ocurre con la distopía que aunque es algo no deseable, parece más cercano o probable dada nuestra trayectoria como especie.

Y es que de eso se trata el tema de las distopías; ya sea en el cine o la literatura, la mayoría se describen como sociedades en decadencia y que son el resultado de omisiones o malas acciones que se realizaron de manera constante durante un tiempo y que derivó en una catástrofe. 

Edificios invadidos por la naturaleza, autos oxidados en avenidas desiertas, un silencio invasivo donde antes reinaba el ruido, son imágenes comunes del género. Pero el verdadero horror distópico va más allá del paisaje: está en la pérdida de humanidad, en el punto de no retorno al que se llega a pesar de múltiples advertencias. Sin embargo, ese también es su propósito: advertirnos, inspirar acción y reflexión sobre el rumbo que tomamos.

¿Qué es lo que hace a una distopía?

Lo interesante de las distopías es que el colapso puede originarse en distintos frentes. En general, las características se agrupan en cinco categorías: control político extremo; destrucción ambiental y caos climático; dominio de la tecnología sobre el ser humano; supervivencia en entornos represivos y hostiles; y pérdida del individualismo.

Ejemplos en la literatura hay varios. Veamos

 

1984, de George Orwell

Una sociedad completamente vigilada por un gobierno autoritario que manipula la verdad y anula la libertad individual. El "Gran Hermano" representa el extremo del control político y mediático.

«1984», George Orwell

 

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

En un futuro donde leer está prohibido y los libros son quemados, la ignorancia es un instrumento de control. La distopía surge del rechazo a la cultura y el pensamiento crítico.

«Fahrenheit 451», Ray Bradbury

 

Un mundo feliz, de Aldous Huxley

Una sociedad que ha sacrificado la libertad a cambio de placer artificial y estabilidad. El control se ejerce mediante la biotecnología y el condicionamiento psicológico.

«Un mundo feliz», Aldous Huxley

 

El cuento de la criada, de Margaret Atwood

Un régimen teocrático que somete a las mujeres a roles estrictamente reproductivos. Es una crítica feroz al patriarcado, al autoritarismo y al fanatismo religioso.

El cuento de la criada, Margaret Atwood

De forma más reciente, la serie de televisión británica Black Mirror retrata futuros cercanos donde la tecnología, en lugar de liberarnos, termina esclavizándonos. Cada capítulo es una advertencia sobre las consecuencias no previstas de nuestra dependencia digital, mostrando cómo nuestras pantallas –el “espejo negro”– reflejan un presente que incómodamente se vuelve más familiar.

 

La distopía es un espejo de nuestros miedos más profundos y de las consecuencias de nuestras decisiones colectivas. Verlas en la pantalla grande o leerlas, nos confronta con preguntas incómodas sobre el poder, la libertad, la tecnología y el futuro que estamos construyendo. 

Quizás su advertencia más valiosa sea recordarnos que aún estamos a tiempo de imaginar y actuar por un mundo distinto, más justo, más humano. Porque si algo nos enseña la distopía, es que evitarla también está en nuestras manos.


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Imagen de portada: gremlin / Getty