*

Gilles Deleuze ofrece su alternativa de respuesta a la pregunta sobre la "utilidad" de la filosofía

¿Para qué sirve la filosofía? ¿Cuántas veces no nos hemos encontrado ante nosotros esta pregunta malintencionada que, quien la enuncia, parece no encontrar en “la madre de todas las ciencias” utilidad alguna para el sistema consumista en el que nos encontramos.

Así como ahora, incontables filósofos se encontraron alguna vez con esta cuestión –que parece trascender el tiempo– y que interpelaron sus interlocutores, los mismos que parecen reproducir el mismo discurso sobre la “productividad” del todo. Pero de manera astuta y fiera siempre hay una respuesta, pues entre los candiles que nos brinda la filosofía, una de las principales es la de “ignorar menos”.

Quiénes estudian filosofía nunca se han salvado de escuchar por lo menos una vez esa misma pregunta: "¿para qué sirve?", y desde Sócrates –que contempló que “filosofía es la búsqueda de la verdad como medida de lo que el hombre debe hacer y como norma para su conducta”–, hasta Gilles Deleuze –el filósofo que nos compete en esta ocasión– hay siglos y siglos de respuestas a ello.

Filosofía para incomodar

En su libro Nietzsche y la filosofía, Deleuze es tajante: cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz.

Para Deleuze, la filosofía no es un simple ejercicio de contemplación o un lujo académico sin consecuencias prácticas. Es una herramienta crítica, una fuerza que desestabiliza lo establecido y combate la bajeza del pensamiento. No está al servicio del Estado ni de la Iglesia, ni de ningún poder que busque perpetuar sus estructuras sin cuestionamiento. Su función es incomodar, contradecir, poner en duda las certidumbres que sostienen el orden social. No busca complacer, sino detestar la estupidez y la sumisión intelectual.

La filosofía, según Deleuze, es una empresa de desmixtificación. En un mundo donde las ideologías dominantes disfrazan sus intereses bajo la apariencia de verdades incuestionables, la filosofía se encarga de arrancar esos velos, de exponer la complicidad entre los dominadores y los dominados. Es un ejercicio de libertad, pues solo quien piensa críticamente puede considerarse libre. Un pensamiento que no contradice, que no provoca incomodidad, que no genera crisis, no es filosófico, es solo una repetición inofensiva de lo ya establecido.

Hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?

 

Contra la utilitariedad

Y es que, al final de todo, la realidad en la que coexistimos nos obliga a pensar que la productividad es un criterio absoluto de valor. Se nos enseña que todo debe servir para algo en concreto, que debe generar un beneficio que pueda cuantificarse. En este esquema, la filosofía es vista con sospecha, porque no encaja en la lógica del rendimiento. Pero su función no es producir bienes ni aumentar la eficiencia, sino revelar las trampas del pensamiento de la utilitariedad, cuestionar el modo en que se construye la realidad y desafiar las estructuras que limitan nuestra capacidad de pensar y actuar.

[La filosofía], sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Solo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas. 

Deleuze señala que “por muy grandes que sean, la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que querrían, que respectivamente les prohíbe, aunque solo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía.

Por eso, la filosofía no fracasa. Mientras existan mentes dispuestas a pensar más allá de lo que se les impone, mientras haya quienes desafíen lo que se da por sentado, la filosofía seguirá cumpliendo su función. No es un adorno del pensamiento, no es un lujo, no es un oficio para soñadores, es un arma para los que no aceptan que el mundo debe ser como es. Porque, como dice Deleuze, ¿quién, excepto la filosofía, se interesa por todo esto?

Citamos a continuación la respuesta de Deleuze in extenso, por considerarlo de interés.

Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Solo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmixtificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean, la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que querrían, que respectivamente les prohíbe, aunque solo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía. No les son permitidos ciertos excesos, pero ¿quién, excepto la filosofía, se los prohíbe? ¿quién les obliga a enmascararse, a adoptar aires nobles e inteligentes, aires de pensador.



También en Pijama Surf: Cuando Deleuze y Guattari conocieron a Bob Dylan y a Joan Baez