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El universo panteísta, desapegado y clínico de Stanley Kubrick

Arte

Por: Luis Alberto Hara - 01/15/2025

Mark Fisher ofrece una lectura en clave de Spinoza de la obra de Kubrick

Mark Fisher, quien falleció hace ocho años luego de suicidarse después de una depresión, fue uno de los pocos críticos innovadores de nuestra época, aplicando teoría crítica estructural a la cultura popular bajo una visión pesimista pero muy lúcida. Un ejemplo brillante es su lectura de la obra de Stanley Kubrick, que sitúa al legendario cineasta como una suerte de ingeniero spinozista de la emoción, elaborando películas que no nos son víctimas de las pasiones, sino que son acerca de la pasión desde un atalaya. Tanto Fisher como Kubrick rechazan la glorificación romántica de la emoción subjetiva, alineándose en cambio con la visión de Spinoza de un universo desapasionado, gobernado por fuerzas inmanentes e impersonales. El trabajo de Kubrick, a diferencia del sentimentalismo hollywoodense, no ofrece escapismo emocional, sino un espejo frío y analítico que refleja el encarcelamiento de la humanidad en la maquinaria de sus propias pasiones, junto con la posibilidad de liberación a través de un desapego casi divino.

Las películas de Kubrick resisten las normas cálidas y sentimentales de Hollywood. Donde la mayoría de los cineastas buscan sumergir a la audiencia en la empatía o la identificación, Kubrick mantiene una distancia clínica. Como señala Fisher, esta distancia a menudo se malinterpreta como cinismo o nihilismo, pero representa un rechazo deliberado de lo que Spinoza denominó pasividad: la rendición acrítica a las fuerzas emocionales externas. Los personajes de Kubrick, desde Jack Torrance en The Shining hasta Barry Lyndon, son zombis emocionales, atrapados en ciclos compulsivos de pasión, impotentes ante las fuerzas mismas que los animan.

Spinoza también consideraba que esta esclavitud emocional era antitética a la verdadera libertad. Para Spinoza, las pasiones están correlacionadas con la pasividad; surgen de la ignorancia de sus causas y encierran a los individuos en comportamientos autodestructivos. La libertad, en contraste, surge al comprender y alinearse con las leyes naturales del cosmos, que son indiferentes a las alegrías y penas humanas.

Las películas de Kubrick evocan este cosmos spinozista: un universo vasto, indiferente y sobrecogedor. En 2001: A Space Odyssey, la visión de un cosmos desolado y mecanizado despoja al ser humano de su narcisismo, reemplazándolo con una sensación de asombro profundo y casi religioso. Esta "religión", como argumenta Fisher, es atea en el sentido spinozista: Dios no es una deidad personal, sino inmanente dentro de la misma estructura del universo, una sustancia a la vez despiadada y sublime. Kubrick nos invita a contemplar este universo desapasionado, no para desesperarnos ante su indiferencia, sino para encontrar libertad en él.

El concepto de Fisher de “ingeniería emocional” captura a la perfección el método de Kubrick. A diferencia de la pornografía emocional —películas diseñadas para manipular al espectador y hacerle sentir de una manera predeterminada— las obras de Kubrick provocan una reflexión distante. Las emociones se representan, pero no se avalan; el público no es obligado a simpatizar con los personajes, sino a observarlos como si fuera desde la perspectiva del Dios de Spinoza, que "no se afecta con emociones de alegría o tristeza".

Este desapego no es frialdad por el simple hecho de serlo, sino una estrategia deliberada para liberar al espectador de sus reflejos emocionales habituales. Fisher enfatiza la distinción entre representar una emoción y estimularla, señalando que Kubrick se niega a colapsar ambas. En películas como Eyes Wide Shut y Barry Lyndon, la locura emocional de los personajes es analizada, pero no se pide al público que empatice con su situación. En cambio, los filmes de Kubrick simulan la perspectiva desapasionada de un orden superior, obligándonos a confrontar los mecanismos que generan nuestras propias alegrías y miserias.

Para Fisher, la frialdad de Kubrick no es un defecto, sino una virtud, un antídoto contra la manipulación emocional incesante de la cultura contemporánea. En un mundo obsesionado con la calidez y la rapidez, Kubrick ofrece la quietud helada de la contemplación, la posibilidad de salir de la maquinaria de la pasión hacia un espacio de libertad. Esto resuena con la insistencia de Spinoza en que la libertad no proviene de la indulgencia de las emociones, sino de su comprensión y trascendencia.

Las películas de Kubrick son ejercicios de ingeniería emocional diseñados para evocar no simpatía, sino asombro, un asombro que, como la filosofía de Spinoza, es religioso sin teísmo, enraizado en la belleza inmanente y el terror de un universo que existe más allá de las preocupaciones humanas. Al simular la perspectiva de un Dios desapasionado, Kubrick nos desafía a escapar de la prisión de nuestras propias pasiones y vislumbrar una libertad que yace, paradójicamente, en el frío y la indiferente inmensidad del cosmos.

La lectura de Fisher alinea a Kubrick con Spinoza como profetas de la liberación a través del desapego. Ambos ven a los seres humanos atrapados por las mismas emociones que fetichizan, pero ambos ofrecen un camino de salida: a través de la comprensión, la reflexión y la alineación con las leyes impersonales de la existencia. Las películas de Kubrick, como la filosofía de Spinoza, nos exigen renunciar a nuestro apego a lo subjetivo y abrazar lo mecánico, lo impersonal y lo sublime. Al hacerlo, abren la posibilidad de un nuevo tipo de libertad: no la libertad de entregarnos a nuestras pasiones, sino la libertad de trascenderlas.