2025, nuestro cuarto de siglo, nos lleva pretenciosamente a preguntarnos cómo será el resto del siglo XXI, el ciclo completo de nuestro tiempo, y qué papel jugamos en moldearlo. Tanto o más que una fracción de tiempo, constituye una representación de transición, de ascenso o decadencia.
El nuevo milenio y el primer cuarto de siglo inició con la guerra contra el terrorismo y la invasión de Irak y Afganistan como respuesta a los ataques del 11 de septiembre de 2001. También con el ingreso, ese año, de China a la Organización Mundial del Comercio, la intensificación de la globalización y el salto cualitativo de internet, el streaming y las redes sociales digitales, que iba a configurar Facebook, Twitter, Instagram, TikTok…
Para mostrar nuestra falta de conciencia pública basta con evocar algunos otros hechos no previstos o que no creímos inminentes: el triunfo de Donald Trump en 2016 y 2024, el descrédito de la democracia, las caravanas de miles de migrantes que cruzan México, el regreso del nacionalismo exacerbado, las tensiones crecientes por el control de los mares, el cambio climático, la COVID, la robótica, la inteligencia artificial, etcétera. Y en ese itinerario parece ya haber quedado trazado, también, los escenarios futuros.
Las migraciones, el racismo y el nacionalismo muy probablemente continuarán como lo hemos visto en las últimas décadas. El nacionalismo difícilmente dejará de ser esa fuerza constante que, aunque adapte sus formas y expresiones a las circunstancias históricas, es central e invariable en la configuración de las identidades colectivas, las dinámicas políticas, el avance de la tecnología, la guerra y la organización internacional e, incluso, la idea de la justicia.
La gobernanza global ha llegado a su fin como forma bipolar. El ascenso de China y la India seguirá trasladando el eje geopolítico hacia el Pacífico, lo cual confirma la rapidez con la que perdió hegemonía el Atlántico. El control de los recursos naturales, especialmente minerales necesarios para las nuevas tecnologías, no desligado del control de las rutas marítimas, confirma cada vez más la intensificación de los conflictos entre las principales potencias.
Las inundaciones por lluvias torrenciales en 2024 en diversas ciudades -equiparar en ello Chalco, en el Estado de México, con Valencia, España, o cualquier otra región de Europa, parece una ironía- creo prefigura refugios en boga por la crisis de habitabilidad asociada al cambio climático, el aumento del nivel de los mares, los sismos o los fenómenos meteorológicos. Ya está en algunas cabezas la colonización de la luna o marte como respuesta a los problemas demográficos y climáticos y como última frontera de la acumulación de capital. No es casual que la persona más rica de la Tierra hace negocio con la promesa de viajes espaciales.
La guerra en Ucrania y especialmente en Medio Oriente confirma la crisis del sistema de gobernabilidad global surgido después de la segunda guerra mundial. La ONU, como es sabido, está cerca del colapso. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han perdido influencia. Los BRICS y el uso de monedas locales para el comercio de los energéticos y manufacturas constituyen el mayor desafío para el dólar. Medio mundo especula cuándo quedará desplazado como moneda de reserva internacional.
El declive relativo del imperio de los Estados Unidos y de los organismos globales confirma el tránsito hacia un orden multipolar. En ello, México, cada vez más distante de América Latina, no tiene mayor importancia, salvo para la política de seguridad, migración y aduanera de los Estados Unidos. La unificación de las aduanas y los aranceles con ese país y Canadá confirmará la ininterrumpida arquitectura de integración de la región. Ya Andrés Manuel López Obrador había defendido, en 2021, frente a Joe Biden y Justin Trudeau, la política proteccionista para Norteamérica basada en la sustitución de importaciones. Una suerte de defensa, frente al ascenso de China, de la soberanía de toda la región.
La robótica y la inteligencia artificial sin duda se expandirán dentro de nuestros propios cerebros o como herramientas extremas en la guerra, la seguridad global, la carrera espacial, la producción de mercancías, los servicios y el cuidado personal. ¿Cómo negar que las muñecas de compañía, dotadas de inteligencia artificial y capacidades sexuales y cognitivas, serán cada vez más importantes en nuestras sociedades caracterizadas por el aumento de los años de vida y la soledad? En estas muñecas el capitalismo ha encontrado otra mercancía del individualismo, la satisfacción inmediata y el egoísmo humano. También del racismo y la discriminación. Empero, las muñecas-robot plantean también nuevos problemas éticos. ¿Discutiremos pronto los derechos de los robots o las garantías individuales de los humano-robots?
No sobra agregar que el afán, peligrosamente arrogante, por prever el futuro podría crecer hasta imaginar un mundo, tanto o más que extraño, desmesurado: el derecho de los privilegiados a las realidades mejoradas (la desigualdad medida por el acceso al diseño de la propia existencia), el mercado de identidades fluidas, personalizables a través de la biotecnología, en lugar del derecho y los debates por la igualdad de género, la guerra nuclear como espectáculo digital, máquinas recitadoras de himnos patrióticos en ceremonias escolares, la obsolescencia de los impuestos circunscritos a la jurisdicción del Estado y, en cambio, la aparición de paraísos fiscales en la nube digital de criptomonedas para atraer a los evasores ofreciendo zonas libres de impuestos.
La soberbia futurista, en fin, merecería su propia reflexión. Hay en la literatura y las ciencias sociales, en la militancia política y la acción profética y utópica, toda una tradición por la anticipación y moldear el curso de los acontecimientos. Intentos, casi siempre fallidos. Impulsos que reflejan esa necesidad de anticipación. Mal de muchos, consuelo de tontos. Quizá sólo un personaje como Winston Smith, de 1984 de George Orwell, que tiene el control de la historia, el futuro y la verdad, podría simpatizar irónicamente con nuestras predicciones y susurrar algo como esto: "Somos tan sabios que no me sorprendería que, dentro de poco, la historia nos pida explicaciones sobre cómo el futuro llegó a suceder."