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¿Qué hace tan distintiva a la propuesta filosófica o de desarrollo espiritual del italiano Julius Evola? ¿Cuál es su énfasis en el camino del guerrero de diversas culturas antiguas y en el memento mori? ¿Por qué es también una crítica al yo propio del antropocentrismo?

Una civilización o una sociedad son tradicionales cuando están regidas por principios que trascienden lo que no es humano e individual, cuando todas sus formas le vienen de lo alto y cuando está enteramente orientada hacia lo alto.

Esta reivindicación de un tradicionalismo perenne, que sobrevive en el núcleo duro metafísico de todas las culturas, bajo capas y capas de humanismo globalizado, pertenece al libro Cabalgar el tigre. Orientaciones existenciales para una época de disolución.

Una obra del filósofo italiano Julius Evola, acusado de ser un verdadero reaccionario, más que un conservador o un fascista. Se trata de una propuesta que trata de recuperar un mundo no solo anterior al individualismo, al igualitarismo y a la democracia, sino a un giro humano hacia el antropocentrismo en nombre de todo el cosmos.

Podemos poner distancia o incluso oponernos a muchas de las conclusiones de Evola, pero hay una metáfora de su puño y letra que me parece de lo más llamativa: precisamente el título de su libro. Cabalgar no un caballo, un “tigre”, es volver a la emergencia discriminadora del misterio del yo sin protecciones, mirar por las rayas oscuras de la muerte a los órganos más oscuros aun de la vida. Para lograr sobrevivir este mundo burgués y de pocos burgueses, hace faltar montar variadas estructuras psíquicas, hasta que su poder sea abrir el nuestro.

Cuando se consigue superar el miedo sobre el lomo de la fiera, un yo recreado sobrepasa esa confrontación, mientras el mundo, dejado a su suerte, lleva a un pasaje inexorable. Las fuerzas destructivas restallan una liberación interna, una conciencia extramoral y no condicionada, creada del todo de la crueldad y el erotismo, energía en estado puro.

A este tigre secreto no se le amansa y no se negocia. Una lucidez que los maestros de la antigüedad buscaron y que muchos poetas buscan. No domada, implica una adaptación de fuerza y realidad, poder y parámetros intensos, síncopa en la música del hecho consumidor universal, el desarrollo intra-causal de la muerte y del despertar de los mortales.

Esto era lo espiritual para Evola: la vida de acuerdo a la muerte, es decir, trascender las situaciones del yo con la realidad del yo, desnuda, gratuita, agraciada en el “memento mori”, la “ŷihād” islámica, el “bushido” samurái, el sacrificio humano azteca. Aquel elemento “anti-materialista” de la guerra tradicional, opuesto a su instrumentalización, o una “prueba de fuego” que nihiliza el principio de individualidad como excusa valedera o miedo al dolor. El memento mori, esta iluminación violenta cambia “autoconservación” por “atestiguar”.

Por qué no admitir que es interesante que Evola haya adaptado esta mentalidad metafísica del pasado como crítica a la libertad “deontológica” del mundo contemporáneo. Parte de nosotros rechaza esta suerte de espiritualización que pareciera quitar valor al mundo, pero es una paradoja que el relato de “este” mundo esté basado en otra suerte de anti-materialismo, no como culto a la muerte, o desde el espíritu y la verdad, sino como “des-espiritualización” de la materia, un rechazo a un universo como vida que mata y muerte que da vida.

Lo que voy a decir no concierne al hombre común de nuestros días. Por el contrario, pienso en el hombre que se encuentra inmerso en el mundo actual, incluso en sus puntos problemáticos y paroxísticos; pero que no pertenece interiormente a ese mundo, ni se deja vencer por él. Se siente, en esencia, perteneciente a una raza diferente de la de la abrumadora mayoría de sus contemporáneos.

La propuesta de Evola pide descreer la trampa de lo confortable. Pide una heroicidad que, no siendo ascética, es un camino esotérico, hoy en día fuera de los valores evidentes de la fe en el ser humano. Esta filosofía es transitar con resolución guerrera hacia el otro lado del poder de la verdad, de nuestro mundo prefabricado como un limbo donde todo está permitido gracias al suicidio de Dios humanizado, de su deicida, de la muerte misma. Este limbo es un impasse hedonista del ser que se miente como si pudiera dar un definitivo “no” al no-ser.

Evola no propone nihilizar la soberanía de los sentidos indistinguibles de las apariencias, sino “utilizarlos” para nihilizar la seguridad, la tele-tecno-mediación, la higiene psicológica y moral que tratan de disfrazar a la muerte como “autonegación”. El no-ser no niega al ser, sino que se trasforman mutuamente, coinciden en el paso entre uno y otro.     

Hasta ahí acaban las coincidencias con Evola. Por mi parte, lo confortable me parece sinceridad y no solo autoengaño. Porque lo confortable no tiene porqué ser no creer en la muerte o escapar de ella. Ser totalmente franco sobre nuestro deseo de vivir hace parte del misterio de nuestra ilimitada mortalidad. Lo sincero de la felicidad es un hedonismo del caos. Aceptar que ni la muerte ni la felicidad dependen de nosotros puede ser el secreto.

Evola acertó en señalar no lo que son, sino lo que pueden enseñar las fuerzas destructivas. Ser feliz sería esa energía indomable como foto-esencia.

La antigua tradición tiene un dicho: ‘Lo infinitamente distante es el retorno’. Entre las máximas del Zen que apuntan en la misma dirección está la afirmación de que la ‘gran revelación’, adquirida a través de una serie de crisis mentales y espirituales, consiste en el reconocimiento de que ‘nadie ni nada ‘extraordinario’ existe en el más allá’; sólo existe lo real. La realidad, sin embargo, se vive en un estado en el que ‘no hay sujeto de la experiencia ni objeto alguno que se experimente’, y bajo el signo de un tipo de presencia absoluta, ‘lo inmanente haciéndose trascendente y lo trascendente inmanente’. La enseñanza es que en el punto en el que uno busca el Camino, se encuentra más lejos de él, siendo lo mismo válido para la perfección y la ‘realización’ del yo. El cedro en el patio, una nube que proyecta su sombra sobre las colinas, la lluvia que cae, una flor en flor, el sonido monótono de las olas: todos estos hechos ‘naturales’ y banales pueden sugerir la iluminación absoluta, el Satori. Como meros hechos, carecen de significado, finalidad o intención, pero como tales tienen un significado absoluto.

 

Imagen de portada: Julius Evola, Cabalgar el tigre. Orientaciones existenciales para una época de disolución.