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Los libros filosóficos de Charles Taylor parten de una sensación generalizada de pérdida de significado. ¿Por qué piensa este pensador canadiense que para convencer hay que conmoverse por medio de una reaparición de lo sagrado en la poesía y las artes?

Saber quién soy es una especie de saber dónde me encuentro. Mi identidad está definida por los compromisos e identificaciones que proporcionan el marco u horizonte dentro del cual puedo tratar de determinar, caso por caso, lo que es bueno o valioso, lo que se debe hacer, lo que apoyo o lo que me opongo. En otras palabras, está el horizonte dentro del cual soy capaz de tomar una posición.

Estas palabras pertenecen al filósofo Charles Taylor, profesor emérito de la Universidad McGill, Montreal, Canadá, quien ha recibido la atención inesperada de la crítica y del público lector en el norte más rico de este mundo, desconectados del pasado de su humanidad y del presente de la naturaleza. El también premio Templeton habla precisamente de reconexión en libros como El animal del lenguaje , Fuentes del yo o Ética de la autenticidad.

Las artes son técnicas que despiertan un punto de vista sobre el mundo. En Cosmic Connections o Conexiones Cósmicas, su libro más reciente de 2024, Taylor asegura que las artes no son algo subsidiario o un camino para sensaciones secundarias, sino que todo arte trata de ser principal como un recordatorio de un sentimiento de plenitud y armonía.

Se trata de un encantamiento que no solo nos abre a la no humanidad de la naturaleza como una agencia entrañable y compensatoria de los excesos de la cultura. La plenitud de la existencia es, tanto lo inteligible, como una insinuación sucesiva.

La gente moderna busca cerrar una brecha más que con un pasado natural, con la fuente inefable de todos los fenómenos, las alegrías y las tragedias. El encantamiento adapta la forma de la nostalgia, y esta, la no forma lograda del reencantamiento, de la conexión, esto desde necesidades que son a veces de individualidad y a veces de completitud.  

Para Taylor, estos intentos de reconexión moderna son, en el arte clásico, convencernos para conmovernos, y en el arte romántico, conmovernos para convencernos. La existencia necesita tal grado de realidad que solo se satisface con ser o con creer ser inmortal o conectado con todo el cosmos. Esto se ha vuelto una afirmación del mundo de uno, de la totalización de la finitud, del anhelo neurótico por vivir en el universo y ser el universo.

La poesía y la música no se ven afectadas por esta contradicción, eludiendo las limitaciones del intelecto. Para Taylor, la poesía y la música abordan las cosas abriendo un punto de vista “atmosférico” y no argumentativo. La poesía nos persuade a través de la conexión como experiencia, convicción o convencimiento distinto al que se obtiene por medio de la fuerza de un argumento. Esto nos permite ser nosotros y el universo, aunque exige aceptar lo incompleto, lo tentativo y lo enigmático. Solo puede ser igualmente obvio lo conmovedor.

Se trata de una conexión no estática, sino de un paisaje cambiante, a través de nosotros y nuestro mundo. Según Taylor, basta leer poesía para “entender”, por ejemplo, estos versos del poema Tintern Abbey, escrito por el inglés William Wordsworth:

Y el océano redondo

y el aire viviente

y el cielo azul,

y en la mente del hombre,

un movimiento

y un espíritu que impulsa

Todas las cosas pensantes,

todos los objetos del pensamiento.

Relato y visión tienden un puente etéreo hacia su identidad, por ejemplo, en estos versos del poema Oda a un ruiseñor del también inglés John Keats:

Oh por un vaso lleno del cálido Sur,

lleno del verdadero, el sonrosado Hippocrene,

Con burbujas de cuentas guiñando el ojo en el borde

y boca teñida de púrpura.

Si bien el arte se identifica con sensaciones, por lo que da la sensación de que empieza o que depende de uno mismo, no puede tener un comienzo y una dependencia solo subjetiva. De acuerdo con Taylor, lleva algo intrínseco y arraigado, no es absoluto, pero tampoco arbitrario, y escapa de la división entre interioridad y exterioridad, sujeto y objeto. El término “interespacio” sería su manera de denominar esa atmósfera resonante entre el mundo y yo.

Diría que es más adecuado que el verbo “tocar”, un verbo como el italiano “suonare”, sonar un instrumento. La creación de su significado tiene lugar en el propio objeto y en quienes lo “suenan” tocándolo o escuchándolo, incluso viéndolo o recordándolo.

Esta plenitud existe por los individuos, pero también los antecede, es decir, la comunicación cambia a las personas, pero ellas también la alteran y es un “resonar” mucho más antiguo que lo individual y regional. Del mismo modo que para muchos pensadores comunitaristas las instituciones sociales son parte del desarrollo del significado y la propia identidad, toda comprensión realista del yo, según Taylor, reconoce existencialmente este contexto:

El surgimiento de la identidad amortiguada ha estado acompañado de una interiorización; es decir, no sólo la distinción interior/exterior, aquella entre la Mente y el Mundo como lugares separados, que es central para la propia amortiguación; y no sólo el desarrollo de esta distinción interior/exterior en toda una gama de teorías epistemológicas de tipo mediacional desde Descartes hasta Rorty; sino también el crecimiento de un rico vocabulario de interioridad, un reino interior de pensamiento y sentimiento por explorar. Esta frontera de autoexploración ha crecido, a través de varias disciplinas espirituales de autoexamen, a través de Montaigne, el desarrollo de la novela moderna, el surgimiento del Romanticismo, la ética de la autenticidad, hasta el punto en que ahora nos concebimos a nosotros mismos como poseedores de profundidades interiores.

Taylor como filósofo acerca ética y estética, se refiere a sus problemas como cuestiones en común entre argumentación y conmoción. La vida en comunidad requiere de un propósito compartido, ser una manera de conectarse con una fuente que trasciende lo particular. Una manera de conectarse que en la vida social puede ser un espacio de deliberación más allá de la estrecha contienda entre adversarios. Conectarse humanitaria e interculturalmente es consideración y reconocimiento mutuos. Esto va más allá, tanto de una homogeneización ideológica, como del solipsismo individualista y el egocentrismo solitario.

Para Taylor, hay que arreglar nuestros problemas hablando o pensando. Anteponer la palabra o la inteligencia a cualquier tipo de agresión para solucionar los problemas o sobrevivir si es el caso. La independencia y libertad de uno mismo son muy importantes. Aprender a cuidar de uno sin confundir independencia y libertad con soledad. Las personas y las culturas tienen su espacio, pero no deberíamos dudar en compartir palabras y tiempo.

Este proceso humano es Ética, la Ética es Arte y el Arte no persigue un objetivo: lo crea o lo forma exponiendo la inquietud del corazón para sanarlo con su propia vulnerabilidad. Por eso, según Taylor, se requieren personas profundamente arraigadas en sus fuentes espirituales, a menudo religiosas. Personas que, al menos culturalmente, han conservado un sentido de lo sagrado. Porque superar cualquier injusticia, discriminación y dolor no es solo un avance abstracto o una estrategia instrumental, sino la vivencia de una satisfacción humana.

Somos la dimensión ética y estética, la obra de arte como dimensión total. La verdad es desde toda la ausencia del sentir, desde que sentir puede serlo todo. ¿Cuándo fue que se empezó a expresar algo? ¿Desde cuándo disponemos de nosotros mismos y del bien? Lo físico es lo real, es la evocación del arte y supone una ética de las emociones. El alma es el cuerpo vivo y el cuerpo es la vida entera porque comprende la ausencia modal, la ausencia cambiante con el cuerpo. Con tanta distancia entre deseo y realidad, ¿cómo podría no serlo todo?

 

Imagen: Charles Taylor, Universitat de València.