Hay artistas que recorren el mundo con un setlist fijo, impecable y casi inamovible. Y luego está Dua Lipa, que durante la Radical Optimism Tour decidió agregar un gesto que, aunque parece pequeño, redefine la manera en que una estrella global se relaciona con su público: elegir un cover distinto para cada ciudad. No como truco, sino como un acto de cariño cultural. Un “esto es para ustedes”.
A lo largo de más de 30 ciudades —incluyendo su esperado cierre de gira en México— Dua fue tejiendo una especie de álbum paralelo: una colección de canciones adoptadas por una noche, elegidas por lo que significan para la gente que la recibe. No era una demostración técnica; era un puente emocional. Y el público reaccionó como se reacciona ante lo genuino: con gratitud.
En Latinoamérica esta conexión brilló particularmente. Dua no solo se atrevió a cantar en español, sino que eligió canciones que están profundamente incrustadas en la memoria colectiva. En Argentina tomó De Música Ligera, himno eterno de Soda Stereo, y se apropió de Tu Misterioso Alguien de Miranda!, clásico pop de culto. En Chile eligió la herida poderosa de Mon Laferte con Tu Falta de Querer. En Colombia tocó fibras casi biográficas al cantar Antología, una de las canciones más icónicas de Shakira.
Y en México —donde las expectativas eran gigantes— regaló una versión suave y respetuosa de Bésame Mucho, ese bolero inmortal que nació aquí y que sigue viajando por el mundo. Un gesto simple, pero emocionalmente preciso. La clase de detalle que hace que un concierto deje de ser solo espectáculo para convertirse en experiencia.
La gira también dejó varios guiños en inglés: homenajes a AC/DC, Kylie Minogue, INXS y Natalie Imbruglia, interpretados en ciudades donde esas canciones son parte del imaginario local. Cada cover fue un mensaje: “sé dónde estoy y sé lo que significa esta canción para ustedes”.
Dua Lipa entendió algo esencial: las giras ya no son únicamente despliegues de producción; son rituales de encuentro. Y en ese ritual, cantar lo que la gente ama —lo que forma parte de su vida emocional— es una forma de respeto. De cercanía. De humanidad. Aprenderse una canción ajena es, en el fondo, una forma de decir “gracias por abrirme la puerta”. Y ciudad tras ciudad, su público se la abrió de par en par.
Con esta gira, Dua Lipa demostró que el pop también puede ser un acto de escucha. Que incluso en escenarios gigantes, lo que más une no es el volumen ni la producción, sino la capacidad de reconocer la historia emocional de cada lugar. Sus covers no fueron caprichos: fueron espejos temporales donde cada público se vio representado. Y quizá por eso, más allá del espectáculo, esta gira se quedará en la memoria colectiva como una de las más humanas y cercanas de su carrera.