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En Mr. Gwyn, la obra de teatro que explora el silencio y la exposición emocional a través de la mirada, Angélica reflexiona sobre la intimidad y la vulnerabilidad que se ponen en juego en escena

Mr. Gwyn, la adaptación escénica del texto de Alessandro Baricco, propone una experiencia interesante donde la acción no siempre es hacer, sino permanecer. Para Angélica Bouter (Actriz), esa quietud no es un vacío, sino el centro mismo del montaje. “La esencia de la obra es muy contemplativa. Hay escenas donde literal no pasa nada más que exponerte y dejarte mirar, y eso es muy fuerte”.

Durante los ensayos, el elenco atravesó ejercicios que evidenciaron nuestra relación con el tiempo. Caminar el escenario durante cinco minutos sin reloj ni referencias externas fue, en palabras de la actriz, profundamente revelador. “Al no tener ningún indicador que te ayudara a entender el paso del tiempo, era muy claro cómo para cada uno el tiempo es una dimensión distinta”. En ese silencio, lejos de la velocidad cotidiana, algo se revelaba. “Colocarte en un lugar sin hacer nada más que caminar o dejarte mirar es muy fuerte. Parte de la esencia del libro se revela en esa quietud”.

Ese espacio detenido opera, para Angélica, como un regreso. “En ese silencio y en esa contemplación, los personajes descubren quiénes son. Regresan a casa, regresan a su esencia, regresan a algo que ya se les había olvidado de ellos mismos”. No es una idea abstracta: es una experiencia personal. “Para mí este es el montaje más importante que he hecho hasta este momento en mi vida, justo por tener la oportunidad de volver a casa y pensar quién soy de verdad, más allá del ruido”.

Ensayar Mr. Gwyn se convirtió también en un acto de resistencia frente a la prisa. “Podemos pasar cuatro horas sin tomar el teléfono, y eso empieza a generar ansiedad”. La urgencia de hacer, de producir, aparece incluso en el escenario. “De pronto Alonso me dice: ‘no corras, no te precipites’, porque sentimos que si no está pasando nada, algo está mal”. La obra, dice, insiste en lo contrario: “No tienes que hacer más. No tienes que parecerte a nadie. Tu esencia ya es suficiente”.

Desde ese lugar se construye Rebeca, el personaje que interpreta. Angélica lo vincula con una experiencia compartida por muchas mujeres. “Todo el tiempo estamos tratando de cumplir ciertos estándares de belleza. Siempre somos el objetivo de la crítica”. Rebeca, desde su lectura, creció en un entorno violento, pero desarrolló una sensibilidad particular. “Es una mujer que ha logrado ponerse al servicio de los demás, ser generosa, darles lo que necesitan”. En escena, eso se traduce en silencio y escucha. “Mi trabajo ha sido estar presente, permitir que todo se mueva por dentro, sin tener que demostrarlo”.

La contención no implica ausencia. “No hay necesidad de gritar ni de hacer mucho para que, si está sucediendo, la gente lo sienta”. Angélica confía en esa transmisión sutil. “Mientras el actor lo esté viviendo, somos capaces de transmitirlo al espectador”. Algo que, apunta, también falta en la vida cotidiana. “No nos detenemos a ver al otro, cuando con solo mirarlo podríamos entender lo que está sintiendo”.

Hablar de Mr. Gwyn es hablar del teatro como renuncia. “Seguimos siendo los peor pagados de la industria”, dice sin dramatismo. Aun así, el trabajo es inmenso. “Hay tanto ensayo, tanto corazón, tanto miedo, y al final tenemos una temporada de un mes. Es tan efímero”. Esa fugacidad es parte de su belleza. “La función sucede, la vivimos juntos y se acaba. No queda nada físico que la contenga”.

En un contexto dominado por la tecnología y la inteligencia artificial, el teatro representa algo irreemplazable. “Me gustaría pensar que el teatro sigue siendo la casa de lo vivo, de lo real”. Y aunque reconoce que para el público ha perdido centralidad, desea que vuelva a ocupar ese lugar. “Que los teatros se llenen, que podamos dar cien, doscientas funciones otra vez”.

El cuerpo, en esta puesta, comprende antes que la palabra. “Yo entiendo a través del cuerpo”, explica. Aquí, además, hay una exposición directa. “Desnudarte y dejar que te vean es muy fuerte”. El cuerpo reacciona solo. “Se cierra, quiere ocultar algo. Ahí te das cuenta de qué te genera conflicto antes de que tú decidas hacerlo”.

El elenco y el equipo creativo completan la experiencia como una red afectiva. “Está lleno de gente querida, admirada, de muchas generaciones”. Trabajar con maestros, colegas y actores jóvenes le permitió mirar el teatro desde un árbol que se ramifica desde una misma raíz. “Llegar a los ensayos y ver que todos traen el texto aprendido, referencias, lecturas, te coloca en otro nivel de compromiso”.

Al final, lo que Angélica espera que el público se lleve es sencillo y profundo. “Me encantaría que la gente saliera recordando quiénes son y sintiendo que lo que hoy son es perfecto”. Y si algo resuena, que sea una invitación a cambiar. “Si algo no te hace feliz, mereces una mejor versión de esa parte”.

En un mundo que exige mostrarse y producir todo el tiempo, Mr. Gwyn le recordó lo esencial. “Lo verdaderamente valioso sigue siendo estar con el otro. Estar con lo real, con lo vivo”.


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