El joven que mató a Carlos Manzo tenía 17 años. Víctor Manuel Ubaldo. Un mes antes, otro joven de 18 Héctor Hernández Escartín asesinó al abogado David Cohen por 30 mil pesos. Lo que para muchos es un celular, para otros es el precio de una vida. Dos historias distintas, un mismo horror: México está produciendo sicarios adolescentes con la misma facilidad con la que les cierra puertas a millones de jóvenes a oportunidades reales.
El joven que mató a Carlos Manzo tenía 17 años. Víctor Manuel Ubaldo. Un mes antes, otro joven de 18 años, Héctor Hernández Escartín asesinó al abogado David Cohen por 30 mil pesos. Lo que para muchos es un celular, para otros es el precio de una vida.
Dos historias distintas, un mismo horror: México está produciendo sicarios adolescentes con la misma facilidad con la que les cierra puertas a millones de jóvenes a oportunidades reales.
Cómo se fabrica un sicario menor de edad
Ni Víctor Manuel ni Héctor “nacieron malos”. Son producto de algo muy mexicano: crecer entre violencia, pobreza, ausencia del Estado y presencia permanente del narco. El combo perfecto. Organizaciones como Reinserta y el Observatorio Nacional Ciudadano llevan años advirtiendo lo mismo:
● más del 60% de jóvenes reclutados por el crimen vienen de familias violentas,
● muchos estuvieron expuestos a delitos antes de los 6 años,
● y hoy alrededor de 30 mil menores trabajan para grupos criminales como halcones, mensajeros, cocineros de droga… o sicarios.
México tiene 31 millones de jóvenes, pero solo un tercio de los de 18 a 24 sigue en la escuela. Casi 17 millones de niñas, niños y adolescentes viven en pobreza, y la violencia atraviesa su vida desde que pueden recordar. Con eso enfrente, ¿de verdad sorprende que un chico acepte un arma a los 17? ¿O que otro mate por 30 mil pesos? No son “decisiones individuales”: son decisiones empujadas por el contexto.
Morena prometió “atender las causas”. Pero tras siete años entre López Obrador y Sheinbaum, seguimos sin una política real para evitar que los jóvenes caigan en las redes del crimen. Sí, existe Jóvenes Construyendo el Futuro, pero evaluaciones serias muestran que no redujo homicidios, y sus fallas internas alejan el programa de los jóvenes más vulnerables.
El gobierno reconoce el reclutamiento infantil, pero la prevención sigue dispersa, con poco presupuesto y sin una estrategia nacional que realmente llegue a los barrios donde el narco recluta por videojuegos o redes sociales más rápido que cualquier política social.
Mientras tanto, la apuesta principal sigue siendo militarizar territorios como Michoacán. Miles de soldados… pero los cárteles siguen captando menores con la misma facilidad porque están donde el Estado no está: en la esquina, en TikTok, en el vacío.
El gobierno dice que el problema “se contiene”. Los datos dicen lo contrario. Reclutamiento al alza, instituciones débiles y miles de jóvenes atrapados en un país que los criminaliza antes de ofrecerles un futuro.
Si México quiere dejar de fabricar sicarios adolescentes, necesita verlos como lo que son, vidas que se pueden salvar, no blancos a los que neutralizar.
Porque cada vez que falla el Estado, el narco ficha a otro adolescente. Y las historias de Uruapan y CDMX dejan claro que ya no podemos darnos el lujo de mirar para otro lado.