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De una buena cantidad de problemas por resolver actualmente urge atender los relativos al crimen organizado, así como los subyacentes a la falta de compromiso real y no simulado para el acceso de oportunidades y mejora de calidad de vida para las mujeres, lo relacionado a la cuestión sanitaria, por mencionar sólo algunos.

Quienes hemos considerado a los sectores de la población históricamente excluidos, a los grupos marginados, protestado en contra de la corrupción, de la privación de derechos y de la falta de impartición de justicia tenemos también una evidente inclinación hacia el pensamiento de izquierda. En el caso del feminismo esta relación es insoslayable pues, como mujeres con la suficiente consciencia de la subordinación, también histórica, lo que deseamos es que los derechos humanos sean accesibles a todas las capas de la población; y ese deseo y convicción no caben en las posturas derechistas. 

De modo que, ni del lado del feminismo ni de la izquierda deberíamos de regodearnos frente a los desatinos del actual gobierno mexicano. Una importante razón se debe a que, quienes hemos sido testigos de injusticias, abusos de poder por razones tanto de género como de pertenencia a diversos sectores sociales, desfavorecidos por lo general, hemos creído y apostado por la izquierda no por un afán de pertenencia o alienación a algún esquema de poder, sino por un aliento por el cambio en el estado de cosas. Empero, por buscar la tan merecida reparación de justicia social. Sin embargo, presenciar la institucionalización o, mejor dicho, la instrumentación de un modo de ver el mundo que lleva en sus raíces la justicia y la equidad, es también abrir paso a una especie de desilusión, de mensaje de fallo hacia nuestro voto.

Porque es dificil afirmar que vivimos con un auténtico gobierno de izquierda cuando por estrategia de partido se deja entrar a personajes deleznables que ya tenían antecedentes de corrupción en bloques de los anteriores gobiernos opositores. Y todavía es más difícil afirmar que llegamos todas cuando se ha defendido a personajes de muy dudosa honorabilidad e intachabilidad en temas de respeto a las mujeres. En suma: se ha tomado a la izquierda y al feminismo más como propaganda que como la genuina voluntad de lograr la igualdad social, económica y política, así como el bienestar de la población en general. 

Sin embargo, con el ánimo de mirar más allá del reclamo, que por cierto alebrestan las redes sociales, hay que intentar ver fuera de la caja, que para ello sirve el pensamiento crítico.

El politólogo Raúl Trejo Delarbre nos da varias pautas en sus diversos textos. Una de ellas figura como advertencia de un fallo en el sistema de la democracia representativa, un mal no previsto y desde luego no querido pero presente en lo que acontece hoy: el populismo y neopopulismo. Pero no se piense que aplica para una sola facción. En esta condición son proclives tanto partidos de derecha como de izquierda y, si lo pensamos más a fondo, es mucho más peligroso que este vicio beneficie a facciones de derecha por la cuestión de que, una vez montados en el poder, lo primero que hacen es comenzar a coartar derechos. Los primeros, lamentablemente, casi siempre son los de las mujeres.

En resumen, el populismo si bien tuvo su razón de ser en gobiernos de corte socialista para lograr mayor estabilidad e igualdad de oportunidades -destaca el caso de Lázaro Cárdenas- ante un pueblo gravemente empobrecido, con el paso del tiempo -y ahora con la combinación del alcance que tienen las redes sociales- se ha vuelto un factor de riesgo para la construcción de la democracia, paradójicamente; pues las y los candidatos se concentran mucho más en obtener la mayoría de votos que en atender los problemas acuciantes de la realidad social de diversos sectores; esa mayoría de votos, entonces, se utiliza para adquirir presupuestos y beneficios partidistas de quienes ganan o de quienes tengan la suerte de que les toque; en consecuencia, a sus familiares y amigos. 

De una buena cantidad de problemas por resolver actualmente urge atender los relativos al crimen organizado, así como los subyacentes a la falta de compromiso real y no simulado para el acceso de oportunidades y mejora de calidad de vida para las mujeres, lo relacionado a la cuestión sanitaria, por mencionar sólo algunos.

El análisis riguroso de las diversas condiciones sociales, aunada a la voluntad de impulsar políticas públicas para cada problemática se recomiendan como los instrumentos para impulsar una transformación profunda. En cambio, obtener el poder para volverlo a encerrar en viejas prácticas políticas que se traducen en la férrea defensa de integrantes de un partido sólo lleva al estancamiento del país y su sociedad. 

De manera que, del vicio indeseable nacido de la democracia representativa se origina también que nos cuestionemos en qué términos la democracia debería de reformularse; y definitivamente, en partidos politicos no, como ya nos consta. Lo que genera la existencia de partidos politicos es que se vele más por una ideología y por posicionar a un candidato que por cubrir de manera oportuna y eficaz cualquier problema social. Tenemos una gran cantidad de ejemplos de defensas esquizofrénicas de personajes que más hacen daño a una facción que lo que pueden aportar. Y más aún, si a ello le sumamos una práctica política dejada por gobiernos corruptos que se sostienen bajo el criterio del nepotismo y del pago de favores que de echar a andar una institución para cumplir con sus objetivos.

Los partidos politicos lo que causan es que en cada administración se cambie el personal y se sustituya no por sus conocimientos y habilidades, sino por el favor que se le debe por el apoyo dado durante la campaña del candidato/a en cuestión. De ahí que en cada cambio de gobierno ya sea local o federal se observe en mayor medida un retroceso que una mejora.

Así las cosas, vistas a nivel general, se traducen en baja funcionalidad de las instituciones, ralentización y, en consecuencia, en la falta de capacidad del gobierno en turno, equivalente a la poca habilidad para la gobernanza. La salida no se ve fácil, pero mucho se avanzaría si lejos de legitimar y defender con argumentos cortos a cotas partidarias o personajes carentes de ética, convirtiéndonos así en cómplices, defendiéramos el derecho a tener un gobierno capaz de cubrir las necesidades sociales, por lo menos de aquellas que más laceran. 


Alicia Valentina Tolentino Sanjuan es socióloga y Maestra en Filosofía por la UNAM, doctorante en Humanidades (línea Filosofía Moral y Política, UAM) y editora en Viceversa. Investiga sobre subjetividad a partir del cambio tecnológico; también sobre feminismos y literatura. Es miembro activo de la Red Mexicana de Mujeres Filósofas y miembro de la Revista de filosofía Reflexiones Marginales Saberes de la Frontera de la UNAM. 


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