Falleció James Watson: génesis, Nobel y controversia detrás del descubridor del ADN
Ciencia
Por: Mateo León - 11/08/2025
Por: Mateo León - 11/08/2025
El mundo de la biología pierde a una de sus figuras más decisivas y, al mismo tiempo, más polémicas. James D. Watson —coautor, junto a Francis Crick, del modelo de la doble hélice del ADN— murió a los 97 años en noviembre de 2025, según informaron su familia y su antigua institución. Su hallazgo en 1953 abrió la puerta a la genética moderna y sembró las bases de revoluciones científicas que hoy permiten desde la medicina personalizada hasta la investigación forense.
Watson no fue solo un científico de laboratorio: impulsó instituciones y proyectos que cambiaron la práctica científica. Como director de Cold Spring Harbor Laboratory y promotor clave en los inicios del Proyecto Genoma Humano, ayudó a construir infraestructuras y redes que aceleraron la secuenciación del genoma y el desarrollo de la biología molecular contemporánea. Su libro The Double Helix y sus textos de divulgación contribuyeron además a popularizar la ciencia.
Pero el balance público de Watson es ambivalente. Tras décadas de aportes científicos, su reputación quedó marcada por declaraciones sobre raza e inteligencia y otras opiniones consideradas sexistas y racistas. A raíz de comentarios repetidamente polémicos, varias instituciones le retiraron honores y distinciones en años recientes; su figura pasó a ser ejemplo del dilema de separar el aporte científico de la conducta pública. Las reacciones a su muerte confluirán inevitablemente entre el reconocimiento científico y la condena moral.
En lo estrictamente científico, el valor de su trabajo es incuestionable: la propuesta del modelo de la doble hélice cambió cómo entendemos la herencia y la replicación del material genético, y permitió técnicas que hoy utilizamos en diagnóstico, biomedicina y genealogía genética. Al mismo tiempo, su papel en la historia de la biología incluye episodios discutibles —como el trato e interpretación del trabajo de Rosalind Franklin— que han obligado a releer ese capítulo desde una perspectiva más crítica.
La muerte de Watson invita a dos ejercicios inmediatos: uno historiográfico —reconocer el alcance científico de su contribución al conocimiento del ADN— y otro ético —examinar cómo la comunidad científica responde cuando sus figuras públicas traspasan límites morales. En las próximas semanas veremos obituarios que celebrarán descubrimientos y otros que recordarán sanciones y controversias; ambos son parte indisoluble de su legado.
James Watson deja una lección incómoda pero necesaria: la ciencia no existe en el vacío social. Sus logros técnicos transformaron la biología; sus errores públicos impulsaron debates sobre responsabilidad, diversidad y ética científica. Recordarlo exige admitir esa doble naturaleza: genio y polémica, avance y advertencia.