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Un estudio en JAMA Oncology vincula el alto consumo de comida ultraprocesada con un mayor riesgo de pólipos precancerosos en adultos jóvenes. La evidencia apunta a un cambio urgente en nuestra dieta diaria

En los últimos años, la salud pública ha recibido una señal de alerta: cada vez más personas menores de 50 años están desarrollando cáncer colorrectal. Las estadísticas no mienten, pero sí incomodan, y un nuevo estudio publicado en JAMA Oncology podría tener una pieza clave del rompecabezas: la creciente dependencia de los alimentos ultraprocesados.

El estudio: una mirada profunda a los hábitos alimenticios

Más de 29 mil mujeres participaron, todas menores de 50 años, sin antecedentes de cáncer o pólipos. Cada cuatro años, detallaban su dieta: lo que comían, con qué frecuencia, cuánta fibra, cuánta grasa.

En ese ejercicio minucioso, se encontró algo inquietante: quienes consumían en promedio entre nueve y diez porciones diarias de alimentos ultraprocesados tenían un 45% más de probabilidades de desarrollar pólipos colorrectales, respecto a quienes consumían tres porciones diarias o menos. Estos pólipos, llamados adenomas convencionales, aunque no siempre evolucionan a cáncer, son su antesala más común.

El gastroenterólogo Dr. Andrew T. Chan (Hospital General de Massachusetts y Harvard Medical School), autor principal del estudio, lo resume así:

“No podemos decir que toda comida ultraprocesada causará cáncer, pero está claro que en conjunto contribuyen a un ambiente favorable para su desarrollo.”

¿Qué es un alimento ultraprocesado?

La categoría abarca desde cereales industriales, panes y salsas empaquetadas hasta bebidas endulzadas y snacks listos para comer. No es nuevo que estos productos tengan poca fibra y nutrientes, pero ahora se suman asociaciones más complejas: microbiota alterada, inflamación crónica e incluso trastornos metabólicos vinculados con obesidad y diabetes tipo 2.

No todos los ultraprocesados son iguales. Algunos son relativamente inocuos y otros, claramente dañinos. Pero el punto es la frecuencia, la cantidad y la falta de equilibrio frente a alimentos frescos o mínimamente procesados.

Un cambio silencioso, pero constante

En Estados Unidos, más de la mitad de las calorías diarias provienen de estos productos. No es un dato aislado: cada vez más países replican esa dieta por comodidad, economía o marketing. El problema no es solo individual; es estructural.

El estudio no prueba una causa directa, pero apunta a un patrón que no podemos ignorar. Como dijo el gastroenterólogo Andrew T. Chan, autor principal del estudio:

“Esto no implica que consumir alimentos ricos en proteínas nocivas vaya a provocar cáncer inevitablemente... Pero es una pieza clave para comprender qué factores podrían estar influyendo en las tasas de cáncer subyacentes”.

¿Qué se debe hacer?

Más que satanizar ingredientes o contar calorías, este estudio nos invita a mirar de frente nuestra relación con la comida industrial. No es drama. Es realidad. Como dice la dietista Dalia Perelman, “comer más simple no tiene por qué ser complicado”. Empezar por reemplazar una bolsa de botanas por frutos secos puede parecer pequeño, pero es parte de una cadena mucho mayor.

La evidencia es contundente, pero también accesible: la salud del intestino no depende solo de una colonoscopía cada diez años. Depende de lo que llevamos a nuestro cuerpo todos los días. No estamos condenados, pero tampoco inmunes.

Y quizá sea momento de exigir políticas públicas que faciliten el acceso a alimentos frescos, en lugar de subir impuestos a los que no lo son; de mirar más allá de etiquetas coloridas y pensar qué construimos con cada bocado. Aunque no todo está dicho, este estudio es un recordatorio poderoso: la dieta sí importa, y mucho. 


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Imagen de portada: Pixabay