«El amante»: la novela que desnuda la memoria, el deseo y la melancolía
Libros
Por: Carolina De La Torre - 11/25/2025
Por: Carolina De La Torre - 11/25/2025
Existen novelas que se respiran, se escuchan en el cuerpo como un eco viejo, se sienten en el pecho como un recordatorio de que la memoria, aún cuando duele también acaricia. El amante, de Marguerite Duras, es exactamente eso: un territorio donde la nostalgia y el deseo conviven sin hacer demasiado escándalo, pero dejando cicatrices finas marcadas de por vida.
Publicada en 1984 y ganadora del Premio Goncourt ese mismo año , esta novela se convirtió en un fenómeno inesperado: ventas masivas, recepción casi inmediata y una ola crítica que la describía como algo “terrible y desolado en su sutileza poética” . Poco después, llegaría también el Premio Hemingway en Estados Unidos, confirmando lo que el público europeo ya intuía: Duras no había escrito una simple historia de amor, sino una grieta emocional disfrazada de novela.
El amante es, en su premisa más simple, la memoria de una adolescente de 15 años que carga un hogar fracturado, un ambiente familiar que se desploma y una vida marcada por la pobreza en la Indochina colonial francesa. Sus días avanzan entre carencias, tensiones y silencios que se vuelven un modo de sobrevivir. Y es ahí, en ese contexto quebrado, donde aparece él: el hombre chino rico, mayor, que cruza su destino con el de ella como si ambos fueran dos orillas destinadas a tocarse solo un instante.
De inicio, podría parecer un libro que se revuelve entre introspecciones: los pensamientos de la protagonista, lo que sucede fuera de ella, y la forma en que imagina —o interpreta— lo que piensan los otros. Pero pronto queda claro que la intimidad real de la historia no recae en las escenas entre ella y el amante, sino en la naturalidad con la que Duras narra los hechos. Una naturalidad que no busca enfatizar lo erótico, sino lo humano.
La verdadera magia del libro está en cómo está contado. Porque nadie vive la vida en línea recta. Mientras haces algo, recuerdas otra cosa. Mientras hablas, piensas en lo que viene. Mientras sientes, te preguntas qué piensa el otro. Así funciona la mente, así se mueve la vida. Y eso es justo lo que logra Duras: escribir como si siguiera el pulso real de una conciencia —con sus saltos, sus desvíos, sus capas— sin forzar nada, sin explicarlo de más. Sólo dejándolo ser.
Por eso la novela puede parecer “antinatural” o caótica para algunos lectores; porque rompe con la estructura narrativa tradicional. Pero ahí está la ironía: lo antinatural es lo que solemos considerar “normal”. La vida real se mueve justo así: entre recuerdos involuntarios, futuros hipotéticos, miedos, deseos y un contexto social cargado de desigualdades —raciales, económicas, coloniales— que Duras nunca maquilla.
Críticos literarios han explicado que la fuerza del libro está en esa combinación de precisión y concisión, en cómo la autora crea una atmósfera que oscila entre el placer y la muerte, entre la ternura y el desgarro . Otros han señalado su capacidad para romper con la novela tradicional y entrar en un terreno más sensorial, casi experimental .
El amante no es una historia feliz, pero tampoco pretende ser trágica: simplemente es. Se deja ser. Es dolorosa sin dramatismos, erótica sin euforia, triste sin buscar lástima. Cada palabra está cargada de una melancolía que no proviene solo de la protagonista, sino de la novela misma, como si la obra tuviera su propio corazón cansado.
Duras nos mete no solo en la historia, sino en la mente y en el alma de la protagonista. Nos deja hundirnos en esa nostalgia que se siente más honda que el amor mismo. Y en ese descenso, el lector descubre algo curioso: que el libro lo obliga a mirarse a sí mismo. A revisar sus propias tristezas, sus pérdidas, sus recuerdos torcidos. A enfrentarse a ese hueco profundo que todos cargamos —el que uno reconoce solo cuando suspira sin darse cuenta.
Es por eso que tantos lectores han descrito el libro como “especial”, “melancólico”, “demoledor”. Porque no es solo lo que cuenta: es lo que te hace recordar de ti.
Hoy, uno de los puntos más discutidos de la novela es la diferencia de edad entre los protagonistas. Y con justa razón: su relación se da desde un desequilibrio evidente. Dentro de la misma narrativa, ese problema existe, pesa y se siente. Pero algo importante es que la novela no romantiza ni condena ese hecho: solo lo presenta. Lo narra desde la conciencia de quien lo vivió, no desde la moral simplificada del lector.
Por eso es el lector quien debe entrar en acción. Comprender los hechos como un todo, desde el contexto histórico, emocional y personal de Duras —porque sí, el libro tiene fuertes tintes autobiográficos— sin renunciar a su propio criterio ético.
Porque El amante no busca agradar. No busca justificar. No busca complacer.
Solo quiere mostrar una herida que nunca terminó de sanar.
Es un libro que habla del deseo y de la soledad, de la pobreza y del privilegio, del colonialismo y del cuerpo, de la infancia y del poder. Y lo hace con una voz tan íntima que casi parece un susurro.
Quizá por eso ganó premios, por eso vendió miles de copias, por eso aún se lee. Y quizá por eso molesta, conmueve o perturba: porque es de esos libros que no te permiten ser un lector distante. Te arrastra hacia adentro. Te obliga a recordar.
Y si un libro te obliga a recordar —aunque duela— es porque te está hablando desde un lugar honesto.