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Obras que se burlan del género sin dejar de ser terror: una radiografía de cómo el cine aprendió a reírse del miedo

El terror tiene una cualidad que pocos géneros comparten: puede reírse de sí mismo sin perder fuerza. Lo mismo puede hacernos gritar que hacernos pensar por qué disfrutamos hacerlo. Desde los noventa —y con algunos antecedentes brillantes— el cine de terror empezó a volverse más consciente, más autorreferencial. Películas que no solo buscan asustar, sino cuestionar las fórmulas, los clichés y al propio espectador que los consume.

Estas cuatro películas son ejemplos perfectos de esa mutación del miedo: siguen siendo terror, pero con un espejo en la mano.

 

Funny Games, Michael Haneke  (1997)

 La película de Haneke es una bofetada al público. No solo por su violencia fría y calculada, sino porque el director nos convierte en cómplices del sufrimiento. Dos jóvenes irrumpen en la casa de una familia y los torturan psicológicamente con cortesía y sonrisa incluida. Pero lo verdaderamente perturbador es cómo Haneke utiliza la cámara para romper la cuarta pared: uno de los agresores mira directamente al espectador, incluso rebobina la película cuando algo no le conviene. Es su manera de decir: “¿Querías violencia? Aquí la tienes. Pero mírate mientras la consumes”. Haneke critica la banalización de la violencia en el cine y cómo el espectador la disfruta bajo la excusa de la ficción. Funny Games no solo incomoda: acusa.

 

Scream, Wes Craven (1996)

Scream es la reinvención del slasher en los noventa. Craven —ya un veterano del género— toma todos los clichés: la chica virgen, el asesino enmascarado, las reglas del terror… y los convierte en parte del guion. Los personajes son conscientes de estar en una película de horror y hablan abiertamente de las “reglas” para sobrevivir. Es una mezcla entre parodia y homenaje, que no deja de ser terror puro. Lo brillante está en cómo Craven juega con la autoconsciencia del género: nos recuerda que ya lo hemos visto todo, pero igual logra que saltemos del susto. “Scream” es meta-horror, una película que se burla del miedo mientras lo provoca.

 

The Cabin in the Woods, Drew Goddard (2012) 

A primera vista, parece el típico slasher: un grupo de jóvenes se va de vacaciones a una cabaña alejada del mundo. Pero pronto entendemos que algo más ocurre detrás: hay una corporación controlando los eventos, como si fuera un ritual de entretenimiento o sacrificio. Goddard y Joss Whedon (guionista y productor) utilizan esta premisa para destripar los clichés del terror: la “rubia tonta”, el atleta, el nerd, la virgen… todos son roles que deben cumplirse para satisfacer al público (o a los “dioses”). La película se ríe del género y de nosotros, que seguimos exigiendo las mismas fórmulas. Al final, “La cabaña en el bosque” es una sátira del propio sistema del entretenimiento: un espejo del placer de ver morir a otros desde la comodidad del sillón.

 

Wes Craven’s New Nightmare, Wes Craven (1994) 

Antes de Scream, Craven ya había experimentado con la idea del terror que se desdobla. En New Nightmare, el creador de Freddy Krueger vuelve al universo de Pesadilla en Elm Street, pero lo traslada al mundo real. Los actores y el propio Craven se interpretan a sí mismos, mientras una presencia maligna intenta salir de la ficción al mundo tangible. Es una película dentro de otra, una reflexión sobre cómo el horror puede trascender la pantalla. Craven se pregunta qué sucede cuando los monstruos dejan de ser metáforas y empiezan a tener vida propia, y también critica cómo la industria convierte a sus creaciones en franquicias vacías. New Nightmare es un autor hablando con su propia criatura.

El terror que se burla de sí mismo no busca solo el susto fácil: nos enfrenta a nuestras propias pulsiones como espectadores. Estas películas desarman los mecanismos del miedo y nos dejan con una pregunta más inquietante que cualquier asesino o demonio: ¿por qué seguimos disfrutando de ver sufrir a otros, una y otra vez?


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Imagen de portada:  «Wes Craven’s New Nightmare», Wes Craven (1994)