Sanae Takaichi: la ultraderecha llega a Japón con rostro de mujer
Sociedad
Por: Yael Zárate Quezada - 10/23/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 10/23/2025
En la novela El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el personaje Tancredi Falconeri afirma: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Esta frase dio origen a un concepto que, en México, solemos asociar con los actos de simulación política, el “gatopardismo”. Es decir, esa habilidad de ciertos sectores del poder para promover transformaciones superficiales que, en realidad, garantizan que nada esencial se modifique.
Esto es lo que ha ocurrido en la clase política global y más reciente y concretamente con Japón que acaba de elegir a Sanae Takaichi como la primera mujer en encabezar el gobierno nipón, un hecho que muchos medios, analistas y la opinión popular –por lo menos de cierta facción– han celebrado como un paso histórico hacia la equidad de género y la modernización del país.
Si bien, el hecho de que sea una mujer la ministra de Japón es un hecho histórico, lo cierto es que no es la única deuda histórica que existe, particularmente en pleno 2025 cuando el mundo exige analizarse con un ojo progresista.
Como el simbolismo no siempre equivale a progreso, en este caso, que una mujer llegue al poder no implica necesariamente que su gestión encarne los valores de igualdad o transformación que muchos esperan, pues el caso de Takaichi parece recordarnos que no todo avance es lo que parece.
Pero, ¿qué tiene que ver el “gatopardismo” en este caso?
La respuesta está en la trayectoria y las posturas de Sanae Takaichi, una figura que representa la facción más dura y conservadora del Partido Liberal Democrático.
Si bien, su ascenso se presenta como un triunfo femenino, su discurso y agenda política reafirman los valores más tradicionales del nacionalismo japonés. Takaichi ha defendido un fortalecimiento militar, mayores inversiones en defensa y un endurecimiento en las políticas contra migrantes, al tiempo que ha minimizado los abusos cometidos por Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
Su postura respecto a la memoria histórica ha sido especialmente polémica ya que ha cuestionado las disculpas oficiales del país hacia las mujeres coreanas sometidas a esclavitud sexual durante la ocupa ción japonesa desde inicios del siglo XX, y ha impulsado la eliminación de dichas referencias en los libros de texto. Desde su perspectiva, la educación debe rescatar el “orgullo nacional” japonés, incluso a costa de negar hechos documentados.
Admiradora declarada de Margaret Thatcher, Takaichi se opone al matrimonio igualitario y a reformas legales que permitan a las parejas casadas usar apellidos distintos, además de defender que la sucesión imperial continúe siendo exclusivamente masculina.
La paradoja está en que esta elección podría interpretarse como una jugada estratégica del sistema político japonés: un cambio de rostro para que todo siga igual. La figura de una mujer en el poder —en apariencia un cambio— se convierte en la coartada perfecta para un país que necesita mostrarse moderno ante el mundo sin alterar sus estructuras internas más arraigadas.
El “gatopardismo” de Takaichi es un espejo que refleja un patrón más amplio: la tendencia de los sistemas de poder a adoptar símbolos de cambio sin comprometerse con el cambio real. Su ascenso no es necesariamente una derrota para el feminismo, pero sí una advertencia sobre los límites del poder político simbólico.
El verdadero cambio ocurre cuando el poder, sea quien sea quien lo encabece, se compromete a desmantelar las estructuras que sostienen la desigualdad. Todo lo demás, es apenas una manera elegante y burocrática de que todo siga como está.