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Explora el Mictlán, conoce los nueve niveles del inframundo mexica y descubre cómo Mictlantecuhtli, el señor de la muerte, no castiga, sino guía a las almas y conecta vida y muerte en la antigua Mesoamérica

Cuando hay silencio en el aire y la noche parece respirar, se dice que el señor del Mictlán abre los ojos. 

Su nombre es Mictlantecuhtli, el dios mexica de la muerte. Guardián de las almas que han terminado su paso por la Tierra, soberano de la oscuridad y del silencio, pero también custodio de aquello que hace posible la vida.

El nacimiento del señor del inframundo

Según los mitos, Huitzilopochtli y Quetzalcóatl lo crearon en el Omeyocan, el lugar de los dioses, como parte del equilibrio entre vida y muerte. Comprendieron que la existencia no podía entenderse sin su contrario: para valorar la luz, era necesario conocer la sombra.

Su nombre proviene del náhuatl Mictlán (lugar de los muertos) y Tecuhtli (señor): “el señor del lugar de los muertos”. Pero a lo largo de Mesoamérica, se le conoció con distintos nombres según los dialectos y regiones: Ixtupec (“rostro quebrado”), Sextepehua (“esparcidor de cenizas”) y Tzontemoc (“el que baja de cabeza”), cada uno describiendo aspectos de su dominio sobre la muerte y el inframundo.

La muerte como ciclo, no como castigo

El Mictlán no era un infierno. Era la morada de los muertos, el último destino para quienes fallecían de manera natural, sin importar género ni estatus social. Su estructura reflejaba la cosmovisión mexica: un viaje por nueve niveles, con desafíos y pruebas que el alma debía superar para alcanzar el descanso final.

Los nueve niveles del Mictlán:

  • Apanoayan – el río que se cruza con la ayuda de un perro guía (xoloitzcuintle).
  • Tepeme Monamictia – montañas que chocan constantemente.
  • Iztepetl – el cerro de obsidiana, erizado de cuchillos de pedernal.
  • Cehuecayan – paraje helado que pone a prueba la resistencia del alma.
  • Itzehecáyan – donde soplan vientos cortantes de obsidiana.
  • Teocoylehualoyan – espacio dominado por un jaguar que devora el corazón del difunto.
  • Apanhuiayo – lago de agua negra custodiado por la lagartija Xochitonal.
  • Chiconauapan – último río antes de llegar a la morada final.
  • Mictlán – el destino final, donde Mictlantecuhtli y su compañera Mictecacíhuatl reciben a los muertos.

No todos los fallecidos llegaban al Mictlán:

  • Guerreros muertos en batalla y mujeres que morían en parto acompañaban al Sol y, después de cuatro años, se transformaban en colibríes.
  • Muertes por rayo o ahogamiento conducían al Tlalocan, el paraíso del dios Tláloc, lleno de agua y vegetación.
  • Bebés fallecidos sin probar alimento sólido iban al Chichihuacuauhco, donde un árbol nodriza les proveía leche.

Entre vida y muerte

Aunque Mictlantecuhtli gobierna la muerte, también está ligado a la creación de la vida. Quetzalcóatl descendió al Mictlán para recoger los huesos de los antiguos humanos; con su sangre dio origen a la humanidad. Desde entonces, Mictlantecuhtli cuida esos restos: la muerte como principio de la vida.

Además, en códices como el Borgia o el Vaticano V, se le representa con piel descarnada, cráneo expuesto y mandíbulas abiertas. Los murales de Teotihuacán lo muestran junto a símbolos de muerte y transformación: murciélagos, búhos, arañas y huesos, recordándonos que la muerte forma parte de un ciclo, no de un castigo.

La función cultural del Mictlán

El Mictlán y sus señores son más que mitos: son un reflejo de la visión mexica sobre la vida y la muerte. Los rituales funerarios, el acompañamiento de perros a los difuntos y las ofrendas del Día de Muertos tienen raíces directas en esta cosmovisión. Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl no juzgan ni condenan; reciben, custodian y equilibran.

En su reino de sombras y silencio, la muerte se presenta como certeza, no amenaza. Nos recuerda que la vida y la muerte son inseparables, y que ambas deben ser comprendidas como parte de un mismo viaje.


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Imagen de portada: Pinterest