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Entre 1910 y 1968, La Castañeda fue el principal manicomio de México; concebido como símbolo del progreso porfiriano, terminó por revelar los prejuicios y miedos con los que el país trató la salud mental y la diferencia.

En 1910, el gobierno de Porfirio Díaz celebraba el Centenario de la Independencia con grandes obras, avenidas y edificios que pretendían mostrar al mundo la modernidad mexicana. Entre ellos se encontraba el Manicomio General La Castañeda, un hospital psiquiátrico concebido para ser el emblema del avance científico del país. 

Aunque su arquitectura afrancesada pretendía ser un ejemplo de orden, higiene y progreso, en la práctica se convirtió en el símbolo de algo totalmente distinto. No pasó mucho tiempo antes de que fuera evidente que sus muros albergaban algo más que enfermos mentales. A este lugar llegaban mujeres consideradas “inmorales”, alcohólicos, indigentes, prostitutas o personas con comportamientos “anómalos”, internados muchas veces por decisión de familiares o jueces. 

Las categorías médicas de la época mezclaban sus prejuicios con “datos científicos”, pues  términos como “histeria femenina”, “locura moral” o “degeneración hereditaria” se usaban para justificar reclusiones arbitrarias.

Sus prácticas como baños helados, electroshock, aislamiento y terapias físicas, eran una forma de coerción y control. Con el paso de los años, el hacinamiento y la falta de personal agravaron las condiciones del hospital y así, lo que había nacido como un proyecto de vanguardia se transformó en un espacio de abandono. 

La Castañeda en la literatura 

La historiadora Cristina Rivera Garza, en su investigación La Castañeda: Narrativas dolientes desde el manicomio general, México 1910–1930, revisó los archivos médicos, fotografías y expedientes del hospital. Su trabajo reveló cómo el manicomio reflejaba los valores y temores de la sociedad mexicana del siglo XX. Rivera Garza sostiene que más que más allá que un hospital, La Castañeda fue un espejo del país y un dispositivo de control donde la diferencia era tratada como enfermedad y la inconformidad, como síntoma.

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En 1968, el mismo año en que México buscaba proyectar una imagen de modernidad ante el mundo con los Juegos Olímpicos, el manicomio fue cerrado por orden del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Los pacientes fueron repartidos entre nuevos hospitales psiquiátricos, y el edificio fue demolido para construir una unidad habitacional del IMSS. Del majestuoso recinto solo quedaron archivos dispersos, algunos instrumentos médicos y un recuerdo incómodo.

Actualmente cuando los capitalinos escuchamos el nombre de La Castañeda, sentimos el escozor de una herida simbólica que forma parte del gran acervo de dolor que ha conformado la oscura historia de México.


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Imagen de portada: Centro Mexicano de Tencología Pericial