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Lo que viste pero no entendiste: hermenéutica de «Berghain», el nuevo éxito del disco de Rosalía

Rosalía llega con su cuarto álbum de estudio Lux y con él, la cantante española nos presenta su primer sencillo titulado «Berghain», un videoclip dirigido por Nicolas Méndez (con quien ya había trabajado en Malamente). A lo largo de tres minutos y medio, la artista entrega uno de sus trabajos con mayor carga simbólica, una pieza que abre la puerta a múltiples interpretaciones.

Desde el título, Berghain advierte su profundidad. Hace referencia al icónico club berlinés envuelto en un aura de misticismo, introspección y transformación. Sin embargo, los primeros segundos del video trasladan la historia a un entorno más íntimo. Rosalía entra a su departamento vestida de oscuro, acompañada por el primer símbolo lacrimoso de la canción: una figura religiosa que podría representar a la Virgen María o María Magdalena, ambas unidas por el dolor y la devoción. 

 

Una orquesta de emociones y pensamientos

Su rostro luce agotado, casi desolado; aún así, la catalana cruza la estancia para abrir las cortinas y dejar entrar la luz. En ese momento, la música comienza con la Orquesta Sinfónica de Londres. Música barroca donde las cuerdas –como el violín y la viola– y los aerófonos –como el oboe– dan un ambiente que paradójicamente acompaña el horror del vacío saturado por sus emociones y pensamientos. A lo largo del video, en pocas ocasiones la Orquesta se separa de Rosalía, como un recordatorio de los pensamientos que la persiguen.  

 

Cotidianidad y ocultamiento

La vemos tomarse un café, chupar un terrón de azúcar, planchar una falda roja, limpiar una bañera, hacer la cama y seguir con su rutina. En ese mismo intento por seguir con la cotidianidad, Rosalía camina por la calle enfundada en una especie de jumpsuit azul-grisáceo mientras usa unas gafas oscuras. 

En el libro Fragmentos de un discurso amoroso, el filósofo Roland Barthes habla de los lentes oscuros como una figura del discurso del amor. 

“Lentes oscuros. OCULTAR. Figura deliberativa: el sujeto amoroso se pregunta no si debe declarar al ser amado que lo ama (ésta es una figura de declaración), sino en qué medida debe ocultarle las «perturbaciones» (las turbulencias) de su pasión: sus deseos, sus desamparos, en suma, sus excesos (en lenguaje racineano: su furor). (...) Imponer a mi pasión la máscara de la discreción (de la impasibilidad); se encuentra allí un valor propiamente heroico: «Es indigno de las grandes almas difundir a su alrededor la perturbación que experimentan» (Clotilde de Vaux)”.

 

Sobre el duelo y la ascesis

También sobre Ser ascético, el filósofo francés hace una cavilación sobre el impulso ascético: castigarse, controlar el cuerpo, vivir el duelo como penitencia. Esa culpa transformada en rutina es visible en Berghain, donde la protagonista encarna un retiro silencioso. 

"Puesto que yo soy culpable de esto, de aquello (tengo, me doy, mil razones para serlo), me voy a castigar, voy a maltratar mi cuerpo: me cortaré los cabellos muy cortos, ocultaré mi mirada detrás de lentes oscuros (como para entrar al convento), me entregaré al estudio de una ciencia seria y abstracta. Me levantaré temprano para trabajar cuando es todavía de noche, como un monje. Seré muy paciente, un poco triste, en una palabra, digno, como corresponde al hombre del resentimiento. Remarcaré histéricamente mi duelo (el duelo que presumo) en mi vestimenta, en el corte de pelo, en la regularidad de mis hábitos. Será un retiro apacible; justo ese poco de retiro necesario para el buen funcionamiento de un patético discreto La ascesis (la veleidad de la ascesis) se dirige al otro: regresa, mírame, mira lo que haces de mí. Es un chantaje: pongo frente al otro la figura de mi propia desaparición, tal como se producirá seguramente si no cede (¿a qué?)".

 

Un corazón sin valor

En una de las secuencias, Rosalía visita al cardiólogo mientras canta:“Yo sé muy bien lo que soy, ternura pa’l café, solo soy un terrón de azúcar. Sé que me funde el calor, sé desaparecer, cuando tú vienes es cuando me voy”.

En una alternancia de imágenes entre el consultorio y una casa de empeño se distingue una figura del Sagrado Corazón un tanto maltratado mientras un valuador detrás del mostrador le indica a una Rosalía derrotada que ese corazón ya no tiene valor. 

Detrás del mostrador que adorna el negocio del usurero, encontramos a La dama del armiño, una pintura de Leonardo da Vinci que retrata a Cecilia Gallerani, una mujer intelectualmente superior a las personas de su época que hablaba de filosofía y escribía poesía. Rosalía y la Dama del Armiño miran hacia la misma dirección: hacia un corazón desvalorizado, pues Cecilia, después de tener un hijo del duque Ludovico Sforza, fue abandonada y expulsada de la Corte. Una pintura renacentista cargada de misterio, belleza y simbolismo. 

 

Un sueño y una intervención divina

De regreso en casa, la artista entra en un espacio onírico. Su habitación se transforma en un bosque habitado por zorros, aves, ciervos y un gorrión que canta con la voz de la cantante islandesa, Björk:

Esto es intervención divina, la única manera de salvarnos es con intervención divina, la única manera en que yo me salvaré es con intervención divina. 

De entre todos los animales resalta un venado (considerado por varias culturas como un símbolo de naturaleza, vida y fertilidad) que podría ser un cervatillo o una cierva y que llora sangre negra. 

Con escenas que recuerdan a un filme de Yorgos Lanthimos o de Lars von Trier, el videoclip de Berghain nos regala unas últimas tomas de un cuadro del Sagrado Corazón sobre una cama individual donde Rosalía no logra descansar, (quizá por las pastillas que la rodean) mientras da vueltas y recuerda (porque en latín recordar es volver al corazón) un terrón de azúcar que se impregna con la amargura del café, y que a su vez, guarda una cercana similitud con una paloma bicolor que sale volando de entre las sábanas. 

Blanco y negro, dulce y amargo, vida, muerte y el limbo que coexiste entre cada una de ellas; Berghain es un ejercicio visual sobre las ambivalencias que habitan el alma humana y los deseos entre la amargura de morir o la dulzura de vivir o podría ser al revés. 


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Imagen de portada: "Berghain", Rosalía (Nicolás Méndez, 2025)​