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El «biohacking» promete longevidad y mejor rendimiento físico, pero detrás de sus avances tecnológicos y biológicos se esconden dilemas éticos y una realidad: solo una élite millonaria puede acceder a este experimento de inmortalidad

"Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida"

–James Joyce

Nombres como Novak Djokovic o LeBron James sobresalen cuando de hablar de biohacking se trata. Análisis biométricos crioterapia y termoterapia, dispositivos de monitorización como relojes inteligentes o anillos que registran la frecuencia cardíaca y la calidad del sueño, por mencionar algunos ejemplos, todo se vale cuando y no hay que dinero que valga cuando se busca vivir eternamente. 

Se trata del "biohacking", un enfoque que busca mejorar el funcionamiento humano a partir de la integración de tecnología, hábitos alimenticios saludables, ejercicio físico y mental con el fin de prolongar la vida. 

Hasta aquí todo bien, pues el deseo de sentirse mejor con nuestro cuerpo es algo con lo que nos podemos identificar fácilmente. ¿Pero qué hay detrás de este tipo de prácticas?

Entre el biohacking y la bioética

Mientras que la bioética es una disciplina que estudia los problemas éticos que surgen en el ámbito de la biología y la medicina, el biohacking se traduce en una serie de herramientas y hábitos que permiten mejorar el rendimiento de manera medible. Sin embargo, existen algunos biohackers llamados "grinders" que utilizan métodos biotecnológicos para impulsar el transhumanismo, es decir, el movimiento para mejorar las habilidades y características de los seres humanos más allá de sus límites naturales. 

Incluso, algunas prácticas del biohacking de los grinders llegan a niveles impensables, como por ejemplo, inyectarse sangre más joven para detener el envejecimiento, realizar trasplantes fecales para experimentar con la ingeniería del microbioma, modificar genéticamente su propio ADN o injertarse imanes o microchips para comunicarse directamente con la tecnología externa. 

Esto supone un riesgo bioético importante al considerar que el biohacking se rige bajo un esquema sencillo pero riesgoso: “Házlo tú mismo" (DIY, por sus siglas en inglés). Este lema se refiere a prácticas como la implantación de dispositivos o la alteración genética realizadas por individuos sin supervisión profesional. 

Lo anterior es un gran riesgo biológico por la falta de conocimientos y rigor científico que estas prácticas requieren y como no hay algo que lo regule, carece de personas que se vuelvan responsables de estas prácticas.

Biohacking para unos cuantos 

Muchas veces se repite hasta el cansancio –casi como un mantra– que estas prácticas no solo están al alcance de deportistas de élite, sino también de quienes practican ejercicio con frecuencia y buscan mejorar su rendimiento, lo cierto es que la mayoría de estos casos son personas en extremo adineradas y con ello, se perpetúa la desigualdad. 

Mientras millones de personas carecen de acceso a la salud, una élite acumula medicamentos, tecnología de punta, hospitales, comunidad médica a su disposición y operaciones para prolongar su existencia. 

Como muestra, está el caso del acaudalado empresario, Bryan Johnson que pone en riesgo su cuerpo y su fortuna para desafiar al  envejecimiento y extender su vida lo más que pueda. Tanto llamó la atención la vida de este magnate que la plataforma de Netflix le hizo un documental bajo el nombre de “No te mueras: el hombre que quiere vivir para siempre”. 

O Lebron James, el basquetbolista que mencionamos al comienzo de este texto, el cual gasta hasta 1,500 millones de dólares al año en tratamientos de biohacking

Pero ¿es acaso el dinero una condición para que cada vez más millonarios quieran perpetuar su existencia?  ¿Por el apego al lujo? ¿Las ínfulas de superioridad moral? ¿La idea de que necesitan más tiempo para intentar mejorar el mundo ? O simplemente, ¿el temor en ellos a la muerte es aún mayor? 

Al final, ¿cuál es el costo por vivir más tiempo?


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Imagen de portada: Serie Biohackers