San Cipriano: el brujo, el santo, el mártir y el mago
Magia y Metafísica
Por: Yael Zárate Quezada - 09/15/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 09/15/2025
La leyenda de San Cipriano se mueve en terrenos que solo se separan por una delgada línea entre lo esotérico y lo religioso. En el mundo de la magia, la historia de San Cipriano es muy conocida al igual que entre los devotos de la fe cristiana. Pero ¿cómo fue posible que un brujo, capaz de invocar espíritus, realizar exorcismos y hablar directamente con Lucifer se convirtiera en un santo reconocido?
Desde su nacimiento su destino estuvo marcado por la magia. Sus padres lo consagraron a la diosa Afrodita, llamada también Cipris –por la isla de Chipre–, de donde provendría su nombre. En su infancia, Cipriano fue instruido en templos dedicados a Apolo, Deméter y Perséfone, y pronto tuvo contacto con los misterios de Mitra, Orfeo e Isis, así como con los ritos eleusinos. Esa educación lo llevó a convertirse en un mago con conocimientos que pocos podían igualar.
El inicio de sus estudios y trabajo estuvo ligado a la teurgia, la rama considerada benéfica de la magia, pero más tarde eligió la goecia, el arte oscuro de la invocación de espíritus y demonios.
Imaginemos a Cipriano viajar por Caldea, Alejandría o Menfis para aprender astrología, numerología e invocaciones. Hay versiones que incluso lo colocan en Salamanca, siglos antes de que la ciudad se volviera famosa por su vínculo con la brujería.
Tal fue su devoción al estudio de las ciencias ocultas que en Antioquía se ganó la fama de brujo poderoso y, según se cuenta, se retiraba de vez en cuando a una cueva para realizar sacrificios con los que buscaba comunicarse directamente con el Maligno. De estas conversaciones, habrían surgido los textos que más tarde se conocerían como el Libro de San Cipriano, un grimorio que con el tiempo se convirtió en referencia tanto para quienes buscaban protección como para los interesados en la magia ceremonial.
Como en muchos relatos de grandes hombres y mujeres, la historia más conocida muestra a un Cipriano que sucumbió a los flechazos de Eros.
La historia es así: un joven llamado Agladio le pidió ayuda para conquistar a Justina, una muchacha cristiana. Cipriano aceptó, pero al verla quedó enamorado. Utilizó todos sus conocimientos para conquistarla, pero ni sus conjuros ni sus pactos lograron vencer la fe de ella.
Desesperado por conseguir el amor de Justina, acudió a un viejo conocido. La leyenda asegura que el propio Lucifer le reveló que lo que protegía a la chica era la señal de la cruz y su devoción a Cristo. Fue entonces cuando Cipriano comprendió que había algo más fuerte que su magia y decidió convertirse.
Guiado por el obispo Eusebio, pasó de aprendiz a diácono, sacerdote y finalmente obispo de Antioquía. Justina lo acompañó en su fe y juntos vivieron en un tiempo en que los cristianos eran perseguidos.
Ambos se negaron a rendir culto a los dioses romanos y fueron arrestados. Sufrieron torturas, sobrevivieron a una marmita de agua hirviendo y finalmente fueron decapitados en el año 304 a orillas del río Galo.
Hoy, cada 16 de septiembre, se recuerda a San Cipriano como mártir cristiano. Pero quien se acerque a su figura, descubre rápidamente que no solo pertenece a los altares del cristianismo. Su nombre circula también en grimorios y prácticas esotéricas, donde aparece como maestro de conjuros y protector contra maleficios.
En él conviven el santo y el mago, el mártir y el brujo, un personaje que habita en la frontera entre lo sacro y lo profano.