Claudia Sheinbaum y el Grito feminista de independencia nacional
Sociedad
Por: Fernando Vizcaíno - 09/16/2025
Por: Fernando Vizcaíno - 09/16/2025
La celebración de la Independencia de México es una interrupción en la historia: cada día 15 de septiembre las campanas, al sonar por la noche en Palacio Nacional, suspenden el orden virreinal y la dependencia de las potencias extranjeras. La aspiración de la soberanía se renueva cada año. Pero es una pausa, en ese instante antes del Grito, en el que nos preguntamos quiénes somos, por qué somos así, qué hemos hecho con nuestra independencia.
Cuando la pausa del Grito es interrumpida por una voz de mujer —la primera presidenta de México— no es un mero cambio de protocolo: es la interrupción de una interrupción. Una revolución dentro de la revolución que comenzó a gestarse hace más de dos siglos.
¿La voz de Claudia Sheinbaum quiebra verdaderamente 200 años de monopolio masculino? Miguel Hidalgo gritó en 1810 no por la autonomía sino, en realidad, por la Virgen de Guadalupe y por el Rey de España —identidades establecidas en la memoria y la tradición amenazadas por la invasión de España por Napoleón Bonaparte en 1808—. Interrumpía Hidalgo, así, la expansión napoleónica y, sin proponérselo, el orden virreinal. La presidenta grita en 2025 para interrumpir el orden patriarcal que sobrevivió a la Independencia. Su voz desde el balcón nacional es un "¡también nosotras!" que resuena en los pliegues de la historia. Qué ironía: México necesitó 200 años para que una mujer gritara lo que Josefa Ortiz ya susurraba en conspiraciones clandestinas, lo que Gertrudis Bocanegra calló para no delatar a esposo e hijo, lo que Leona Vicario escondió entre claves guadalupanas.
¿Lo que la gente ve, en la plaza atiborrada por 150 mil personas y en millones de hogares, es una mujer, respaldada por un emocionado esposo, o una banda presidencial cuyos hilos dorados forjan el águila devorando a la serpiente? ¿Y no es ese escudo reflejo del otro grito nacional (Mexicanos al grito de guerra...) que aprendemos de nuestros padres y maestros?
Lo que se lee, entre líneas: la fundación simbólica de una segunda independencia, la que libera a la nación de su ceguera de género. Los vivas ya no solo honran a Hidalgo o Allende, sino a Josefa Ortiz de Domínguez (ahora “Ortiz Tellez-Girón”, para liberarla de la relación marital tradicional), Leona Vicario, las soldaderas anónimas.
Interpretación personal: este Grito no celebra un triunfo, sino que expone la deuda de un país que aún debe independizarse de sus credos y dogmas, de ideologías que corren cada vez más veloces gracias a las nuevas redes sociales.
Que la presidenta de México grite vivas a Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra, Josefa Ortiz y también vivas a las heroínas anónimas es quizás el gesto más radical de todos: una interrupción que interroga los límites de la memoria misma. Al gritar los nombres de las criollas ilustres (esposas, madres, católicas), la presidenta rescata del archivo a quienes ya tenían un lugar en el relato nacional. Al gritar por las anónimas, descoloniza el concepto de heroísmo: reconoce que la historia se ha forjado también con las mujeres sin apellido que cocinaron, espiaron, curaron o murieron en el silencio. Josefa Ortiz ya no es solo “la Corregidora”, sino símbolo de todas las mujeres que conspiraron en cocinas y patios.
Ironía histórica: México necesita que una mujer en el balcón presidencial le recuerde lo que siempre supo: que la nación nació de voces de mujer, comenzando por la de Guadalupe, que en siglo XVI se apareció a un indio para fundar una cultura y una nueva historia.
Este Grito no cierra la conmemoración, sino que la abre. ¿Qué otras ausencias deben ser nombradas? ¿Cómo gritar por las que nunca tendrán estatuas?