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En la evolución de su personaje, Cantinflas pasó de representar una imagen de la marginalidad y cierta forma de subversión, al conservadurismo y la defensa de los valores morales dominantes de su época

En el imaginario popular mexicano, Cantinflas ocupa un lugar todavía más o menos relevante. Hasta cierto punto tuvo el mérito necesario para hacerse un espacio en el panteón de la cultura del país, en particular la cinematográfica, en donde Mario Moreno (12 de agosto de 1911 - 20 de abril de 1993) dio vida a uno de los personajes emblemáticos de la llamada “época de oro” del cine nacional.

Con todo, como suele ocurrir con las figuras que se vuelven parte de un de un canon, con el paso del tiempo el nombre y cierta forma de reputación ganó más presencia que los matices y aun los claroscuros del personaje. Hoy en día, si se recuerda a Cantinflas, quizá sea casi únicamente como el cómico que hizo de la verbosidad en el habla y la desfachatez en la apariencia el sello de su personaje, una combinación original que le valió reconocimiento y fue genuinamente bien recibida tanto por la industria cinematográfica como por el público de la época y aun de épocas posteriores. 

Aquella aceptación puede explicarse, al menos en una primera instancia, por la fama que Cantinflas tenía como “cómico de carpa”, un género ahora prácticamente extinto que en la primera mitad del siglo XX fue uno de los entretenimientos predilectos en la Ciudad de México, especialmente entre personas de los sectores populares de la capital. Proveniente de alguno de esos sectores, el “cómico de carpa” hacía humor con temas afines a sí mismo y al público al que se dirigía: prácticas sociales como el noviazgo o el matrimonio, las vicisitudes laborales o los problemas políticos de la época. 

Como es sabido, de aquellas carpas ambulantes que se instalaban cerca de mercados o plazas de la ciudad surgieron cómicos que después, a mediados de siglo, se volvieron estrellas del cine como Manuel Medel, Delia Magaña y "Clavillazo", en algunos casos con una transición por los estudios de la XEW, radiodifusora que también atrajo a algunos de ellos para beneficiarse de su popularidad y su talento. 

El origen de Cantinflas como cómico de carpa todavía se puede apreciar en la cinta ¿Águila o sol? (Arcady Boytler, 1937), que protagonizó precisamente junto a su compadre Manuel Medel. Sin embargo, también es cierto que Mario Moreno encontró las condiciones para hacer evolucionar a su personaje sobre todo bajo la dirección del cineasta Juan Bustillo Oro y el guionista Humberto Gómez Landero, artífices de Ahí está el detalle (1940), la cinta que consolidó la mejor faceta de su personaje “Cantinflas”, conformado por algunos elementos físicos y simbólicos muy reconocibles. En la apariencia, la ropa hecha relingos, el pedazo de tela al que entonces continua e irónicamente llamaba su “gabardina”, el sombrero de lado y el pantalón a medio caer. En lo simbólico, la personificación del “peladito” capitalino, el hombre más bien marginal, precarizado (como se dice ahora), sin un empleo fijo, aunque al mismo tiempo buscando qué provecho sacar de casi cualquier situación, un poco como el “pícaro” de la tradición hispánica que se remonta hasta el Lazarillo de Tormes y el Don Pablos de Quevedo, y el cual, en el caso mexicano, encontró sucesión en obras como El Periquillo Sarniento o la Musa callejera de Guillermo Prieto. Y como en ellos, en Cantinflas se encuentra uno de los rasgos más apreciables de lo cómico en español: el uso ingenioso del lenguaje con el fin de mover a la risa, en su caso recurriendo al amontonamiento más o menos coherente de palabras, frases y argumentos, colando a cada tanto un chiste, un retruécano, una respuesta inesperada o un giro hacia esos otros ámbitos del lenguaje siempre latentes gracias a la polisemia. Grosso modo, eso es lo “cantinflesco” que incluso se volvió término admitido en el Diccionario de la Real Academia Española en su edición de 1992. 

Ya solamente cabría añadir a esta caracterización que Cantinflas, ya desde sus inicios en el cine, no escapó al proyecto moralizante que caracterizó a buena parte del cine de la época. Aun con sus orígenes vagabundos y callejeros, al personaje se le hizo alienarse a una cierta “bondad” o “ingenuidad” de carácter que, según ese discurso, sería propia de las personas provenientes de las clases sociales empobrecidas, como también fue el caso del "Pepe el toro" de Pedro Infante o los papeles cómicos de Tin Tan. 

Acaso por ese mismo motivo en sus siguientes películas Cantinflas fue torero, gendarme, mosquetero y mozo de hotel, además de Romeo en una versión muy libre de la tragedia de Shakespeare, fotógrafo y bombero, en su vasta mayoría oficios de corte popular que aprovechaban las raíces personaje, un rasgo que sin embargo se volvió cada vez más accesorio, incluso al punto de lo prescindible en cintas como Su Excelencia (1967), El ministro y yo (1975) o El patrullero 777 (1978), las tres dirigidas por Miguel M. Delgado y en las que el personaje de Cantinflas encarna su versión más conservadora, recurriendo todavía a la locuacidad y la desfachatez que lo caracterizaron pero ya solo como un hábito y no, como ocurrió en sus primera películas, como una vía de expresión para la inconformidad o la queja frente a las circunstancias sociales que determinaban su marginalidad. Después de todo, si Cantinflas entraba a escondidas por la puerta de servicio de una mansión para picar las viandas de un millonario, no era sólo por gusto, sino también por un cierto afán subversivo, quizá involuntario o inconsciente pero innegable, que buscaba romper con una o varias reglas sociales, entre ellas una de las más importantes del sistema en que vivimos, la de la propiedad privada.

Pero con el tiempo y el éxito acumulado, Cantinflas se tornó hacia el punto opuesto del espectro. Y esa figura del "peladito" o del pícaro se convirtió en una especie de evangelizador que aprovechaba cualquier oportunidad para defender los valores dominantes de la época, las “buenas costumbres” y, en suma, todo aquello identificable con el establishment. Sus últimas cintas contrastan grandemente cuando se les sitúa en su momento histórico y se advierte que convivieron con la contracultura heredada por el movimiento hippie, el surgimiento del rock, el consumo recreativo de sustancias psicoactivas o los movimientos estudiantiles de los años 1968 y 1971. 

Acaso de haberse mantenido marginal, el personaje de Cantinflas habría envejecido mejor y su humor continuaría vigente.