20 años sin sentencia: un recuento de la tragedia de Israel Vallarta
Sociedad
Por: Luis Guillermo Pérez - 08/17/2025
Por: Luis Guillermo Pérez - 08/17/2025
El siguiente es un relato ficcionalizado en torno al caso de Israel Vallarta, capturado en 2005 por miembros de la hoy extinta Agencia Federal de Investigación del gobierno de México, acusado del delito de secuestro, recluido en una prisión federal durante veinte años y liberado el pasado 1 de agosto de 2025, fecha en que se le dictó la sentencia absolutoria, única recibida en todo ese tiempo. Para su elaboración se recurrió a fuentes y documentos de carácter público, tales como el libro del escritorJorge Volpi, «Una novela criminal» (México, Alfaguara, 2018), reportajes dados a conocer en las revistas Proceso, Nexos y Gatopardo, así como en el diario El Universal, y firmados, entre otros, por los periodistas Jenaro Villamil (2006), Héctor de Mauleón (2011), Emmanuelle Steeles (2014), Jorge Zepeda Patterson (2012), respectivamente, así como notas periodísticas y videos del hoy deshonroso montaje televisivo transmitido tanto por Televisa como por TV Azteca, las cadenas más importantes del país, y replicados por otras televisoras tanto privadas como públicas, y los cuales todavía se pueden encontrar en YouTube y otros sitios de Internet, así como parcialmente en la adaptación de la obra de Jorge Volpi realizada para Netflix y distribuida con el título de «El caso Cassez-Vallarta: Una novela criminal» (2022). Dado que dicha información es fácilmente accesible y, como decimos, ha sido publicada en distintos medios y en diversos momentos, decidimos conservar los nombres de las personas, lugares y empresas que formaron parte del caso, en aras de un mejor seguimiento de los hechos por parte de las lectoras y lectores de este relato. Sólo en algunos fragmentos el autor hizo uso de las licencias que permite la literatura e imaginó, por ejemplo, el tren de pensamiento del personaje Israel Vallarta, o una conversación entre un alto mando policial y el empresario implicado en la relación entre Vallarta y Sébastien Cassez. En esos pocos momentos apelamos a la comprensión de nuestros lectores, bajo el argumento de que no pocas veces el oficio literario ha fungido como vía para una mejor exploración de las motivaciones humanas más allá de lo que permiten otros recursos del lenguaje: con más sensibilidad, más elocuencia y acaso incluso con más precisión; no la precisión periodística, histórica y mucho menos científica, sino la precisión a la que pertenece el siempre difícil terreno de las decisiones, los equívocos y las pasiones que hacen al ser humano actuar —o no— en esta vida.
El mundo ha cambiado tanto. 19 años, 7 meses y 21 días hacen toda una diferencia en tu persona, en tu psique, en la percepción del mundo y del tiempo. Vivir dentro de una celda de concreto conlleva una contradicción: mientras que allí dentro todo parece detenido, aun así los glóbulos oxigenan, las células se dividen, tus procesos biológicos se mantienen sin ningún otro objetivo más que el de simplemente mantenerte con vida. ¿Para qué? Pareciera no tener sentido. Pero entonces te das cuenta: lo mejor que puedes hacer es repasar una y otra vez en tu memoria, remontar sobre el tiempo, traer de vuelta a las personas, los momentos, lo dicho y lo ya sucedido, lo que se quedó suspendido en un aliento.
¿Como llegue hasta aquí? En breve me conducirán hasta la sala de juntas del penal, adonde un actuario entrará para leerme la notificación personal ordenada desde un juzgado. Tanto tiempo esperando una sentencia. Y aunque esta vez ya conozco el fallo, no puedo evitar pensar en cómo sería sentir emoción por esperarlo. ¿A qué hora llegará? Puede ser en diez minutos, en un mes o diez años. Ya qué más da. Cuando no tienes nada qué perder el tiempo deja de importarte. Las preocupaciones de su administración son propias sólo de aquellos que lo tienen contado. Los que aún tienen esperanza o fe. A mí nada de eso me queda. He visto el mundo y lo que hay tras bambalinas. El engranaje que lo hace funcionar y lo que lo alimenta. Ya poco me sorprende y nada me aterra.
Los primeros años de encierro intentas encontrarle a éste algún sentido. Generalmente inmediatamente después del periodo de negación. No has hecho lo que te achacan, pero te convences de que estás allí por algo más, algo que sólo tú conoces, que nadie más podría entender, algo por lo que al fin y al cabo tienes que pagar. En ese momento por fin lo aceptas.
He pasado tanto desde aquella mañana fría y soleada de diciembre. Tanta humillación, vejaciones, tanto dolor. A 19 años, 7 meses y 21 días me pregunto si es que valió la pena. Para nosotros, para las familias, para los agentes, para los funcionarios del gobierno, para los empresarios y para los reporteros. ¿Valió la pena?
Pago de comisiones, una revancha mal orquestada, contratos, adquisiciones y moches, control de daños ineficiente, una apuesta desesperada por el rating televisivo de la mañana que después de todo resultó perdedora y, para las víctimas, justicia a medias, como siempre.
¿Cuándo comenzó? Es difícil decirlo. Pudo ser aquella mañana del 8 de diciembre. Es el 2005. Voy manejando una camioneta junto a Florence. En la cajuela, los muebles y enseres que dejó antes de marcharse a Francia en julio. Fue cuando rompió con nuestra relación. Pasó el verano allá, en casa de sus padres, pero optó por regresar a México en septiembre en vista de que su hermano junto con su familia —incluida su cuñada, con quien entonces ella estaba en muy malos términos— habían decidido tomar unas vacaciones también en el hogar familiar. La recogí en el aeropuerto el 9 de septiembre y le ofrecí quedarse en mi casa, en el rancho Las Chinitas en Tlalpan, mientras estuviera en México.
—Está bien, pero sólo como amigos —me sentenció aquel día. Respeté su decisión y decidí seguir adelante con mi vida al lado de Claudia, la mamá de mis cuates, los hijos gemelos, niña y niño, que había tenido con ella.
El primero de noviembre Florence comenzó a trabajar en el Fiesta Americana. En ese tiempo consiguió rentar un departamento en la calle de Hamburgo y por fin hoy 8 de diciembre haremos la mudanza. Siento como si estuviera allí de nuevo. Es el gran día. Borrón y cuenta nueva. Vamos por la carretera, camino abajo. A la distancia distingo una pipa de agua que parece impedir el paso con las maniobras que está realizando…
¿Que si pensé si algún día saldría? Te diré que todos tenemos dos caras: la que damos al mundo y a la que le hablamos cuando no hay nadie más. Quizás alguna vez me cruzó por la mente, hace diez años, cuando "el Chapo" Guzmán consiguió escapar, si bien con el paso de los días supimos que no lo hizo por mérito propio, como resultado de su ingenio más refinado —como en aquella película de Clint Eastwood, Escape de Alcatraz—, sino que lo logró sobornando a medio mundo, quién sabe si hasta al presidente, quién sabe si bajo una advertencia de la máxima autoridad que pudiera sonar a algo como “Anda, te dejo salir una última vez. No te dejaré de perseguir, pero veremos hasta dónde puedes llegar”.
Menudo chorro. Si me pudriera en dinero todo habría sido tan diferente. Porque a los ricos nadie los tortura en la cárcel. Siempre he sido compartido. Lo poco o mucho que he tenido me gusta disfrutarlo así, con los otros, sabiendo que es transitorio y a veces solo una moneda de cambio. Si hubiera tenido el dinero, habría detenido todo esto. Le hubiera dado a Sébastien lo que pedía para que no tuviera que exigírselo a Margolis, y peor aún, para que no tuviera que amenazarlo con revelar sus secretos.
A estas alturas, pareciera que todo comenzó con Sébastien, o con Margolis… A veces pienso que uno y otro son el mismo. Mi principio y mi final. Los extremos de este uroboros que me aprisiona y no me deja salir.
Guadalajara, año 2000. Brenda e Israel, mis cuates, acaban de nacer. A Claudia el parto la dejó con el vientre flácido. Nuestro amigo Héctor Serrano —que después se convertiría en secretario de gobierno de la Ciudad de México, entre 2012 y 2015— y su esposa nos recomendaron unos aparatos que prometían recuperar la lozanía de la piel y detener la celulitis. Los resultados sonaban sorprendentes, por lo que les pedimos el nombre del distribuidor en México, un francés de nombre Sébastien Cassez, avecindado en el entonces DF.
Acordamos una cita en la capital y nos caímos tan bien que al poco tiempo nos hicimos amigos y nos reuníamos en fin de semana junto con nuestras familias. También le propuse montar un spa en Guadalajara, previendo que tendría gran éxito. La idea le entusiasmó y aceptó con gusto. El negocio marchaba bien y nos frecuentábamos cada vez más. Incluso le vendí mi auto en pagos. Junto con Claudia y mis cuates, su esposa Iolany y sus hijos, disfrutamos muchas tardes de carne asada en Las Chinitas.
Tristemente la felicidad es aun más fugaz que el tiempo, y cuando descubrí que la mamá de mis hijos, en contubernio con mis suegros, llevaban una contabilidad paralela del spa, decidí separarme de ella y mudarme a la Ciudad de México. Con los signos de la derrota en mi ánimo, invité a comer a Sébastien en mi casa. En el fondo mi intención era pedirle ayuda para que me recomprara las máquinas del spa y me pagara por adelantado. Así, ese francés con el que había hecho negocios pasó de ser mi socio comercial a convertirse en mi salvador.
Conforme seguimos hablando, al calor de los tragos y la confianza, la planteé a mi amigo que como parte del pago por las máquinas me diera su camioneta, para a su vez yo regalársela a mi papá, a lo que Sébastien contestó que no podía, pues no era de su propiedad, sino de Radiancy, la empresa de Eduardo Margolis para la que trabajaba, conocido él en ciertos círculos con el apodo de “el Gólem”. A mí esa explicación me bastaba, pero Sébastien sintió la necesidad de justificarse y pasó a enumerar los muchos problemas que había tenido con ese tal Margolis. Evidentemente buscaba desahogarse, así que lo dejé hablar. Después de todo, ¿cómo iba yo a saber que lo que me contó aquella noche cambiaría para siempre nuestras vidas?
Recargado sobre la pared, mi mirada vaga en lontananza. Lo cierto es que en esta celda no hay nada que ver, ni cerca ni lejos. No hay una ventana. No hay un horizonte. Pero me gusta creer que en algún lugar sí hay más. Un espejo con reflejos del pasado, porque hace mucho que ya no tengo expectativas para el mañana.
—¡Vallarta Cisneros! —grita un guardia.
Me separo de la pared y adopto posición de firmes. En esta prisión les encantan las formas castrenses. Es como si quisieran estar siempre listos para recibir en cualquier momento desde un general hasta al comandante en jefe de las fuerzas armadas.
Sólo alcanzo a responder “¡Presente!”, más por costumbre que por respeto a la autoridad.
—De espaldas a la reja, manos por fuera. Tiene notificación personal.
¿El momento ha llegado? Obedezco en respuesta a un instinto forzosamente desarrollado. Tantas veces ejecutando el mismo movimiento. Los penales cambiaron, las fechas, las horas, pero no esa suma de gestos. El cuerpo aprende a moverse, a comportarse. Los esfínteres ya no se ponen flojos como cuando al principio, ansioso por escuchar buenas noticias, de pronto me daban ganas de cagar. Sé de antemano qué me leerán, pero no me inmuto. Quiero guardar la compostura, como un estoico que no se deja afectar por las circunstancias.
Bajamos la escalera y nos encaminamos al fondo del pasillo, hacia el área de tránsito, más flexible, donde se les permite pasar a los visitantes. Al doblar una esquina escucho sonar algunos acordes, el rasgueo triste de una guitarra y el compás cansino de un bajo que no deja de sonar. Desde una oficina de monitoreo los guardias escuchan una canción. La reconozco conforme avanzo. Demoro mis pasos a propósito y también adrede hago que todos nos acerquemos un poco más a la oficina. Mi escolta no se opone. Con delicadeza, con añoranza quizá, la voz canta versos que son inconfundibles:
Hoy me he despertado
con mucha tristeza
sabiendo que mañana
ya te vas de mí.
Todos los años que llevaba sin escuchar una canción caen de golpe en mi conciencia. Sonrío y aunque reanudo el andar a paso normal, mi interior sigue otro curso.
Es domingo, marzo, 2004. Somos sesenta mil personas reunidas en el Zócalo para escuchar a Juan Gabriel y allí entre la gente, las bromas del divo y la verbena, la vi. Una pelirroja hermosa. Delgada, elegante, abría de más los ojos cuando se emocionaba al hablar.
Me gustan mucho las mujeres, lo admito, siempre fueron mi debilidad. Tanto que aquella noche yo iba en pareja, pero ya olvidé con quién. Ella iba con amigos y no me quise entrometer. La guardé en mis recuerdos. Si la vida así lo quería, la volvería a ver.
Sébastien conoció a Eduardo Margolis a principios de 2003, cuando un grupo de empresarios judíos buscaba establecer una filial de Radiancy en México. Margolis aportó 300 mil dólares para echar a andar el negocio y contrató a Sébastien como director general con un salario de $3,500 dólares mensuales, el 10% de las acciones de la empresa y el pago periódico de las comisiones que generaran sus ventas realizadas.
Sébastien lo había logrado. Por fin, después de tanto picar piedra en Adecco y de soportar la falta de compromiso de su ex-socio, Michel van Welden, su carrera despegaría en serio. Eso sí, como en toda clase de proyectos de este calado, la discreción más prudente y la lealtad más ciega le serían requeridas.
Sébastien tuvo que viajar a Israel para asumir su posición dentro de la estructura de Radiancy. A pesar de la desconfianza que le generaban los socios de Margolis, era indispensable que éstos lo validaran en su persona y su desempeño. Pronto se dio cuenta de dos cosas: que los socios del grupo comercial eran en su mayoría ex militares y que sus principales clientes eran mandos de distintas corporaciones policiacas de México, quienes adquirían sobre todo autos blindados pagados por el erario público.
Dueño de las habilidades necesarias para las ventas, Sébastien consolidó su posición y su valía en Radiancy. Concretó un buen número de transacciones con sus antiguos compradores y, como era de esperarse y a la vista de estos resultados, quiso disfrutar de sus ganancias tan pronto como fuera posible.
Para su sorpresa, Margolis le inventó un pretexto tras otro para no pagarle sus comisiones. Durante una comida en mayo de 2003 amablemente le explicó que “tenía algunos pequeños problemas con tesorería que debía arreglar”, al tiempo que le daba una alternativa:
—Lo veremos después, pero si te hace falta algo, dímelo y me encargaré de conseguirlo para ti.
Sébastien quería seguir adelante con el proyecto, que se insinuaba sumamente lucrativo, pero Iolany, su esposa, no estaba conforme. Ya había hecho planes para ese dinero y le urgía que su esposo lo llevara a casa. Ante la presión, Sébastien resolvió pedir a Margolis un par de automóviles de los de la empresa, una medida a todas luces provisional (y sobre todo insuficiente) frente a las aspiraciones de su esposa.
Iolany ya había sacado cuentas del dinero que Margolis le debía a Sébastien por la venta de los equipos de belleza: la nada despreciable cantidad de 115 mil dólares. Entonces decidió elevar la apuesta y le puso un ultimátum a Sébastien: si no lograba que Margolis le pagara, se divorciaría.
En un primer momento Margolis pareció ceder a la exigencia de Sébastien, pero lo cierto es que el estado de la deuda se mantuvo sin cambios. Sébastien siguió avanzando sus piezas y puso sobre la mesa su renuncia, esperando con ello fortalecer su posición y que el amago sirviera como amenaza velada. Sin embargo, de Margolis obtuvo lo opuesto: su todavía jefe le aconsejó que reflexionara bien su decisión, pues quien entraba al Grupo Margolis ya jamás salía, según le advirtió.
Por fin, en enero de 2004, Sébastien cumplió con la amenaza y renunció a su cargo en Radiancy. Con todo, al parecer no quedó en tan malos términos con Margolis, quien figuró como tesorero en Système de Santé et Beauté SA de CV (SSB), la nueva empresa que Sébastien creó para continuar con la distribución de los aparatos de su ex-socio van Welden —algo así como volver al origen y comenzar desde cero—. Como sea, este olvidar todo y empezar de nuevo no duró mucho, pues Margolis saboteó a su socio al entregarle una máquina fuera de inventario para cumplir con un pedido. La máquina no servía y los clientes la devolvieron exigiendo a su vez la restitución del dinero que habían pagado por ella. Cuando Sébastien buscó por teléfono a Margolis para reclamarle la chicaneada, éste simplemente le colgó la llamada.
—Carajo, Sébastien, eso no esta bien. Ese pinche judío se pudre en dinero, ¿y dices que no te quiere dar lo tuyo? ¿Lo que ya te ganaste y en lo que quedaron?
—Ya suenas como mi esposa, Israel.
—Es que me parece increíble. Yo que me dedico a los negocios todo el tiempo suelto autos, dinero, lo que sea, antes de ver una ganancia. ¿Sabes por qué? Por mis socios. Para que estén contentos y siempre haya trabajo. Eso es lo más importante.
—No todo el mundo piensa comme vous, monsieur.
—Judío de mierda.
—No es el dinero, Israel, date cuenta. Es el control.
El rostro de Israel se contrajo.
—¿Y como para qué quiero controlar a un cabrón? Ni que fuera mi chava.
—Sí, pero para algunos el control es más importante que el dinero. Los hace sentir mejores, superiores. Te dan lo mínimo para que estés ahí cerca, pero si quieres más, tendrás que suplicarlo. Y cuando ellos decidan, ya decidirán si te lo dan o no.
—Pues será como dices pero no puedes dejarte. Mira, para mí tu eres familia, y eso que te está haciendo el cabrón de Margolis no está bien. No lo puedo permitir. Te voy a dar el número de un abogado. Me lo recomendaron porque sacó de la cárcel a un comediante medio famoso, Flavio. No creo que lo conozcas. Decían que había asesinado a su esposa, pero la pobre se suicidó por la tristeza de haber perdido al hijo de ambos, que murió envenenado.
Sébastien tomó con los dedos índice y medio la tarjeta que Israel le extendía. Leyó de reojo el nombre “Jaime López Miranda” inscrito en el anverso.
—No sé, Israel, creo que algo así es como cruzar el Rubicón.
—¿Qué?
—Que es mucho. Margolis no va a estar contento.
—Piénsalo, my friend. Pero algo sí te digo: eventualemente todos tenemos que hacernos responsables de nuestros actos.
La última frase de Israel hizo el silencio. El anfitrión aprovechó para levantarse del sillón en el que estaba sentado e ir al baño. Sébastien creyó escucharlo mascullar algunas palabras en voz alta mientras se perdía en el pasillo que daba al sanitario más cercano de la casa:
—Todos… responsables… actos… algún día…
México, Distrito Federal, a 21 de diciembre de 2004.
Eduardo Cuauhtémoc Margolis Sobol
PRESENTE
Jaime Lopez Miranda - - - - - - - - representante legal- - - - - - Sébastien Cassez- - - - - - - - - - - - - Radiancy de México - - - - - - - Epel S.A. de C.V. - - - - - - - - - SSB - - - - - - Secretaria de Seguridad Pública Federal - - - - - - - - - - - - - - - - - - -adquisiciones - - - - - - irregularidad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - — - - - - ciento cincuenta y cinco mil dólares, moneda de curso legal en los Estados Unidos de America por concepto de - - - - - - - así como ciento quince mil dólares por concepto de - - - - - - - - - acciones legales inminentes - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - expedientes públicos - - - - - - - - - - - - - - responsabilidades - - - - - - - - - - - - — - que en derecho corresponda.
—¡Hijo de la chingadaaaaa!
Testigos de otros exabruptos, los hombres que estaban con el Gólem esa mañana en el campo de golf se distrajeron con la perfección y la regularidad del green, su céspedes intachablemente podado, su circunferencia impecable, mientras aquel se alejaba tecleando furioso su teléfono.
—¿Bueno? ¿Dónde esta? Trae apagado el celular. ¿Está ahí contigo? ¡Pásamelo en esto momento!
—¿Qué? ¿Quién habla?
—No te hagas pendeja, Iolany, ¿Sabes lo que hizo el pendejo de tu marido?
Iolany ya no supo qué decir ni hacer cuando se dio cuenta de quién le hablaba.
—¡Tienen suerte de que no esté en México! Tú y el pendejo de tu marido ya tendrían una pistola en la cabeza, y tus hijos estarían secuestrados.
Para cuando Iolany pudo volver a reaccionar, el Gólem ya había colgado la llamada. Arrojó el teléfono con fuerza, como si se tratase de un objeto maldito o infectado. Luego se sentó en el suelo rodeando las rodillas con sus brazos. Comenzó a llorar cuando se dio cuenta de la magnitud de lo que había provocado.
—¿Bueno?
—Israel, amigo.
—¿Sébastien? ¿De quién es este número? ¿Qué pasa?
—Ahora soy yo el que necesita de tu ayuda. Ven a la casa, por favor. Es urgente.
Los puños de Israel se cerraban cada vez con más fuerza mientras escuchaba el relato. Además, todo ese tiempo había dejado intacto el café que le habían servido, e igual los otros. Nadie había tomado ni un sorbo. Se sentía responsable y quizá un tanto culpable por haberle recomendado un abogado a Sébastien, pero al mismo tiempo pensaba que había hecho lo correcto.
“Tienen suerte de que no esté en México, porque les pondría una pistola en la cabeza antes de secuestrar a tus hijos”. La frase no dejaba de retumbar en su cabeza. Desde lo más profundo de sus entrañas algo subía, un entumecimiento que fue escalando hasta alcanzar el punto más alto de su cabeza. Acostumbrado a no dejarse de nadie, comenzó a trazar un mapa mental.
—Ustedes son mis amigos —dijo, poniendo una mano en el hombro de Iolany—, y tus niños son como mis sobrinos. Somos familia. No te preocupes, déjalo en mis manos, yo me encargaré de Margolis.
—Israel, tú lo conoces, sabes de lo que es capaz.
—Nadie va a venir a amenazarlos así. Yo no estoy manco, y para cabrón, cabrón y medio. Aquí le vamos a parar el carro.
Diciembre de 2004
Que Margolis se diera cuenta de que no era ni inalcanzable ni intocable. Que tampoco era tan imposible llegar a él. Eso era lo que yo buscaba, desde el principio lo tuve claro. Por eso me llevé a dos amigos que estuvieron en el ejército. Las cosas que allí hicieron les dejó una mirada muy particular. El tipo de mirada que solo alguien que ha hecho lo mismo identifica de inmediato, sin equívocos. Fuego contra fuego: es la única manera de vencer este mal, pensé.
Su oficinas estaban en Masaryk, en la sede de Epel, la empresa de blindajes con la que vendía camionetas y servicios de consultoría en seguridad al gobierno y a particulares.
Nos apostamos en Lope de Vega para vigilar su salida. Yo sabía que bajaría a comer a alguno de los lujosos restaurantes de la zona. Le gusta la buena vida, pasearse, exhibir los personajes que se ha creado: el empresario exitoso, el hombre de armas tomar, el guardián de la comunidad. Aunque en los primeros encuentros Margolis suele jugar a la suavidad en el trato, como si quisiese transmitir la impresión de que es sólo uno más, en el fondo es de esas personas que consiguen el respeto de los otros a través del miedo. Yo lo conozco, sé de sus pasiones. Y también sé que ahora es víctima de su propio éxito. Se ha vuelto torpe, confiado y descuidado. Y estoy a punto de mostrarle su propia vulnerabilidad.
—Ahí viene bajando, está a punto de salir.
—Atentos. En posición —responde uno de mis amigos.
Según el plan, yo le llegaría de frente y uno de ellos por detrás, y para que el último pudiera llegar, yo tenía que quedarme entre dos autos. Una maniobra perfecta. Para cuando se dé cuenta de su posición comprometida y busque cómo escapar, una a una todas las opciones se le revelarán inviables. El efecto psicológico será devastador.
—Ya está. ¡Es hora!
—¡Margolis!
—Israel, ¿qué haces aquí?
—Hijo de la chingada, ¿te sientes muy cabroncito amenazando a Iolany?¿Y a mis sobrinos?
—¿Tus sobrinos? No, Israel, espera, te explico. Yo estaba muy enojado, ¿sabes lo que hizo ese imbécil de Sébastien?
Avanzo directo a él hasta sofocar su espacio personal. Instintivamente, Margolis volteó hacia atrás buscando una salida, sólo para encontrarse con que el primero de los ex-soldados le cerraba el paso. Los párpados se le contrajeron al resignarse frente a la emboscada en la que había caído.
—Sébastien no está solo, culero. Si no le pagas lo que debes y lo dejas en paz, éstos te van a cortar el cuello.
Margolis reconoció su desventaja, pero de inmediato asomó su entrenamiento. Podía derribarme fácilmente y además le bastaba con regresar hasta la puerta del edificio. Su gente estaba al alcance. Guardias armados. Sería pan comido. Se echó para delante comenzando a respirar para contrarrestar el efecto de la adrenalina, pero al instante apareció al lado mío el segundo hombre. Sus miradas se cruzaron. En ese momento lo entendió. No era su primera vez y tampoco sería la última. Sólo quien ya ha tomado una vida reconoce a otro de sus pares.
—Vas a dejarlos en paz y vas a pagar, ¿entendiste?
Fue entonces que lo vi en sus ojos, fugaz pero contundente: el miedo, la humillación de la derrota y sí, al final, en las heces, un apetito de venganza imposible de colmar, eterno, persistente, desbordado, en cierto modo incluso ajeno a nosotros dos, del cual no éramos en ese momento más que sus títeres.
—Y ya viste: puedo llegar a ti cuando yo quiera. Que no se te olvide.
Florence regresó a México el 31 de diciembre de 2004. En enero su hermano le pidió su renuncia de SSB. Nos habíamos hecho novios en el verano, pero pronto las cosas entre nosotros dejaron de marchar bien. Cuando los vapores del enamoramiento se asentaron, sólo quedé yo con mi esencia. ¿Qué puedo decir? Tal vez en el fondo soy igual que aquel: me gusta el control. En este caso, sobre mi mujer. Saber a dónde va, con quién, qué ropa se pone. Pero reconozco que no tengo su mismo alcance. Esa falta yo la compenso con carisma, con atenciones. Ese es mi poder y mi goce.
En febrero le dieron trabajo a Florence en Yarden Design. Le tenía preparada una sorpresa para el 14, pero encontré una foto suya con otro hombre. No lo pude soportar y estallé. Por esas fechas sus padres vinieron a México. Ella no tenía dónde recibirlos y tampoco tenía dinero para pasearlos, así que me hice cargo. Conocieron México y los obsequié lo mejor que pude. Se fueron encantados. Florence quedó muy agradecida, pero con todo y todo en junio me dijo que en este país ya no había nada más para ella y en julio se fue a Francia.
Por mi parte me acerqué un poco más a Claudia. Sentí la necesidad de sentar cabeza y ya teníamos a los gemelos, así que quizá sólo era cuestión de sosegarme y contentarme con lo que ya tenía. Y a ella bastaba con convencerla de regresar.
No sin cierta sorpresa supe que Margolis había aceptado pagarle a Sébastien. De alguna manera parecía que todo por fin todo se recomponía.
El 9 de septiembre de 2005 Florence regresó a México. Me hizo saber que volvería porque los muebles que había dejado al irse todavía estaban en mi casa, así que me llamó por teléfono. Supongo que también quería que la recogiera en el aeropuerto. Detrás de los favores que piden, las mujeres siempre esconden una segunda intención. No le había ido nada bien en Francia. Prácticamente salió huyendo cuando Sébastien y su familia llegaron para pasar unas vacaciones con sus padres. Cuando nos vimos le ofrecí quedarse a vivir en Las Chinitas, al menos mientras se instalaba de nuevo.
—Sí, pero con una condición: como amigos —me dijo.
—Como amigos —le respondí.
Consiguió trabajo y el primero de noviembre empezó como hostess en el Fiesta Americana de Polanco. Además, firmó el contrato de renta de un departamento en la calle de Hamburgo, en la colonia Juárez.
Es el 8 de diciembre de 2005, la fecha que acordamos para su mudanza. Hoy es el gran día. Cada quien por su lado, comenzaremos de nuevo. Vamos por la carretera, camino abajo. A lo lejos veo una pipa de agua que hace maniobras y que por lo mismo estorba el paso.
¿Y si no piso el freno? ¿Si me los llevo? No sé por qué pensé eso. Como sea, no le presto mayor atención, como a la mayoría de las locuras que atraviesan mi mente durante el día. Cuando la camioneta hizo alto total, de la nada un escalofrío me recorrió por completo.
Unos días antes
—¿Qué onda, Lalo?
—¿Que pasó mi secre precioso?
—Mi héroe, chingao.
—No, aquí tú eres el héroe de esta película, papá.
—Pues ya está todo listo, ya le tendimos su camita a este hijo de su reputa madre.
—¿Ajá?
—Sí, fíjate, ya tenemos todo armado, hasta el contacto con ya sabes quién para que vengan a hacer escándalo de todo este pedo.
—Excelente. Este cabrón no vuelve a ver la luz del sol en su perra vida. Y si sale, ni las moscas se le van a acercar.
—Ganar, ganar, mi Lalo. Tú recuperas tu dinero, yo quedo bien con el preciso y dejamos bien parados a mis muchachos.
—¿Y el güey este?
—Ah, pues por fin va a conocer la de hombre, que ya se ve que le gusta.
—Jajaja.
—Jajaja.
—Oye, ¿y qué? ¿Todo cubierto?
—Todo, mi Lalo. Ahorita hasta a los del noticiero traemos comiendo de nuestra mano. Bailan cuando yo les digo.
—Eso es todo, mi secre. Va que vuela para candidato.
–N’ombre, ¿qué pasó? Ya sabes que eso no es lo mío. Con que el enano me ratifique. Otros seis años de esto y me largo a Miami.
—Revisión de rutina, joven. Sus documentos.
—La señorita es de nacionalidad francesa, pero tiene su residencia. Yo soy mexicano.
—A ver, compruébemelo. ¿Trae su IFE?
—Israel, ¿qué pasa? ¿Son policías? No traen uniforme.
—Tranquila. Es mejor cooperar. Así nos vamos más rápido.
—¿Vallarta Cisneros, Israel?
—Afirmativo, oficial.
—Ándale, este wey fue milico, ¿o por qué sabes hablar? ¡A ver, bájate!
—¿Por que? No hicimos nada, oficial.
—¡Que te bajes, cabrón! ¿Qué traen en la camioneta?
—Los muebles de ella, vamos para la Juárez, se está mudando.
—¿Ella vive contigo?
—Sí, vivo con él, pero ya tengo casa, renté un departamento, voy para allá.
—Son los secuestradores, me lo acaban de confirmar. ¡Póngales las esposas! A ver, hijos de la chingada, ¿dónde tienen a las víctimas?
—¿Secuestradores? ¡No mame, oficial! ¡Yo vendo carros! ¡Ella trabaja en un hotel!
—¿Los tienen en Las Chinitas? ¡Dame tus llaves! ¡Las llaves, hijo de la chingada!
—¿Qué?¿Cómo sabe de mi rancho?
—¿Qué está pasando, Israel? ¿En qué estas metido? ¿Qué es esto?
9 de diciembre de 2005
—La Agencia Federal de Investigación trabajó durante dos semanas y esta madrugada lo que está haciendo es liberar a tres personas secuestradas. Yo me encuentro en la salida de la carretera México-Cuernavaca y ellos están, como tú ves, ingresando a lo que es un rancho. Nosotros estamos también aquí, pues… conociendo los datos en estos momentos, prácticamente en vivo de lo que está pasando. Lo que te puedo adelantar es que se trata de tres personas, una mujer que es madre, este pequeño que al parecer tiene ocho años y hay una persona también que… Pues lo que sabemos es que también el jefe de la banda es un hombre que está casado con una mujer de origen francés, y esto por supuesto que son datos que estamos conociendo…
—¡Levanta la cabeza! ¡Levanta la cabeza!
—¿Cómo te llamas?
—Israel. Israel.
—¿Israel qué?
—Israel Vallarta.
Llegamos al final del corredor. Del otro lado, el guardia de turno me abre la puerta. Por protocolo el reo siempre entra primero y nunca debe haber nadie esperando en la sala. Al instante, un licenciado entra. ¿Que cómo adiviné? Por su corbata. En este tiempo me hice experto en leer a la gente. Es algo que adquieres cuando te deshaces de todo lo que está de más. Parecía abrumado, como si estuviera a punto de perder su empleo. Del mundo de allá afuera desconozco casi todo. Lopez Obrador ahora sí ganó las elecciones y dijo que iba a indultarme. Agradezco su pronunciamiento, pero hubiera preferido que me escuchara y con eso demostrar mi inocencia. Ahora tenemos una mujer en la presidencia y hay más homicidios que antes, o al menos eso oí decir a alguien hace poco.
El licenciado se presenta y acto seguido da pie a la exposición que trae preparada. Yo casi no distingo lo que dice o, mejor dicho, no pongo mucha atención, en parte porque al principio en estas sesiones hablan y hablan pero lo que verdaderamente cuenta —los resolutivos— llega hasta el final. Yo los dejo seguir.
En su argumentación, la jueza Mariana Vieyra Valdez sostuvo que cuando un medio de prueba ha sido obtenido de forma ilícita —en este caso, en contravención a los derechos humanos—, su invalidez debe aplicarse de manera general. No puede considerarse legítimo para unas personas y no para otras.
Bajo ese razonamiento, las pruebas declaradas como ilícitas por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, al estar contaminadas por el efecto corruptor generado por la escenificación, ajena a la realidad, de la supuesta detención, también lo son para Israel Vallarta. De esta manera, pruebas fundamentales en la acusación de la Fiscalía —como el parte informativo, las declaraciones de policías, así como los reconocimientos realizados a raíz de la exhibición mediática— son nulos.
Atendiendo a lo resuelto por el Máximo Tribunal, así como a las valoraciones adicionales en el caso, para la jueza las razones para excluir las pruebas de la acusación, al carecer de fiabilidad, derivan de:
· Una demora injustificada en la puesta a disposición de las personas detenidas ante la autoridad ministerial.
· Una exposición indebida de las personas detenidas ante los medios de comunicación que evidenció y predispuso a las personas espectadoras, incluyendo a las víctimas y testigos, que quedaron influenciados por dicho actuar.
· Reconocimientos realizados por víctimas y testigos mediante cámara de Gesell sin que Israel Vallarta contara con la asistencia de su defensa.
En materia de combate a la tortura, tratos crueles e inhumanos:
· El incumplimiento del deber de probidad de las fuerzas policiacas que resta fiabilidad al parte informativo y las declaraciones policiales.
En materia de defensa penal:
· Los indicios de tortura analizados en su conjunto (tanto los exámenes médicos 5/6 y psicológicos, conforme al Protocolo de Estambul, analizados integralmente, la concordancia con lo retratado en la escenificación, lo referido por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, entre otras) que tiene como consecuencia la exclusión de la declaración auto inculpatoria de Israel Vallarta.
· Las pruebas obtenidas en el lugar de los supuestos hechos (como armas) no contaron con cadena de custodia y se obtuvieron una vez realizado el montaje, por lo que deben excluirse.
Analizado lo anterior, la sentencia establece que la mayoría de las pruebas con base en las cuales formuló acusación la Fiscalía deben excluirse.
Sumado a ello, la jueza analiza las pruebas aportadas por la defensa pública que también cuestionaban las ofrecidas por la fiscalía, incluyendo notas de medios sobre el montaje, declaraciones de testigos y, sobre todo, el dictamen de foniatría forense que acreditaba que la voz que supuestamente reconocen las víctimas no correspondía a la de Israel (sin que éste fuera controvertido por la Fiscalía).
—En tales condiciones, se concede a Israel Vallarta Cisneros el amparo y protección de la Justicia de la Unión, debiéndose proceder a su inmediata liberación. Notifíquese.
—Es usted un hombre libre —escucho que dice una de las voces.
Salgo del penal. Las cámaras de los medios me rodean.
—¿Qué sientes?
Por dentro pienso que querría ser diez años más joven y creer todavía en la esperanza y la justicia. Sonrío. Ya olvidé qué respondí.
Subo al auto y me acuerdo de aquella mañana fría de diciembre. Curiosamente estoy pensando lo mismo. Comenzar de nuevo. Desde cero. Borrón y cuenta nueva.
¿Valió la pena?
El mundo sí cambió desde el 9 de diciembre de 2005, fecha del montaje.
Felipe Calderón fue derrotado en las siguientes elecciones. Su proyecto de continuidad —basado en la narrativa de éxito en el combate al crimen organizado— no se pudo sostener. Su intento de formar un partido político tampoco prosperó. Su pensión como expresidente le fue retirada.
Florence Cassez fue liberada durante el gobierno de Enrique Peña Nieto a instancias de una resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictada en enero de 2013 y bajo una fuerte presión del gobierno de Francia, particularmente del entonces presidente Nicolas Sarkozy sobre Peña Nieto. Tanto ella como Israel Vallarta fueron mantenidos en prisión por decisión presidencial y sólo un presidente podía liberarlos.
Eduardo Margolis enfermó de lupus. En agosto de 2025 trascendió que el gobierno de los Estados Unidos le canceló la VISA, impidiéndole la entrada al país. Según notas periodísticas actualmente se le investiga por lavado de dinero. Siempre sostuvo que simplemente “descubrió” que Vallarta formaba parte de una banda de secuestradores. Ni la Procuraduría General de la República ni su sucesora, la Fiscalía General de la República, pudieron probarlo. Vive sus últimos días en Israel.
Sébastien Cassez se mantuvo siempre al margen del proceso en contra de Vallarta y de su hermana, excepto por algunas pocas entrevistas concedidas. Al menos públicamente.
Carlos Loret de Mola fue despedido de Televisa en agosto de 2019. Vallarta sugirió que el montaje de 2005 fue uno de los motivos determinantes para su despido.
Genaro García Luna fue juzgado y sentenciado a 38 años y 8 meses de prisión en el tribunal del Distrito Este de Nueva York, donde se le encontró culpable, entre otros, de los cargos de narcotráfico y delincuencia organizada. Actualmente se encuentra recluido en la penitenciaría federal de ADX Florence, en Colorado, conocida como “el Alcatraz de las Montañas” o “el Alcatraz de las Rocallosas” por sus condiciones de seguridad extrema. En dicha cárcel, la situación ordinaria de los reclusos es de nulo contacto humano, con 23 horas de encierro en su celda individual de 2 por 3 metros, contra 1 hora de estancia en un patio individual, sin contacto con otros reclusos. Sin embargo, so pretexto de preservar su integridad, García Luna ha sido trasladado a módulos de castigo dentro de la misma prisión, conocidos informalmente como “el hoyo”, de tamaño aún más reducido, sin ventanas y prácticamente en aislamiento total.
Pablo Reinah se volvió conductor de UnoTV y también escribe en el diario Eje Central. Invariablemente ha sostenido que nunca supo nada sobre el montaje y que recibió la invitación para cubrir el operativo en Las Chinitas directamente de la Agencia Federal de Investigación, o de Luis Cardenas Palomino, según ha declarado. No ha vuelto a participar en ningún montaje.
Luis Cárdenas Palomino fue detenido en julio de 2021 por el delito de tortura en agravio de los supuestos integrantes de la banda de secuestradores “Los Zodiaco”. Aunque desde julio de 2021 Cardenas Palomino estaba recluido en el Centro Federal de Readaptación Social número 1, ubicado en Almoloya de Juárez, Estado de México (conocido como “Altiplano”), autoridades del Órgano Administrativo de Prevención y Readaptación Social (PyRS) lo incluyeron en un grupo de 45 internos que fueron trasladados recientemente del Altiplano a otras prisiones federales, en su caso al CEFERSO número 16, que se encuentra en el municipio de Coatlán del Río, en el estado de Morelos. Su traslado ocurrió dos días antes de la liberación de Israel Vallarta.
En el video del montaje del 9 de diciembre se puede observar que Pablo Reinah dirige algunas preguntas a Israel Vallarta al mismo tiempo que Cárdenas Palomino lo golpea. En determinado momento Reinah le pregunta a Vallarta: “¿Te duele algo?”, esto aun cuando Cárdenas Palomino lo tiene sujetado del cuello.
—Sí, señor, usted me pegó —responde Vallarta, aunque dirigiéndose a Cárdenas Palomino.
—¿Quién le pegó? —pregunta Reinah, aparentemente con el objetivo de que Vallarta se desdiga de lo que acaba de afirmar, esto a pesar de que la acción ocurrió enfrente del reportero mismo.
—Nadie, señor —corrige Vallarta, amansado por la tortura.
Esta escena fue transmitida en vivo en televisión nacional. A tal efecto, la Ley General para Prevenir, Investigar y Sancionar la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles Inhumanos o Degradantes señala que:
CAPÍTULO TERCERO. DEL DELITO DE TORTURA
Artículo 24.- Comete el delito de tortura el Servidor Público que, con el fin de obtener información o una confesión, con fines de investigación criminal, como medio intimidatorio, como castigo personal, como medio de coacción, como medida preventiva, o por razones basadas en discriminación, o con cualquier otro fin:
I. Cause dolor o sufrimiento físico o psíquico a una persona;
II. Cometa una conducta que sea tendente o capaz de disminuir o anular la personalidad de la Víctima o su capacidad física o psicológica, aunque no le cause dolor o sufrimiento, o
III. Realice procedimientos médicos o científicos en una persona sin su consentimiento o sin el consentimiento de quien legalmente pudiera otorgarlo.
Artículo 25.- También comete el delito de tortura el particular que:
I. Con la autorización, el apoyo o la aquiescencia de un Servidor Público cometa alguna de las conductas descritas en el artículo anterior, o
II. Con cualquier grado de autoría o participación, intervenga en la comisión de alguna de las conductas descritas en el artículo anterior.
Constitucionalistas consultados en la elaboración de este texto convienen en que es posible intentar la aplicación de la acción retroactiva conforme al principio pro homine en contra de los particulares que hayan coadyuvado en la tortura a Israel Vallarta.
«”¿Cuál era y cuál sigue siendo tu relación con García Luna?”, le pregunto.
»”Es mi jefe. Mi maestro", se exalta. “Genaro es un genio. Él cambió todo el sistema de la policía en México. Algún día se le hará justicia”.»
—Luis Cárdenas Palomino, entrevistado por Jorge Volpi para «Una novela criminal»