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La Nobel de la Paz y defensora de los derechos humanos fue reconocida oficialmente como ciudadana mexicana en una ceremonia encabezada por la SRE

Rigoberta Menchú Tum, activista incansable, defensora de los derechos de los pueblos indígenas y Premio Nobel de la Paz en 1992, ha sido una de las voces más firmes —y más incómodas— en la denuncia de la violencia sistemática que han sufrido las comunidades originarias en América Latina. Hoy, a sus 66 años, su historia se entrelaza aún más con la de México: ha recibido oficialmente su carta de naturalización como ciudadana mexicana.

La ceremonia se llevó a cabo en la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde el canciller Juan Ramón de la Fuente le entregó el documento en nombre de la presidenta Claudia Sheinbaum. En su discurso, De la Fuente destacó no solo su trayectoria como luchadora social y activista por los derechos humanos, sino también sus aportaciones a la vida académica y cultural del país.

Menchú, originaria de Uspantán, en el departamento guatemalteco de El Quiché, conoce la injusticia desde la infancia. Su vida ha estado marcada por la violencia del conflicto armado en Guatemala, donde perdió a familiares a manos del Ejército. En los años ochenta se exilió en México y desde aquí, con dignidad y entereza, denunció ante el mundo los crímenes cometidos contra su pueblo.

Su lucha no ha sido únicamente política: también es simbólica y espiritual. Como mujer indígena maya quiché, ha visibilizado las múltiples opresiones que enfrentan las comunidades indígenas y las mujeres en particular. Su autobiografía —escrita en colaboración con la antropóloga Elizabeth Burgos— se convirtió en una pieza clave para comprender no solo el conflicto guatemalteco, sino la resistencia de los pueblos originarios frente al colonialismo moderno.

Recibir la nacionalidad mexicana no cambia la esencia de Rigoberta Menchú, pero sí reconoce un vínculo que ha sido constante: su cercanía con los movimientos sociales en México, su trabajo en universidades, su activismo transfronterizo. En un país donde los pueblos indígenas siguen luchando por el reconocimiento pleno de sus derechos, su presencia no es menor: es un recordatorio vivo de que la justicia y la memoria no tienen fronteras.

Más que un acto protocolario, la naturalización de Menchú es un gesto con resonancias históricas. Porque en un mundo donde muchas veces se calla a quienes incomodan al poder, Rigoberta sigue hablando. Y ahora, también como mexicana.


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Imagen de portada: Smart Spekears