Mariana Enríquez y su nuevo viaje hacia lo oscuro: «Archipiélago»
Libros
Por: Carolina De La Torre - 07/30/2025
Por: Carolina De La Torre - 07/30/2025
¿Qué pasa cuando el miedo ya no se esconde en los cementerios, sino que vive en tu casa, en tu cuerpo, en la esquina de siempre? Mariana Enríquez lo intuye mejor que nadie, y por eso vuelve a sumergirse en las aguas turbias del horror, esta vez desde un mapa más íntimo. Archipiélago, su nuevo libro de cuentos, se presenta como una serie de islas que, aunque separadas, comparten el mismo temblor: lo inquietante que se esconde en lo cotidiano.
Publicada por Ediciones Ampersand, la obra promete ser una geografía literaria que no se navega con brújula sino con cicatrices. Se mueve entre mareas agitadas, se detiene en territorios ocultos, y se adentra en personajes que habitan escenas fantasmales, ruinas góticas y paisajes internos.
Hay trabajo en la lectura, ansias de saber, largas búsquedas. No faltan los secretos de quien lee como quien camina por galerías mortuorias, ni los truculentos escenarios que, sin necesidad de lo sobrenatural, encarnan el terror en la propia memoria.
Como ya es costumbre en la autora, los relatos hurgan en los rincones más incómodos: cuerpos al borde, deseos que incomodan, ciudades que devoran. Pero esta vez hay algo distinto. Una especie de susurro más contenido, como si Enríquez advirtiera que no se trata solo de asustar, sino de invitar a mirar de frente ciertas heridas.
En su universo, ya no hace falta que aparezca un espectro para sentir terror. Basta con una calle mal iluminada, una madre ausente o un amor que roza lo enfermo. El horror es real, y eso lo vuelve más devastador.
Mariana Enríquez —la misma que nos dejó sin aliento con Las cosas que perdimos en el fuego y Nuestra parte de noche— continúa explorando ese borde entre lo humano y lo monstruoso, entre la violencia estructural y la experiencia íntima. Y lo hace desde una nueva geografía narrativa donde convergen los fetiches del cuerpo, las fantasías sexuales y la violencia urbana. Una cartografía emocional donde cada isla tiene su propio latido.
El cuerpo, el deseo, la marginalidad, la muerte, el abandono: todo eso regresa, no como repetición, sino como eco resignificado. Si antes el horror era una denuncia, ahora también es una forma de afirmación. Porque sobrevivir, en los cuentos de Enríquez, no es solo una posibilidad: es un acto político. Una forma de resistir desde el temblor.
Archipiélago se perfila como uno de los títulos más esperados del año. No solo por lo que puede contar, sino por lo que representa: el regreso de una escritora que ha sabido torcer los límites del género para hacer del terror un lenguaje profundamente humano.
Enríquez no escribe cuentos: abre heridas. Y Archipiélago promete ser una colección de esas cicatrices que, aunque parezcan cerradas, nunca dejan de arder.