«Los 4 Fantásticos»: una visión contenida, potente y nostálgica del universo Marvel
Arte
Por: Carolina De La Torre - 07/28/2025
Por: Carolina De La Torre - 07/28/2025
Con una estética que parece extraída de una postal del futuro que nunca fue, y que evoca sutil o no tan sutilmente a los supersónicos. La nueva entrega de Los 4 Fantásticos se instala cómodamente en esa intersección donde lo retrofuturista acaricia con delicadeza el presente. Su paleta de colores, no es sólo un capricho visual, se siente como un cómic viejo y es una declaración de intenciones. Esta película no mira hacia adelante, sino hacia adentro. Y en ese gesto, encuentra su fuerza.
Dirigida por Matt Shakman (conocido por su trabajo en WandaVision), esta entrega marca un reinicio para la icónica familia de superhéroes. La cinta está protagonizada por Pedro Pascal como Reed Richards (Mr. Fantástico), Vanessa Kirby como Sue Storm (la Mujer Invisible), Joseph Quinn como Johnny Storm (la Antorcha Humana) y Ebon Moss-Bachrach como Ben Grimm (La Mole). El casting ha sido uno de los puntos más comentados desde su anuncio, y, pese a las reservas, no decepciona: cada uno aporta una humanidad distinta a sus personajes, alejandose de versiones anteriores sin necesidad de negarlas.
La cinta no es una oda a la nostalgia, sino un homenaje con identidad propia. Su ambientación se sitúa fuera del tiempo, lo que le permite explorar temas como la pertenencia, el amor fraternal y el sacrificio sin la presión de conectar de inmediato con otras entregas del MCU. Y aunque algunos dirán que esta estrategia puede parecer desconectada, en realidad le otorga una libertad narrativa inusual dentro de la franquicia.
Es una cinta lúdica y ligera. Apela a la nostalgia no como disfraz, sino como motor. Lo hace al igual que la nueva propuesta de Superman, esa que vuelve a los orígenes con mirada reverente, casi melancólica, como quien hojea una historieta amarilla y encuentra aún el eco de una promesa. Aquí, la nostalgia es vehículo emocional, estético y también político. Porque la familia —esa idea semilla del sueño americano, eje estructural y valor-matriz— es el corazón palpitante de esta historia. El rotor de arranque. La chispa que enciende todo.
Y es ahí donde la película se desliza con suavidad: en esa sensación de que, por fin, estamos viendo a héroes, sí con poderes, pero también más terrenales y cercanos. Héroes que, en medio de un mundo alternativo al habitual desorden del MCU, brillan sin necesidad de máxima oscuridad. No son omnipotentes ni están corroídos por el desgaste de salvarlo todo todo el tiempo. Son lo que alguna vez creímos que eran: humanos con poderes, no dioses frustrados.
La ambientación, enmarcada en esa fantasía retro que evoca la era espacial, sitúa el viaje al cosmos en un plano casi doméstico, como si fuera lo más natural del mundo. Pero detrás de los colores saturados, asoma una lectura política clara: norteamericanos, dominando el espacio exterior con ciencia y audacia. Un imaginario que bebe directamente de la Guerra Fría, con Estados Unidos no solo ganando la carrera espacial, sino también el relato.
Visualmente, Galactus —sí, por fin— aparece como debía: descomunal, imponente, casi mitológico. Después de décadas de versiones tibias, el titán cósmico encuentra aquí una representación que honra su legado gráfico. Y lo hace sin romper el tono visual de la película, Los efectos especiales —limpios, atmosféricos, a ratos oníricos— se integran con naturalidad. Nada se siente impostado: todo fluye con la estética retrofuturista como tinta sobre una viñeta antigua. Es, quizá, la primera vez que Galactus se ve como lo imaginamos: no como una nube oscura en el cielo, sino como una fuerza de la naturaleza que parece existir desde siempre.
Y sin embargo, algo vibra debajo. Porque no deja de ser casual que esta propuesta tan cuidada en lo visual y encantadora en lo tonal se sostenga sobre una estructura profundamente familiar. No solo por la dinámica de los personajes —ese refugio mutuo que forma su núcleo emocional—, sino por el mensaje que subyace: uno que coquetea con lo tradicional, que idealiza cierta armonía doméstica como respuesta al caos. ¿Es conservador? Tal vez. ¿Ingenuo? Quizá. ¿Propagandístico? No del todo, pero tampoco del todo inocente.
Esa ambigüedad, sin embargo, no le resta frescura. Los 4 fantasticos: Primeros pasos se siente como una caricatura antigua que, sin perder sus contornos gruesos y colores brillantes, deja colarse sombras nuevas. El conflicto se siente más simbólico que literal: una masa sin rostro, un poder sin nombre. ¿Ausencia narrativa? Puede ser. ¿Estrategia para aislar el relato? quizá. Al dejar fuera al aparato político y esquivar los guiños multiversales, Los Cuatro Fantásticos respiran en su propia cápsula de tiempo, como si habitara un modelo a escala del mundo idealizado.
Y es ahí donde reside su magia. En no necesitar violencia y realismo bruto para hacerse notar. En no gritar para ser escuchada. Esta entrega es algo suave y —por eso mismo— más radical: una especie de reconexión emocional con lo que alguna vez hizo mágico al cómic. Un gesto que no busca romper nada, sino recordar por qué alguna vez quisimos creer.