El 29 de julio se cumplieronn 42 años de la muerte de Luis Buñuel, uno de los cineastas más influyentes del siglo XX. El cineasta surrealista español dejó una filmografía que se mantiene vigente por su carácter provocativo y su capacidad de incomodar al mismo tiempo de fascinar.
Su carrera abarcó casi cinco décadas e incluyó producciones en España, México y Francia. Inició en el ámbito del surrealismo con la icónica Un perro andaluz (1929), codirigida junto a Salvador Dalí. Esta cinta marcó un antes y un después en el cine experimental, al desafiar las estructuras narrativas tradicionales y apostar por imágenes de alto impacto simbólico, como la célebre escena del ojo cortado.
Durante su exilio en México, tras la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, Buñuel encontró un entorno fértil para filmar algunas de sus obras más relevantes. En 1950 dirigió Los olvidados, una radiografía cruda y sin concesiones sobre la infancia marginal en los barrios pobres de la capital mexicana. La película fue inicialmente rechazada por el público local, pero terminó por convertirse en un clásico del cine social y le valió el premio a Mejor Director en el Festival de Cannes.
Con elementos surrealistas y que con una crítica recurrente a las estructuras de poder, como la burguesía o la religión Buñuel generó grandes obras, como Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962), Belle de jour (1967) y El discreto encanto de la burguesía (1972), esta última galardonada con el Óscar a Mejor Película Extranjera. Su última cinta, Ese oscuro objeto del deseo (1977), cerró su carrera con una reflexión sobre el deseo masculino, empleando la decisión radical de que el personaje femenino fuera interpretado por dos actrices distintas.
En 1982, un año antes de su muerte, Buñuel publicó su autobiografía Mi último suspiro, escrita con Jean-Claude Carrière, donde expresó muchas de sus ideas filosóficas. En el texto, mostró escepticismo ante las religiones organizadas, pero también una fascinación constante por el misterio de la existencia. Afirmaba no creer en Dios, pero temerle. Esa ambigüedad permea su obra.
A más de cuatro décadas de su fallecimiento, su legado permanece como una de las contribuciones más incisivas y personales del cine moderno. Su influencia se percibe en directores tan distintos como David Lynch, Lars von Trier, Pedro Almodóvar o Yorgos Lanthimos.