"¿Qué poema estará en tu corazón cuando des tu último aliento?": Harold Bloom
Libros
Por: Rober Díaz - 07/09/2025
Por: Rober Díaz - 07/09/2025
Harold Bloom fue aquel niño nacido en una familia neoyorquina que a los cinco años ya sabía hebreo y a los seis un inglés casi perfecto. Ese critico que, en su madurez desde Yale, pudo hacer un canon, su canon, donde hombres blancos y heteros forman el Olimpo de los autores obligados: Dante, Chaucer, Kafka, Montaigne, Cervantes, Moliere, Milton, Samuel Johnson, Goethe, Wordsworth, Jane Austen, Walt Whitman, Emily Dickinson, Dickens, George Eliot, Tolstói, Ibsen, Freud, Proust, Joyce, Virginia Woolf, Kafka, Borges, Neruda, Pessoa, Beckett, etc.
Acusado constantemente por las nuevas escuelas de la crítica literaria, frente las cuales se dio el lujo de sentirse un outsider, lo mismo de cara al marxismo (al que llamó la "escuela del resentimiento"), que frente a la llamada “muerte del autor”, tan en boga en los años 70 y 80 del siglo pasado, y en contra de la idea de influencia lacaniana según la cual “el lenguaje piensa por nosotros”.
Ese hombre de quien se dijo que era "monstruoso" verlo leer (según Richard Bernstein), pues se decía que podía leer 400 páginas en una hora. El mismo iluso que vio en Shakespeare la invención de lo humano y quien nunca se enteró de la existencia de un Cortazar o de un Alfonso Reyes.
Ese yidista por nacimiento y universal en la esfera anglocentrista, que aunque creció en el Bronx tenía acento inglés y un hijo con discapacidad por el que hizo colecciones absurdas llenas de contundencia intelectual. El verdadero departamento de inglés de Yale, ése que podía hacer de un desconocido una ilustre promesa y del famoso reducirlo a solo a una imitación, pues mientras él no lo encomiara, el personaje era solo una ilusión.
Ese crítico, el más famoso del mundo, el que más influenció y avergonzó a sus pares contemporáneos fue interpelado por Charlie Rose, quien le preguntó en una entrevista cuáles serían los versos que estarían en su último aliento. Bloom le respondió con un poema sencillo, pero a la vez maravilloso de A. E. Housman (1859-1936):
INTO MY HEART AN AIR THAT KILLS
Into my heart an air that kills
From yon far country blows;
What are those blue remembered hills,
What spires, what farms are those?
That is the land of lost content,
I see it shining plain,
The happy highways where I went
And cannot come again.
[En mi corazón, un aire que mata
sopla desde los campos distantes:
¿qué son esas azuladas colinas del recuerdo,
qué cumbres, qué granjas son esas?
Esa es la tierra de lo perdido,
de lejos la veo brillar,
los caminos felices donde anduve,
y ya no puedo regresar.]