*

El escritor y periodista ecuatoguineano enfrenta el desalojo de su casa en Murcia tras 30 años. Su caso ha desatado solidaridad y críticas al sistema.

Donato Ndongo-Bidyogo tiene 75 años, una carrera de medio siglo dedicada a la literatura, el periodismo y la defensa de los derechos humanos, y una orden de desahucio en la puerta. Su casa en Murcia, donde ha vivido los últimos 30 años, está a punto de serle arrebatada por un fondo de inversión tras perder una segunda vivienda que había rehipotecado para sostenerse económicamente.

Ndongo no es un desconocido. Es una figura clave de la intelectualidad africana en lengua española, crítico del régimen de Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, corresponsal, escritor, académico. Llegó a Madrid en los años 60 y desde entonces ha sido una voz incómoda para muchos. Su trayectoria incluye colaboraciones en medios como EL PAÍS, Diario 16 y Mundo Negro, además de su trabajo como delegado de la Agencia EFE en Guinea. También dirigió el Colegio Mayor Nuestra Señora de África y creó un Centro de Estudios Africanos en la Universidad de Murcia.

A pesar de haber trabajado toda su vida, Ndongo sólo percibe una pensión mínima. La Seguridad Social no le reconoce los años cotizados en su país de origen. Hoy vive con mil euros mensuales, mientras su familia —su esposa y sus dos hijos— se encuentra repartida entre Francia, Madrid y Granada. Él resiste solo en su casa, rodeado de libros, discos y recuerdos.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

A post shared by EL PAÍS (@el_pais)

“Siempre he cumplido la ley. He trabajado, he cotizado, he pagado impuestos. Pero el banco sólo quiere dinero, y dinero no tengo”, explica. Rechaza dejar su hogar: “Tendrán que sacarme maniatado o muerto”.

La comunidad afrodescendiente en Murcia, organizaciones antidesahucios y activistas han convocado acciones para evitar el desalojo. Este 7 de julio, su presencia en el barrio de Espinardo logró frenar temporalmente la orden judicial. El desahucio se ha aplazado hasta el 23 de julio.

Ndongo insiste en que no busca compasión. Quiere que se respete su historia y su derecho a envejecer con dignidad en el país donde ha vivido más de la mitad de su vida. “No soy ni optimista ni pesimista”, dice. “Esperaré con calma. La misma con la que aguanté cuando me pusieron una pistola en la cara por contar la verdad”.
Este no es solo un caso individual. Es el reflejo de un sistema que castiga a quienes no encajan, a quienes denuncian, a quienes incomodan. Un país que presume de derechos humanos no puede permitirse desahuciar a quienes los han defendido desde siempre.


También en Pijama Surf:Trump inaugura “Alligator Alcatraz”, la cárcel para migrantes rodeada de caimanes en Florida


Imagen de portada:El Diario