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En el Día Mundial del Medio Ambiente, proyectos turísticos en Cozumel y la península de Yucatán muestran que viajar también puede ser un acto de conservación y conciencia social.

En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, vale la pena mirar con atención cómo algunas prácticas turísticas comienzan a caminar con más firmeza hacia una relación más respetuosa con la naturaleza. Lejos de los discursos grandilocuentes, iniciativas concretas están surgiendo desde el corazón de la industria para buscar un equilibrio entre desarrollo, conservación y comunidad.

Una de ellas se lleva a cabo en Cozumel, donde el hotel Presidente InterContinental ha puesto en marcha un programa que permite a sus visitantes compensar su huella de carbono. No se trata solo de adquirir un "bono" que limpie la conciencia, sino de participar activamente en un proyecto forestal que involucra a más de 350 ejidatarios mayas, guardianes de los bosques del sureste mexicano. Gracias a esta alianza entre Grupo Presidente, XiCO2e y los ejidos Noh-Bec y Naranjal Poniente, cada año se logra remover 175,000 toneladas de CO₂e de la atmósfera, en zonas certificadas bajo estándares internacionales de manejo forestal.

La propuesta incluye experiencias inmersivas que llevan a los huéspedes a recorrer la selva de Quintana Roo, donde pueden observar directamente cómo estas prácticas regenerativas impactan positivamente tanto al ecosistema como a las comunidades que lo habitan. Se busca que el turista no solo mire el paisaje, sino que lo entienda, lo respete y se involucre.

Esta misma lógica de vinculación entre conocimiento y acción se extiende a otra iniciativa reciente: “Ciencia Ciudadana para la Conservación de la Biodiversidad en Destinos Turísticos”. En colaboración con La Vaca Independiente y la plataforma iNaturalist, el proyecto capacita a empleados hoteleros para reconocer la riqueza biológica del Caribe Mexicano. Con el uso de una aplicación móvil, tanto trabajadores como visitantes pueden registrar especies de flora y fauna durante su estancia. Estos datos alimentan una base científica abierta, que permite entender mejor los ecosistemas locales y diseñar estrategias para su protección.

A través de esta dinámica, el turismo deja de ser una actividad extractiva o meramente recreativa, y se convierte en una herramienta de conexión entre seres humanos y naturaleza. La observación de una orquídea, el canto de un ave o la sombra de un árbol se transforman en experiencias compartidas, en actos de participación activa en la defensa del entorno.

Por otro lado, también hay un llamado a mirar hacia otro tipo de responsabilidad: la social. Desde hace algunos años, Grupo Presidente firmó un acuerdo con ECPAT México para prevenir la explotación sexual infantil dentro del sector turístico. Hasta ahora, más de 600 colaboradores han sido capacitados para detectar señales de alerta, y durante 2025 se espera que todo el personal de la cadena reciba formación al respecto. La conciencia ambiental, parece decirnos esta iniciativa, no puede ir desligada del cuidado de las personas.

Estos esfuerzos —aunque aún limitados en escala— plantean una pregunta crucial y es que ¿puede el turismo ser una vía para proteger la vida en todas sus formas? En medio del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y donde las desigualdades sociales amenazan con reconfigurar el planeta tal como lo conocemos, no hay acciones pequeñas si están guiadas por una ética profunda.

Este Día del Medio Ambiente, tal vez convenga mirar más allá de las estadísticas alarmantes. Quizá el cambio se juegue también en esos gestos cotidianos: caminar con respeto por la selva, aprender de quienes la habitan desde hace generaciones, y entender que cada viaje puede ser también una oportunidad de sanar.


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Imagen de portada: Cortesía