Saturno, melancolía, sexualidad y alma: cuando el tiempo se vuelve pesado
Magia y Metafísica
Por: Camilo Saavedra - 06/03/2025
Por: Camilo Saavedra - 06/03/2025
¿Alguna vez has sentido que el tiempo se vuelve denso, como si todo a tu alrededor se replegara hacia adentro? Si lo notas, nuestros pensamientos, que son imágenes en las que habitamos psíquicamente, nos llevan a momentos de pesadez existencial, de desasosiego. Son momentos en los que reflexionamos sobre la muerte, la fugacidad de la vida y una realidad que se revela más lenta, honda y de una dimensión profunda. Estos estados de ánimo, en la mitología, la alquimia, la astrología e incluso en la filosofía, han estado asociados a un dios del Tiempo. Esta vivencia —tan humana como misteriosa— puede entenderse como una manifestación del dios Saturno en nuestros estados de ánimo.
James Hillman, en su libro Puer y Senex, describe dos arquetipos o manifestaciones psíquicas que habitan en el alma: el Niño (puer) y el Viejo (senex). Saturno representa este último. Es el dios del tiempo lento, de la melancolía, del orden. Cuando Saturno se hace presente, sentimos que la vida se vuelve más grave, que el entusiasmo se desvanece, que algo en nosotros busca la soledad, la introspección, el silencio. Este tipo de conciencia, senex penetra el pensamiento con lo que Hillman llama la fantasía de la “verdad amarga” y la “realidad fría” (Hillman, 2005, p. 148). La mente busca “desnudarlo todo”, como hacían profetas y filósofos que iban hasta el hueso, hasta donde duele.
La influencia de Saturno en nuestros estados de ánimo y las imágenes que se nos expresan psíquicamente suelen manifestarse en la necesidad de aislamiento, de soledad, inhibición o una profunda sensación de inercia. Pensamos lento, bajamos la mirada y comenzamos a habitar temas como la finitud, la muerte o el sinsentido. Como escribió Kierkegaard: "El ser interior se encierra en sí mismo en su mutismo y se niega a comunicarse con el exterior". Pero esta no es una simple caída en la tristeza: es una retirada que nos exige escucha, reflexión. Saturno nos invita a mirar hacia adentro, a habitar el fondo del alma, donde también puede surgir una nueva visión o una forma más honesta de estar en el mundo.
Uno de los aspectos menos explorados de Saturno es su vínculo con la sexualidad. Hillman observa dos caras opuestas en este campo: por un lado, Saturno es frío, seco e impotente; por otro, es lujurioso, excesivo, incontrolable. Ambas manifestaciones son simbólicas y reflejan la potencia de la imaginación (Hillman, 2005, p. 150). En este caso, cuando la imaginación está gobernada por patrones arquetípicos o esenciales que obedecen al tiempo imaginado con la lentitud que nos impone Saturno o Cronos, el dios del tiempo. En esta conexión del tiempo que quiere germinar sin vínculo erótico, a veces sentimos este Saturno en el deseo sexual sin conexión afectiva; otras veces, nos enfrentamos a la impotencia o frigidez, o simplemente a la falta de deseo. Experiencias que pueden revelar dimensiones profundas del alma. Nos enseñan que la sexualidad no es solo procreación o placer, sino también un lenguaje de la psique o el alma, una vía para comprender lo que habita en lo más hondo de nuestro ser. Como escribe Hillman: «La sexualidad puede ser impotente para la vida y, sin embargo, tener poderes en otros aspectos».
En estos temples de ánimo, como diría Heidegger, Saturno es una voz que no grita: pesa. Pero si nos damos el permiso de habitar esa lentitud, esa tristeza con profundidad, esa sexualidad compleja, tal vez descubramos en ella un camino hacia una vida más auténtica, más íntima, más cercana al alma.
Varios filósofos y filósofas han experimentado a Saturno, dándole cada uno el matiz propio de su corriente de pensamiento sobre la melancolía y sus estados anímicos derivados. Uno de ellos fue Marsilio Ficino (1433–1499), figura clave del Renacimiento, traductor de Platón, de los textos herméticos y de una vasta sabiduría antigua que aún hoy resulta indispensable para el ser humano contemporáneo. Entre sus muchas contribuciones, Ficino abordó el tratamiento de la melancolía —asociada con Saturno— desde una perspectiva profundamente estética y con alma.
Como médico, Ficino observó la relación entre ciertos estados del alma y la influencia de la música. Inspirado por el neoplatonismo, creía en la anagogé, ese ascenso del alma desde el mundo sensible hacia el mundo celeste, donde el ser humano se conecta con los poderes que otorga el alma del mundo, por ejemplo, la música. Ésta, como expresión del orden cósmico, permite tocar y encontrar la armonía (hija simbólica de Afrodita y Ares) y restablecer el vínculo entre el microcosmos humano y el macrocosmos estelar: una posibilidad de apaciguar a Saturno, la música como medicina del alma.
Angela Voss señala que, en esta tradición, no solo la música audible es vehículo de sanación, sino también talismanes, aromas, movimientos y danzas, que ponen en disposición al alma, con el fin de ser medios para reconectar psíquicamente con el sistema solar y con las potencias que emanan de cada planeta y de las estrellas: “En una magia natural basada en la visión neoplatónica del cosmos como armonía, no es solo la música audible la que puede alinear el alma con las estrellas”.
Hoy, cuando asistimos a un mercado creciente de terapias con música o aromas, quizás sin saberlo, evocamos este saber antiguo: terapia es, etimológicamente, cuidado del alma. Ficino, como médico del cuerpo y médico del alma, fue un filósofo gobernado por Saturno, pero que, gracias a él, estuvo siempre vinculado a la belleza, al amor y al alma, como señala Hillman: “La orientación de este movimiento estuvo generalmente gobernada por una ávida curiosidad intelectual, por la contemplación imaginal, principalmente en términos de ideas y de los dioses clásicos, y por una devoción a Eros y al alma” (Hillman, 2005, p. 152).
Tal vez por esto muchos de nosotros encontramos en la música un alivio para nuestras aflicciones, un descanso en medio de la tristeza. Bailamos, lloramos, recordamos… a veces solos, en un bar, en nuestra cama mirando el techo, o simplemente contemplando el cielo.
Tal vez por eso, al alzar la mirada hacia las estrellas, sentimos una voz que consuela, una luz visible que transmite esa otra luz —invisible— de la que emana la belleza divina que se expresa en un canto y en la música de las esferas: la misma que, según Plotino, habita en el alma del mundo.
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Imagen de portada: Domenico Fetti, «Melancholia» (ca. 1623; detalle)