Antes del infierno de Dante, alguien ya habia bajado y se había reído del infierno
Arte
Por: Carolina De La Torre - 06/07/2025
Por: Carolina De La Torre - 06/07/2025
Hay viajes que son oraciones, otros que son condenas. Algunos descienden como plegarias al centro de la Tierra, y otros lo hacen como si fuesen parte de una puesta en escena absurda. Menipo o la Necromancia, escrita por Luciano de Samosata en el siglo II d.C., pertenece a esta última categoría: un descenso al Hades sin solemnidad, sin miedo, sin castigos eternos ni redenciones místicas. Sólo con sarcasmo, preguntas punzantes y un espíritu cínico que, siglos más tarde, aún quema.
Luciano, filósofo por ironía más que por doctrina, ensaya en este breve diálogo un descenso al más allá de la mano del mismísimo Menipo, un perro (cínico) que —ante el desconcierto de lo humano— decide bajar al Hades para obtener respuestas que en la vida le han sido negadas. ¿Quiénes son sabios de verdad? ¿Qué queda del poder, de la riqueza, de la gloria, cuando se cruzan las aguas del Leteo? En el inframundo de Luciano todos los cadáveres son iguales: reyes, mendigos, filósofos y cortesanas ríen con la misma dentadura postmortem.
“Todos los bienes de la vida son humo y neblina”, parece recordarnos el autor mientras Menipo, armado con una capa vieja y una risa afilada, interroga a los muertos y ridiculiza a los charlatanes. No hay fe en la redención, no hay tormentos divinos diseñados con precisión moral; hay desengaño, sátira y la revelación de que incluso en el Hades, los dioses pueden parecer tan ridículos como los humanos.
Y, sin embargo, Menipo o la Necromancia es más que un juego literario. Es un umbral. Un boceto irreverente del imaginario que siglos más tarde Dante Alighieri convertiría en arquitectura moral. Si la Comedia de Dante —escrita entre 1304 y 1321— representa la consumación del viaje al más allá como acto sagrado, Luciano hizo su propia bajada a los infiernos como ensayo iconoclasta. Dante lo haría con Virgilio y plegarias; Menipo, con Hermes y carcajadas. Uno peregrinó, el otro se coló.
Pero el eco está ahí, en Dante, los círculos del Infierno están poblados con precisión quirúrgica, guiados por el castigo proporcional, iluminados por la lógica del pecado. En Luciano, el Infierno es un escenario grotesco donde reina la igualdad final y la ironía. Dos visiones opuestas del más allá, y sin embargo unidas por el deseo —muy humano— de asomarse a lo invisible y volver con una historia.
Luciano preparó el terreno para lo “dantesco” sin saberlo. No con profecías, sino con burlas. Donde Dante construyó la catedral del alma, Luciano puso la carcajada en sus cimientos. Quizás, sin el descenso cínico de Menipo, el descenso sublime de Dante nunca habría tenido suelo que pisar.
Después de todo, hasta la eternidad necesita un prólogo. Y Luciano lo escribió riéndose en voz alta.