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La historia de Hermafrodito y los muxes revela cómo la diversidad de género es tan antigua como la humanidad misma, y sigue viva en culturas como la zapoteca en Oaxaca

La historia de la intersexualidad es tan antigua como la mitología griega. Y es que, aunque para muchos grupos conservadores la intersexualidad podría representar una “moda” o parte de lo que llaman “agenda woke”, lo cierto es que esta expresión de género no solo es histórica, sino que forma parte del tejido cultural de muchas civilizaciones ancestrales. Desde el mundo árabe con los khuntha, hasta el sudeste asiático con los kathoey de Tailandia, y, por supuesto, en México, con la figura de los muxes entre los zapotecas de Oaxaca.

Para entender esta expresión de género más allá de los ya clásicos estigmas, basta con mirar hacia los mitos fundacionales de Occidente. La historia de Hermafrodito, es una de las más poderosas representaciones de la unión de lo masculino y lo femenino en un solo ser. Hijo de Hermes y Afrodita, Hermafrodito fue concebido como una síntesis perfecta de ambos polos. Criado por ninfas en el monte Ida, pasó sus primeros años alejado del mundo y del deseo. Pero al cumplir quince años emprendió un viaje que cambiaría su vida y su identidad.

En la región de Caria encontró una fuente cristalina custodiada por Salmacis, una ninfa poco convencional, pues era sensual, libre y desafiante de las normas. Al ver la belleza de Hermafrodito, sintió una atracción irresistible. Aunque él la rechazó, ella no se rindió. Esperó en silencio y, cuando el joven se sumergió en las aguas, lo abrazó con tanta intensidad que pidió a los dioses nunca ser separada de él. El deseo se cumplió y sus cuerpos se fusionaron en una sola forma, con características tanto masculinas como femeninas. Así nació la figura del hermafrodita, un símbolo de ambigüedad, fusión y equilibrio.

Este mito no es una rareza ni una excepción en el pensamiento humano. En muchas culturas antiguas, los seres que trascendían el binarismo de género eran vistos como especiales. En México, la comunidad zapoteca lo demuestra con la existencia de los muxes, personas asignadas como hombres al nacer que asumen roles tradicionalmente femeninos o que combinan ambos géneros en su expresión e identidad.

A diferencia de otras partes del mundo donde la diversidad de género ha sido reprimida, en el Istmo de Tehuantepec los muxes han sido históricamente reconocidos y respetados dentro de la vida comunitaria. No son considerados hombres ni mujeres, sino un tercer sexo con funciones sociales y culturales bien definidas. 

Así, las personas muxes encarnan una sabiduría que reconoce que el género no es rígido, sino fluido, y que hay riqueza en la diversidad. Así como Hermafrodito simboliza la unión de dos mundos en uno solo, los muxes reflejan una comprensión profunda de lo que significa ser humano en todas sus formas posibles.

Aunque la identidad de género sigue siendo tema de debate, mirar hacia el pasado puede ofrecernos una valiosa lección al entender que lo que muchos ven como “nuevo” ha existido desde siempre. Y quizás, al reconocerlo, podamos abrir espacios más amplios y plurales. 


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