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Francisco I. Madero, líder de la Revolución Mexicana, encontró en el espiritismo una guía personal y una brújula política en uno de los momentos más cruciales de la historia nacional.

Francisco I. Madero es recordado por su papel como líder del movimiento revolucionario que en 1910 encendió la chispa de una transformación política en México. Lo que muchos ignoran —y otros prefieren omitir— es que detrás del discurso liberal y democrático que enarboló el Plan de San Luis, existía también una poderosa influencia espiritual. Madero, además de político, fue médium. Creía firmemente en que podía comunicarse con espíritus, y más allá de cualquier folclore o excentricidad, su fe en el espiritismo moldeó no solo su vida personal, sino también su vocación como reformador social.

La historia de su incursión en las sesiones espiritistas comienza en Francia, entre 1891 y 1892, cuando el joven Madero estudió en París. Fue entonces cuando descubrió los textos de Allan Kardec, padre del espiritismo moderno, y quedó prendado por la idea de que los espíritus podían guiar la conducta humana hacia el bien. A su regreso a Coahuila, Madero desarrolló sus capacidades como médium escribiente, es decir, alguien que canaliza mensajes del más allá por medio de la escritura automática. 

Su primer guía espiritual fue Raúl, su hermano menor quien falleció trágicamente durante la infancia. El espíritu no se presentó como una aparición dramática, sino como una voz constante y persuasiva que lo instaba a alejarse del ocio y a convertirse en un hombre virtuoso y justo. Luego llegó otro espíritu, José, y junto con Raúl empezaron a empujar a Francisco hacia una vocación aún mayor, servir a su país.

 

Durante años, Madero llevó un registro detallado de estas sesiones, donde los mensajes eran dictados mientras él estaba en trance. Lejos de limitarse a una práctica íntima, el espiritismo de Madero fue también público. Publicó artículos en La Cruz Astral de Coahuila bajo el pseudónimo de Arjuna, y fundó el Círculo de Estudios Psíquicos de San Pedro. Su compromiso quedó plasmado en el Manual Espírita (1911), firmado como Bhima, donde argumentaba que esta doctrina era una vía legítima de autoconocimiento y evolución moral.

Pero quizás lo más provocador —y lo que más incomodó a sus contemporáneos— fue la afirmación de que Madero consultaba a los espíritus incluso para tomar decisiones políticas. Hay testimonios que sugieren que durante los años decisivos de la Revolución Mexicana, Madero celebraba sesiones en las que invocaba a figuras históricas como Benito Juárez, además de familiares fallecidos, para orientarse en el rumbo del país. Aunque esto le ganó burlas y desconfianza, especialmente entre los sectores conservadores, para él la guía espiritual era una brújula ética muy importante.

Francisco I. Madero asumió la presidencia en 1911. Sin embargo, fue derrocado y asesinado apenas dos años después, en 1913. Para sus detractores, su espiritualismo era una extravagancia ridícula. Para quienes miran su historia con otros ojos, podrían entender que esta fue la forma en la que intentó elevar la política por encima del interés individual y la violencia.


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Imagen de portada: Francisco I. Madero, INAH